
Querido Alfonso. Como bien sabes odio los obituarios, porque en muchos casos los escriben ajenos y en otros se hacen ejercicios de impostura, de falsa cercanía y se dicen cosas grandilocuentes de las personas cuando se ha marchado, halagos que se debían haber dicho cara a cara cuando la cercanía era real. Como sabes, en muy contadas ocasiones los he escrito, salvo cuando se trata de amigos muy queridos. Por eso hoy prefiero escribirte una carta en primer persona para volver a decirte cosas que siempre te he dicho.
Tu destino y el mío se cruzaron nada más crearse el equipo fundacional de El Mundo. Me había llamado Pedro J. para ser corresponsal político, cargo en esos momentos que pretendía dotarse de contenido. Me habló de ti poniendo tu nombre: Alfonso de Salas como garantía de éxito del proyecto y ese nombre que ya era sinónimo de democracia, libertad y periodismo iba a acompañarme en toda mi carrera profesional. En ese momento le dije no, pero cuando poco después me sume a la aventura como entrevistadora supe que tenía un aliado en aquel hombre grande, de aspecto imponente, voz rotunda y educación exquisita en el fondo y en las formas, aunque apenas nos conocíamos.
Te gustaba la política mucho y como tenías tinta en las venas la simbiosis era perfecta y nuestras conversaciones siempre acababan en lo mismo, en lo que podíamos hacer desde nuestra responsabilidad de contadores de historias por mejorar las cosas. Siempre has tenido claros conceptos fundamentales, que gracias a gente como tú han engrandecido nuestro país. No solo compartías el espíritu que guió a los padres de la Constitución sino que no solías poner puertas al campo ni eras de poner luces cortas cuando aparecía una nueva forma de entender la política, la economía o la sociedad.
Siempre has sido templado, rompedor y un hombre adelantado a tu tiempo. Por eso, cuando Amador Ayora y tú me ofrecisteis hacer una entrevista política pura y dura al más alto nivel para tu otra gran criatura, elEconomista, muchos se echaron las manos a la cabeza y yo acepté el reto, sabiendo que no iba a ser fácil, pero una vez más el gran hombre se convirtió en mi escudo protector. Tanto en los encuentros con los políticos como en nuestras comidas solos o con los responsables de las más altas instituciones del Estado, has sido el mismo, un hombre templado de ideas firmes y principios de acero, un demócrata y un patriota, en la verdadera acepción de la palabra. Un hombre de honor en tiempos revueltos donde la palabra dada se convierte en papel mojado.
Te has ido, hombre grande, pero el gran hombre está ahí y estará siempre en cada palabra, en cada línea y en cada negrita. Nos enseñaste a ejercer el contrapoder, a no doblegarnos y a ser periodistas. ¡Nada más, pero nada menos que periodistas! Tu recuerdo nos hará más fuertes, querido Alfonso, mi gran amigo. No te digo adiós, sino hasta siempre.