
¿Se ha planteado en algún momento qué quiere hacer con su cuerpo una vez haya fallecido? La respuesta a esta pregunta, incómoda porque hace referencia a algo inevitable e incontrolable, empieza a tener en España un cambio de tendencia: los ciudadanos se van decantando por las cremaciones en lugar de los entierros tradicionales. La incineración gana fuerza en nuestro país derribando progresivamente las diferencias culturales de las regiones, consolidándose como uno de los baluartes del sector en Europa mientras batalla por los problemas medioambientales derivados de su propia actividad que afectan al cambio climático.
En España, según los datos demográficos de 2018 de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios (PANASEF), fallecieron 426.053 personas y, de ellas, el 41,22% fueron incineradas. La cifra supone un crecimiento de más del 5% en tan solo tres años y escenifica un panorama claro en el sector funerario: la imagen de la próxima década será la de un país que haya cambiado, definitivamente, el último adiós de sus habitantes.
La previsión es que la incineración sea el método más usado en poco tiempo. "Pensamos que en cinco o seis años sobrepasará el 50% con creces", asegura Alfredo Gosálvez, secretario general de PANASEF. Los datos son significativos, porque en 2005 solo el 16% de los fallecidos elegían una forma de despedida eclipsada históricamente por las inhumaciones.
Este crecimiento supone un cambio en la mentalidad de los españoles que, sin embargo, no tiene lugar en todas sus regiones. El factor cultural entra en juego y deja una distribución desigual por toda España. Gosálvez apunta que la cremación se afianza en el sur del país (Andalucía tiene el 25% de todos los hornos del país, de acuerdo con los datos de 2017) y en los núcleos urbanos, mientras que en el norte y en las áreas rurales no tiene tanta presencia. "Va un poco en función de los cambios y aspectos culturales de la población en cada sitio", certifica.
Cruzando barreras dentro de su territorio, los datos de la incineración en España marcan máximos en Europa en cuanto al número de hornos en el continente (422). No es así en lo referente al peso de la cremación, ya que países como Reino Unido y Alemania presentan cifras más altas. Al menos, según los últimos datos vigentes, que datan de finales de 2015.
Ya por aquel entonces se evidenciaba una doble realidad: el liderazgo español en centros crematorios y, a la vez, que otros países asumían una mayor carga de cremaciones con menos hornos. Desde entonces, en cuatro años el número de hornos ha crecido en más de un 17%.
La "incineración de cadáveres humanos o restos de exhumación" es una actividad potencialmente contaminadora de la atmósfera
El progresivo aumento de estas instalaciones pone al gremio frente al espejo con un tema candente: la protección del medioambiente. La "incineración de cadáveres humanos o restos de exhumación" está recogida dentro del catálogo de actividades potencialmente contaminadoras de la atmósfera (CAPCA) y ha obligado a las empresas del sector a una serie de precauciones que han convivido históricamente en un clima de vacío legal al no haber uniformidad en la legislación.
Ante esta situación, en 2018 el Gobierno se puso manos a la obra para, junto con las Comunidades Autónomas, crear una Guía de Consenso sobre Sanidad Mortuoria en la que se propuso una serie de medidas, entre otras cosas, para contener el posible impacto en la emisión de gases de los hornos crematorios.
La Guía ponía en el foco de atención "los gases de combustión, el ácido clorhídrico, las partículas, el mercurio, el carbono orgánico total y las dioxinas y furanos" y emplazaba a que los futuros centros jamás se localizasen a menos de 200 metros de núcleos poblacionales o espacios vulnerables (con presencia de personas de avanzada edad o menores de edad, entre ellas) y preferentemente en "suelos de clasificación industrial".
Frente a este problema, las empresas tratan de ajustarse a los requerimientos de la normativa europea, que actúa de faro frente a la falta de uniformidad en España. Octavio Sardá, de Mifora, asegura que "la incineración debe ir rigurosa y estrictamente ligada a un proceso de filtración" y que "hoy no se entiende" un equipo de cremación sin estos equipamientos.
En palabras de Sardá, estas instalaciones ya necesitan de la homologación europea y recogen "las partículas de sólidos en suspensión, mercurios, sulfuros y furanos". El empresario pone el foco sobre los centros de menos de 800 cremaciones al año, los que no están obligados aún a tener filtro, pero es optimista respecto al resto: "Con esta tecnología no haría falta, se podría poner un horno crematorio en mitad de un centro urbano sin riesgo".
Félix García, de Funeco, no lo tiene tan claro: "Para nada concibo que incluso con los filtros no contaminen". Bajo su punto de vista, los altos costes de los filtros a los que empieza a obligar la Unión Europea ("en torno a unos 600.000 euros) hacen que todavía "muchos no los tengan".
"En el proceso de combustión se generan dioxinas, los componentes derivados de la combustión de tejidos: plomo, mercurio, azufre...estas dioxinas, agentes contaminantes que se lanzan al aire, a la troposfera y caen hacia abajo porque la Tierra es un sistema cerrado", explica García, que también hace mención a los clavos, maderas, lacas e incluso sedas que contienen los ataúdes.
Pero no solo la cremación acarrea problemas de contaminación. Los entierros tradicionales llevan consigo la llamada "mancha verde cadavérica", los fluidos (lixiviados) derivados del proceso de putrefacción que van a parar al subsuelo y que afectan a las aguas freáticas. Por tal razón, en la actualidad se están investigando nuevos procesos que buscan reducir al máximo el daño al medioambiente y la mayor sostenibilidad posible.
La hidrólisis alcalina y los entierros ecológicos, alternativas aún experimentales que buscan una mayor sostenibilidad en el último adiós
Octavio Sardá pone la de su empresa encima de la mesa: "Se congelan los cuerpos a muy baja temperatura y el cuerpo queda como un cristal. Después, con un ultrasonido se rompe y luego lo hidrolizan". Explicada de somerísima manera, es la hidrólisis alcalina, que deja un único problema: el de evacuar los líquidos que deja. El proceso se está llevando a cabo en EEUU, uno de los países con técnicas más avanzadas.
Félix García aporta la de Funeco: lo que se ha encargado de llamar 'entierros ecológicos en cementerios ecológicos'. Someter a los cadáveres a un proceso de nitrógeno líquido para que desalojen todos sus fluidos (aproximadamente el 70%, según el Instituto Anatómico Forense), que es donde se acumulan los productos químicos, que van a parar a una bombona de lixiviados donde se analizan y destruyen con geles y sustancias enviadas a un colector urbano a la planta depuradora: "El cadáver, una vez esterilizado, serviría de compost a un árbol en un ataúd de reducidas dimensiones". Una prueba (aún experimental) más contra un cambio climático al que se trata de combatir desde todos los frentes, incluso desde el 'más allá'.