Acaba de terminar la primera mitad de un año que, en sus inicios, si se atendía al aspecto macroeconómico, prometía ser un buen ejercicio para los inversores de la historia reciente. Muchos analistas destacaban lo inusual de ver un crecimiento sincronizado como el que se preveía para 2018, prácticamente en todas las regiones del mundo.
Era un ejercicio para estar en bolsa, con el foco orientado hacia Europa, donde las valoraciones eran más atractivas que en Estados Unidos, según explicaban muchos expertos. Sin embargo, termina el semestre, y las bolsas europeas arrojan pérdidas al inversor, del 4,2 por ciento en el caso del Ibex 35, mientras Wall Street está prácticamente en el punto de partida. Además, el optimismo por el crecimiento económico ha mutado en preocupación por el estridente aporreo de tambores de guerra comercial.
El miedo se deja sentir en el mercado: volatilidad, fuertes caídas de las bolsas, incrementos de las primas de riesgo de los países periféricos de la eurozona, descensos de los indicadores de sentimiento, prudencia entre los banqueros centrales y los principales mandatarios… Inversores, gestores y analistas empiezan a dudar sobre si las bravuconadas proteccionistas del presidente de EEUU, Donald Trump, son solo un "estilo de negociar" o si realmente acabarán desencadenando una guerra comercial de consecuencias inesperadas, quizá con final en una nueva recesión global. Algo que en los últimas décadas solo ha ocurrido una vez, en 2009, con las dramáticas, inéditas hasta ese momento y bien conocidas hoy consecuencias en los mercados.
Cecilia Malmström, comisaria de Comercio de la Comisión Europea, es una de las voces que ha avisado recientemente del riesgo de que se materialice esta última posibilidad. En Bruselas, esta misma semana, destacaba que todavía no se ha iniciado "una guerra comercial, pero nos estamos moviendo en esa dirección, y estamos muy preocupados con lo que está ocurriendo en estos momentos". Estas declaraciones seguían a las que hizo el viceprimer ministro de China, Liu He, cuando, después de reunirse el lunes con el vicepresidente de la Comisión Europea, Jyrki Katainen, señaló que "China y la Unión Europea se oponen firmemente a las decisiones comerciales uinilaterales y al proteccionismo, y pensamos que estas acciones pueden generar turbulencias y una recesión en la economía global".
El Banco Central Europeo (BCE) también considera el auge del proteccionismo como el gran riesgo que amenaza ahora a la economía. En su último boletín, publicado el pasado jueves, advertía de que "el balance de riesgos se ha deteriorado recientemente, con el riesgo bajista predominando en el medio plazo. La implementación de aranceles al comercio y mayores medidas proteccionistas representan un riesgo clave".
Estas medidas a las que se refiere el BCE empezaron a llegar el pasado mes de marzo, cuando Donald Trump anunció aranceles a la importación de acero y aluminio de China. Pocas semanas después, otra ronda de aranceles a productos chinos, por valor de 50.000 millones de dólares, se implantó en EEUU, una medida que China contestó con la misma cantidad a la importación de bienes estadounidenses. A finales de mayo, el presidente norteamericano decidió que tocaba el turno de gravar el acero y el aluminio de Europa, Canadá y México, a lo que la Unión Europea contestó con nuevas tasas a algunos productos emblemáticos estadounidenses. Trump no se quedó quieto, y contestó rápidamente con la amenaza de un arancel del 20 por ciento a los automóviles europeos.
Ward McCarthy, economista jefe para Estados Unidos de Jefferies, destaca que la economía estadounidense está ahora en "uno de los mejores momentos en décadas", aunque no esconde que "el mayor problema es Washington. Me gusta describir EEUU como un gran lugar, fuera de la Casa Blanca. El mayor problema reciente es la política comercial de la Administración actual. En mi opinión es un gran error. Las guerras comerciales no son positivas, ya que si las ganas es una victoria pírrica, y en el sistema capitalista no es eso lo que buscas: buscas crecimiento", explica el experto.
Las señales del mercado
Uno de los indicadores que asustan y que citan insistentemente los que peinan canas en el mercado es la conocida curva que representa el diferencial entre la rentabilidad que ofrece el bono soberano a 10 años (referencia de largo plazo) de Estados Unidos y el interés del papel a 2 años (corto plazo). Actualmente, se encuentra aproximadamente en 30 puntos básicos, mínimos no vistos desde 2007, justo antes de que estallara la crisis. "Ese aplanamiento de la curva, que cada día que pasa se acerca más a la inversión, suele ser un presagio de caída de la actividad económica", reconoce Juan Ignacio Crespo, asesor del fondo de inversión Multiciclos Global de Renta 4.
