
Comienzo en este momento, sin duda, el artículo más difícil de mi trayectoria, el que nunca querría haber escrito en estas sus páginas. Pero tengo que escribirle. A él, a Don Alfonso. A la persona que, con su ejemplo, me rearmó de razones para seguir perseverando en este oficio, el más bonito que existe. A quien puntualmente tuvo a bien felicitarme, vía correo electrónico, por mis artículos y entrevistas. A quien iluminó una cena de Nochebuena con uno de esos positivos mensajes, con el momentum delicadamente elegido.
Escribo a Alfonso de Salas, quien, sin saberlo, me acompañó desde el principio en esta profesión. Di mis primeros pasos en la prensa mientras escribía una tesina sobre periodismo económico. Simultáneamente, elEconomista hacía sus números cero, y el renacimiento de esta cabecera fue el hilo conductor de aquel texto.
Poco tiempo después, entré a formar parte de este sólido equipo, gracias al cual aprendo cada día. De todos, de mis superiores, de mis compañeros y, por supuesto, de él, de un editor de raza de los que, segura y desgraciadamente, ya no se van a repetir.
Por eso quiero brindarle el mejor homenaje, el que más le gustaría, el de seguir trabajando con la mayor entrega e ilusión posibles por la información y la independencia. Quiero disolver ese golpe helado que congeló los pasillos de esta casa desde la madrugada del pasado martes y sobreponerme.
Sobreponerme, sí. Porque he de hacerlo, hemos de hacerlo, desde esta redacción que él hizo posible y que jamás, nunca, de ninguna manera, bajo ningún concepto, puede permitirse olvidar lo afortunada que ha sido por haber trabajado con él y por poder ayudarle a escribir su audaz e indeleble página en la Historia del periodismo español.