En unos días especialmente destacados por la celebración en Madrid de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático -COP25-, el día 10 de diciembre se presentó en la sede de Agrifood Comunicación el dossier El zumo de naranja en la dieta mediterránea.
Más allá de los nada desdeñables beneficios de este alimento para nuestra salud, ambos eventos parecen invitarnos a una reflexión y es que, en estos tiempos que corren, el ajetreo de la vida cotidiana y el continuo bombardeo de publicidad sobre alimentos cada vez más sofisticados nos hacen olvidar que en la base de nuestra dieta se encuentra, precisamente, la agricultura.
Y el zumo de naranja que tan buenas propiedades nos brinda es, como tantos otros, producto de una labor en el campo de la que muchas veces no somos del todo conscientes. Un buen zumo debe provenir no solo de un adecuado procesado de la fruta que asegure el mantenimiento de sus propiedades, sino también del cultivo de unas combinaciones de variedades y patrones determinadas acompañado de unas técnicas agronómicas bien establecidas para cada condición climática, geográfica y suelo.
Y en un contexto de desarrollo sostenible -del que tanto se habla estas semanas- la celebración de la conferencia del cambio climático y la publicación de nuestro dossier nos deberían hacer recapacitar de una manera especial sobre la degradación progresiva que están sufriendo nuestros paisajes agrarios en los últimos años y cómo ello puede llegar a repercutir sobre un sinfín de aspectos a distintos niveles de la sociedad, incluida nuestra propia alimentación.
La calidad de la fruta
Los cítricos constituyen un cultivo muy característico de nuestro país y especialmente de algunas regiones como la Comunidad Valenciana y ciertas zonas de Andalucía. A pesar de la crisis citrícola de la que tanto se habla en los últimos tiempos, España sigue siendo una potencia mundial productora de cítricos incuestionable, con un total aproximado de 300.000 hectáreas cultivadas que producen más de seis millones de toneladas de fruta al año. La calidad de la fruta que producimos es inmejorable, hasta el punto de que la mayor parte de la cosecha se destina a consumo en fresco y nada menos que entre el 15 y el 20 por ciento de la misma se deriva a la industria de la transformación. De hecho, es precisamente nuestro país quien encabeza las exportaciones de zumos y néctares de la Unión Europea. El amplio abanico de variedades con el que contamos, las técnicas de cultivo -bien adaptadas a los diferentes entornos geográficos y ambientales en que se cultivan- y, por qué no, los paisajes llenos de árboles con fruta hacen de ellos, sin duda, un cultivo emblemático.
Pero también es cierto que el entorno está cambiando, y que hemos de adaptar nuestros cultivos a las nuevas exigencias en materia de sostenibilidad ambiental. Por una parte, las condiciones ambientales son cada vez más adversas y es necesario que estos se adapten a las nuevas situaciones que ello genera. Todos somos conocedores de los cada vez más frecuentes fenómenos climáticos extremos, precipitaciones intensas, olas de calor impredecibles, inundaciones, sequías generalizadas en nuestros campos especialmente en la época estival.
Y la realidad es que todo ello obliga a seleccionar muy bien el material vegetal a cultivar y a optimizar las técnicas agronómicas para seguir manteniendo una productividad óptima y una perfecta calidad de la fruta, y todavía más si lo es para consumo en fresco o producción de zumos de calidad. Si a esto le sumamos los compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero por parte de la Unión Europea para los próximos años, son más que necesarias medidas de actuación por parte del sector que nos ocupa, lo cual representa uno de los mayores retos de la citricultura de nuestro país a medio plazo y de todos los mercados e industrias derivadas. Por citar algunas de ellas cabría destacar la promoción del uso más sostenible de productos agroquímicos, la reducción del uso de maquinaria y el uso al máximo de las técnicas de lucha biológica.
Más aún, en un momento en el que no solo es necesario reducir las emisiones sino también adaptar las actividades humanas a las nuevas circunstancias ambientales, es interesante destacar que las políticas y planes de acción actuales frente el cambio climático han apostado muy seriamente por la promoción de iniciativas destinadas a mitigar los efectos derivados del incremento progresivo de la concentración de CO2 en la atmósfera, en un contexto de un uso responsable y eficiente de los recursos. Y aquí viene lo interesante, a diferencia de lo que sucede con otros sectores productivos de la sociedad, la agricultura puede integrarse muy eficazmente en dichas estrategias frente al cambio climático.
Plantaciones eficaces
La razón es sencilla y es que, en principio, la agricultura tiene una particularidad en contraposición al resto de actividades humanas -responsables de la generación cada vez más alarmante de CO2 y otros gases de efecto invernadero-, debido a la capacidad de los cultivos para secuestrar y/o almacenar carbono de la atmósfera en forma de biomasa o directamente en el sustrato. Y en particular las plantaciones de cítricos son especialmente eficaces a este respecto, ya que presentan unas tasas de fijación de carbono que oscilan entre cinco y 10 toneladas de carbono por hectárea y año. Recientes estudios han mostrado, además, cómo es posible incrementar todavía más esta capacidad de sumidero de las plantaciones, incluyendo el uso de materia orgánica en programas de fertilización, reduciendo el laboreo o gestionando de una manera más racional las cubiertas vegetales. Todo ello convierte al cultivo de estos vegetales leñosos en una herramienta con un gran potencial a la hora de diseñar y establecer estrategias de mitigación del cambio climático.
En suma, el sector citrícola se enfrenta en los próximos años a numerosos desafíos derivados de lo que todos conocemos como cambio climático. Para seguir garantizando la óptima calidad que caracteriza a nuestra fruta y derivados, se hace necesario un compromiso entre productividad y sostenibilidad ambiental, en un contexto de adaptación a las condiciones cambiantes del entorno a la vez que contribuyendo a la mitigación de los efectos adversos del cambio climático. Ambos deberían ser, sin duda, dos retos fundamentales a alcanzar por el sector en los próximos años.