Opinión

Desequilibrios: Lo que nos queda por hacer

El desequilibrio que debemos vigilar es el de la deuda externa

El martes pasado, la Comisión Europea publicaba su Informe del Mecanismo de Alerta de cara al año 2020.

Este informe, que es parte del sistema de supervisión macroeconómica de la UE sobre sus Estados Miembros, tiene por objeto analizar los posibles desequilibrios de las economías europeas para establecer medidas correctoras y así evitar o disminuir el impacto de futuras crisis. En la última recesión los europeos aprendimos que si algunas economías, especialmente las de la Zona Euro, que no pueden devaluar, están muy desequilibradas, la corrección de estos desequilibrios durante una crisis puede crear enormes tensiones internas en la Unión, y por ello es mejor prevenir con antelación, alertar de los desequilibrios en cuánto se produzcan, y, corregirlos antes de que éstos provoquen o agraven una crisis.

Como es habitual, el informe analiza a través de catorce indicadores, los desequilibrios que se pueden dar en cuatro áreas: la sostenibilidad de la deuda externa, la sostenibilidad de la deuda pública, la solvencia del sistema financiero y el mercado de trabajo. Puesto que la Comisión trabaja con los datos anuales cerrados, este último informe sólo alcanza a analizar los desequilibrios hasta 2018. Es interesante, por tanto, analizar cómo se encuentra España en estos catorce indicadores, cómo han evolucionado éstos en los últimos años y qué últimos datos tenemos que nos puedan ayudar a estimar las tendencias de cara al futuro.

Como ya hemos comentado en alguna ocasión, para España el desequilibrio más importante que debemos vigilar es el de la deuda externa. Las dos últimas recesiones, la de principios de los noventa y la gran recesión, fueron especialmente virulentas para la economía española cuando esta tuvo que corregir de forma brusca sus desequilibrios externos. En sentido contrario, la recesión internacional de 2002 pasó mucho más desapercibida al tener lugar con una economía española con un sector exterior mucho más saneado. En este sentido, la Comisión Europea pone de manifiesto en su informe que el endeudamiento externo sigue siendo todavía muy alto en España, un 80 por ciento del PIB, siendo el valor máximo de referencia para considerar que este endeudamiento es peligroso es del 35 por ciento. Es una de las herencias que aún nos queda de la época de la burbuja. Sin embargo, la buena noticia es que este endeudamiento se está reduciendo de forma rápida: en 2014 la deuda externa alcanzaba el 96 por ciento del PIB. Y esta fuerte mejoría se ha debido a un superávit externo continuado sin precedentes en la historia económica española.

El peligro más importante que España debe corregir es el de la deuda externa

No obstante, la Comisión Europea, con razón, nos advierte de que para seguir corrigiendo este desequilibrio debemos continuar manteniendo el superávit externo, y para ello no debemos erosionar nuestra competitividad. Y es precisamente en el apartado de competitividad donde empezamos a ver algunas señales de alarma. Así, los costes laborales unitarios, que miden la relación entre los salarios y la productividad, han ido incrementándose en los últimos años y ya han dejado de ser un factor de competitividad en 2019. Además, aunque seguimos manteniendo un superávit exterior, éste va paulatinamente disminuyendo. En definitiva, la deuda externa es excesivamente alta, hasta ahora la hemos ido reduciendo a buen ritmo, pero estamos empezando a perder los factores de competitividad que nos mantienen el superávit exterior. Y este superávit es esencial para reducir la deuda externa y hacernos creíbles frente a los acreedores externos.

En cuanto a la segunda de las variables que vigila Europa, la sostenibilidad de las finanzas públicas, los datos de la Comisión muestran la excesivamente lenta reducción del déficit público y de la deuda pública. Así, mientras la deuda externa se ha reducido en 16 puntos de PIB desde 2014, la deuda pública apenas lo ha hecho en tres puntos. Por tanto, es precisa una acción más contundente en la reducción del déficit estructural para garantizar la sostenibilidad de un sector público que, además, en el futuro verá incrementadas sus necesidades de gasto ante el envejecimiento de la población y la normalización, en algún momento, de los tipos de interés hacia valores más acordes con su función en la economía.

Los mejores indicadores aparecen sin duda en el área de la solvencia de nuestro sistema financiero. El precio de la vivienda se va recuperando poco a poco, el desapalancamiento del sector privado continua a buen ritmo, el crédito crece a ritmos moderados y los pasivos del sector financiero también permanecen estables. En definitiva, no se dan ninguno de los exuberantes comportamientos que se observaron en los años previos a crisis. Como botón de muestra de lo anterior basta ver cómo el endeudamiento privado que en 2009 se situaba en un elevadísimo 204 por ciento del PIB (la Comisión considera peligroso un endeudamiento superior al 133 por ciento del PIB para el sector privado), se situó en 2018 precisamente en ese valor de referencia del 133 por ciento.

Queda mucho trabajo por hacer para reducir el alto déficit estructural del país

En cuanto al mercado de trabajo, la otra gran área analizada por Europa, nos pasa algo parecido que con la deuda externa: la cifra absoluta de desempleo es muy negativa, pero la dinámica de la corrección, hasta ahora, ha sido buena. El problema es que la creación de empleo y la reducción de paro se están ralentizando. Todavía la creación de empleo es importante, pero cada vez cuesta más seguir incrementando el número de puestos de trabajo y, sobre todo, disminuir la tasa de paro.

En conclusión, al comienzo de la gran recesión la economía española padecía todos los desequilibrios posibles. En el sector exterior había perdido competitividad, tenía un galopante déficit externo y su deuda externa crecía sin control, el sector público tenía las cuentas desequilibradas y la deuda pública crecía con el mismo descontrol que la deuda externa, había estallado una burbuja inmobiliaria y crediticia que hacía insolvente el sistema financiero, y el mercado de trabajo batía récords de destrucción de empleo y de cifra de paro. Diez años más tarde, la deuda externa está alta, pero se reduce a buen ritmo, y continuará haciéndolo siempre y cuando mantengamos nuestra competitividad. El sector financiero está mucho más saneado, los precios del sector inmobiliario son más realistas y estables, y el crédito evoluciona de forma mucho más moderada. Pero nos queda mucha labor que hacer en las cuentas públicas, en las que se ha interrumpido la reducción del déficit estructural, y en mercado de trabajo la actual tasa de paro no puede consolidarse como la tasa de desempleo estructural de nuestra economía.

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