
¡El centro ha muerto! ¡Larga vida al centro! Este lema que se emplea como expresión ritual en la sucesión de las monarquías, es ahora de necesaria aplicación a la vida política española tras el estrepitoso fracaso de Ciudadanos en los comicios del 10-N y que deja ahora huérfanos de referencia a los más de cuatro millones de españoles que en abril votaron a la formación naranja desde la moderación y que sólo seis meses después se han visto defraudados por los bandazos ideológicos y la estrategia errática del partido en el que confiaron y, sobre todo por el líder que parecía llamado a resucitar el legado y el sentido del Estado de Adolfo Suárez.
Un Albert Rivera que lo tuvo todo en su mano para sentarse en el Consejo de Ministros, para frenar los desmanes políticos de Sánchez y evitar ese mènage á trois antinatural con los populistas y nacionalistas. Pero no fue así. Rivera se obcecó en el "no es no" a Sánchez, y como el visir Iznogud se empeñó en querer ser el califa de en lugar del califa condenando al partido a una caída histórica que le ha llevado prácticamente a la irrelevancia dejando sin asiento en el Congreso a los principales dirigentes del partido, el secretario general José Manuel Villegas, el secretario de Organización Francisco Hervias, el de Acción Institucional José María Espejo-Saavedra, el que fuera el portavoz en el Congreso Juan Carlos Girauta y su segunda Melisa Rodríguez, entre otros, descabezando así también al Grupo Parlamentario.
"Estamos en la recta final de la campaña y nadie vota a un partido perdedor" comentaba en las vísperas electorales un destacado dirigente de la formación naranja, para añadir que "si esto ocurre Arrimadas se echaría en brazos del PP, algo que parece ya está haciendo Begoña Villacís en Madrid y nos hemos cargado el partido". Un movimiento a la fuga del que también se habla en círculos de otros partidos, especialmente en la sede popular de Génova donde algunos hablan ya de ofrecer la presidencia de la Comunidad a Ignacio Aguado, pero también en el PSOE e, incluso, en Vox, que ya ha lanzado a Girauta cantos de sirena.
Una sublimación la de Ciudadanos que no es nueva en la historia del centro político en España que parece marcada por una maldición profética apoyada en los egos y personalismos de sus líderes. Recordemos los antecedentes de UCD, CDS y UPyD. Y que no es sino consecuencia de haber dejado de cumplir la función para la que nacieron y la que la ciudadanía les asigna.
Rivera hizo que Ciudadanos dejara de ser útil y por eso ahora es un partido irrelevante
Los partidos de centro no son formaciones ideológicas en el sentido estricto del término. Tienen ideología, por supuesto, entre el liberalismo y la socialdemocracia, pero desde la óptica del votante su desarrollo y pervivencia se cimenta en función de su utilidad para ser bisagra y facilitar gobiernos estables a su derecha y a su izquierda evitando los pactos y el chantaje permanente de los nacionalismos y los independentismos que han utilizado los privilegios que les concede una ley electora injusta y obsoleta para minar el sistema y vulnerar el principio de igualdad entre los españoles que consagra la Constitución.
Para eso nació Ciudadanos y al comprobar los electores que había dejado de ser útil para cumplir con su misión les han dado la espalda materializando un divorcio que no se arregla con la dimisión de Rivera, en un gesto que le honra pero que era la única consecuencia posible a sus errores estratégicos y personales.
Errores que persisten alargando la indefinición sobre el futuro y la orfandad de liderazgo. Aplazar el congreso extraordinario hasta la primavera es un período demasiado largo y con demasiadas encrucijadas en el camino que pueden llevarlos a la extinción por deserción justo cuando España más necesita un centro reformista fuerte al que el sanchismo ha traicionado en el PSOE y que algunos dirigentes del PP todavía se resisten a ocupar.