
El gran resultado de Vox ayer, con 3,6 millones de votos y 52 escaños, es un desenlace cosechado tras ya varios años de una oleada de indignación social ante las graves amenazas que enfrenta España. "Hemos hecho una gesta", apuntaba ayer el líder del partido, Santiago Abascal. Y razón no le falta. Recuerde usted donde estaba la formación hace tan solo un año.
La indignación ante el peligro -económico y social- que generan los separatistas ha cristalizado en el único partido que defiende algo en voz alta. Mientras el resto, con sus mismas ideas, compran con el silencio su supervivencia a corto plazo para poder llegar, o permanecer, en la Moncloa y aprobar unos presupuestos.
La diferencia es que, ahora, la suerte de Don Tancredo no le ha servido a Casado. Tampoco le ha bastado a Rivera, que hace bien poco ganaba en Cataluña y ayer firmaba el mayor batacazo electoral de la noche. La derecha se ha cansado del silencio.
Rivera, ahora dimitido, no ha sido capaz de encauzar su victoria en Cataluña. Ha tenido que aparecer Vox, a quien Rivera se empeñó en menospreciar, para canalizar en Madrid todo ese hartazgo con la Cataluña separatista.
¿Qué ha pasado?
Todo empezó con una exhumación. El anuncio de la intención del Gobierno de Sánchez, nada más llegar, de sacar a Franco del Valle de los Caídos desconcertó a la derecha. La única formación capaz de defender que "a un muerto no se le toca" -algo que piensan muchos españoles- ha sido Vox. Y de aquellos polvos, estos lodos.
Sin embargo, la principal ventana de los españoles para conocer la formación de Santiago Abascal ha sido el juicio del Tribunal Supremo. La vergüenza de que haya sido el único partido que se haya presentado en este procedimiento para defender el orden constitucional ha hecho que, muchos votantes, dejen de lado otras de sus prioridades y se centren en "lo importante", el orden constitucional.
Rivera, el llamado a combatir el separatismo, cambió en pocos meses de estrageia. Muestra de ello, la elección de Manuel Valls para el ayuntamiento de Barcelona, que ha entregado el consistorio a Ada Colau. Un movimiento inexplicable que le ha restado mucha credibilidad entre los constitucionalistas. A ahí estuvo siempre Vox para recoger el testigo.
Un mantra, repetido por Casado y recogido por el stablishment, ha sido que quizás Vox tenía capacidad para conectar con el votante, pero que le faltaba para Gobernar. Sin embargo, la situación en Andalucía ha contribuido a ver a la formación como un partido capaz ya de Gobernar.
No se mucho de esto, pero si hay algo claro es que ayer, ganaron los atrevidos y los que se han puesto de perfil y han invocado su capacidad de gestión -malditos burócratas- se han pegado el costalazo.