"Cuando este diferencial ha llegado a los 20 enteros o por debajo se ha producido una recesión en los EEUU en los siguientes 16 a 20 meses", añade Jorge Nuño, gestor de Fidentiis Gestión, quien cree "que la pendiente actual de la curva recoge la visión de consenso que gira alrededor del riesgo de recesión en la primera economía del mundo a partir del segundo semestre de 2019, pero nosotros pensamos que el ciclo americano tiene más recorrido".
Los índices de sentimiento son también buena muestra del menor optimismo en las economías desarrolladas respecto a comienzos de año. Los PMIs -sondeos de opinión empresarial- han retrocedido hasta mínimos anuales en China, Estados Unidos y Europa en sus últimas lecturas, pero siguen marcando expansión. Más preocupante son la encuesta ZEW a analistas sobre expectativas de crecimiento económico en Alemania, que entró en terreno negativo ya en abril y que sigue en mínimos desde 2012, y, sobre todo, el índice de sorpresas de Citi.
Este selectivo refleja en qué medida los datos macroeconómicos han superado o no las previsiones de los analistas. Más arriba significa más sorpresas positivas. Más abajo, negativas. En este caso, tanto para la eurozona como China llevan en cifras negativas desde finales del primer trimestre de este mismo año y para EEUU está rozándolas. "O sea, como siempre: datos en las dos direcciones posibles (a mejor o a peor) además de los que permanecen igual, aunque de fondo persiste la inquietud sobre el impacto en la economía global de las tensiones comerciales", reflexiona Juan Ignacio Crespo.
Para Javier Niederleytner, profesor especializado en mercados financieros del IEB, "el fondo de la economía sigue fuerte y el proteccionismo debería ser extremo para que entráramos en recesión". En su opinión, "un PIB que se deteriorara sería el mejor indicador" de este supuesto, aunque asegura que "un indicio primer se puede encontrar en beneficios de empresas muy enfocadas a la exportación a la baja". En las estimaciones de las ganancias no hay, de momento, grandes rebajas, pero en bolsa es sintomático que las mayores caídas en el último mes las han sufrido sectores como el automovilístico en la eurozona o el tecnológico en Wall Street.
"En general, vemos un sesgo hacia la desaceleración, y aunque los datos siguen siendo relativamente benignos, creemos que hay motivos de precaución sobre las perspectivas de crecimiento en la segunda mitad de 2018", admite el equipo de analistas de Fidelity International, que observa tres obstáculos para la economía mundial: "Una política monetaria cambiante, la desaceleración china y el aumento de los precios del petróleo". En el mercado de los recursos básicos también encuentra indicios preocupantes Juan Ignacio Crespo, quien señala que "la cotización de los metales industriales baja en el año un cerca de un 6 por ciento, con lo que se convierten en la categoría de materias primas de peor comportamiento en lo que va de año y siembran las dudas sobre la fortaleza de la economía global".
El riesgo de la recesión
Ver una caída en el crecimiento económico global por las tensiones comerciales actuales no es una exageración. Javier Herreros de Tejada, jefe de inversión de BrightGate Advisory, confirma la posibilidad de que las medidas proteccionistas terminen desembocando en una recesión: "Una espiral creciente de tarifas y aranceles, además de producir una inflación de costes, una asignación ineficiente de la producción y, a largo plazo, una reducción de la productividad generan una gran incertidumbre en las empresas que tienen que tomar decisiones de inversión. Todo eso ralentiza el crecimiento, y el escenario de menos crecimiento y más inflación puede derivar fácilmente en una recesión".
Ahora bien, para Herreros, todavía no ha empezado una guerra comercial, y explica cómo "la mayor parte del mercado cree que no habrá tal guerra. El liberalismo tradicional republicano defiende el libre comercio, y Trump está siguiendo una estrategia negociadora, observa.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España, matiza la posiblidad de entrar en una situación tan grave como una recesión: "Las medidas proteccionistas por sí mismas no tienen porqué traer una recesión. Otro tema es que estas medidas, en combinación con otras, pueden desequilibrar la economía. Es lo que Paul Bernanke ha definido como momento coyote: la suma de los recortes impositivos de la Administración, el aumento de gasto de más de 300.000 millones de dólares, junto a la guerra comercial puede generar la caída del coyote por el precipicio, mientras le mira el correcaminos. El problema es que si EEUU entra en recesión, después vendrían los europeos, y seguidamente otros muchos".