
La primera mitad del año 2017 se ha caracterizado por un régimen de volatilidad de los activos de riesgo extraordinariamente benigno. La volatilidad es una medida de la dispersión de las rentabilidades de los activos financieros respecto a su media y es la más utilizada a la hora de ponderar el riesgo de las inversiones.
En este contexto, la volatilidad realizada en los principales índices mundiales ha sido durante la primera mitad del año de apenas un 50% de su media histórica. Por ejemplo, el índice mundial de MSCI, que por su gran diversificación tiene unos bajos niveles de riesgo, ha tenido una volatilidad anualizada del 6% en los primeros seis meses del año, cuando su media de 10 años alcanza el 17,6%.
La explicación a estos bajos niveles de dispersión en los rendimientos de las acciones puede deberse a varios factores, siendo uno de ellos un entorno macroeconómico muy tranquilo, que ciertamente ha sido la tónica de los últimos meses. Otra explicación que suele ofrecerse tiene que ver con la complacencia de los inversores, que podrían ignorar la aparición de nuevos riesgos confiados en el mantenimiento de una tendencia favorable en los mercados. Por último, cabe deducir que también ha tenido un efecto beneficioso sobre la volatilidad la gran predictibilidad que hemos disfrutado respecto a las políticas monetarias de los principales bancos centrales del mundo.
En efecto, hasta hace pocas fechas, los movimientos futuros de los bancos centrales estaban completamente descontados por los inversores: se sabía que la Reserva Federal iba a subir sus tipos de interés 25 puntos básicos en tres ocasiones a lo largo de 2017. Asimismo, el BCE mantendría sus programas de compra de activos de renta fija sin cambios hasta marzo de 2018 y, probablemente, no veríamos subidas de los tipos oficiales en la eurozona hasta 2019. El Banco de Japón, por su parte, mantendría sin cambios sus programas de estímulo monetario.
Este proceso de comunicación de las intenciones de los bancos centrales a los mercados, conocido como forward guidance, persigue no sorprender a los agentes económicos y evitar movimientos agresivos en los mercados financieros con decisiones que no hayan sido previamente anticipadas. Como es evidente que el grado de expansión monetaria actual no es sostenible y que de forma progresiva deberán normalizarse los actuales estímulos, el riesgo que afrontan ahora los bancos centrales es que en algún momento puedan ser mal interpretados sus mensajes.
Concretamente, unas recientes declaraciones de Mario Draghi, presidente del BCE, hicieron creer a los inversores que la institución empezaría antes de lo previsto a reducir sus programas de compra de renta fija, lo que provocó un fuerte repunte en las rentabilidades de los bonos soberanos y una significativa apreciación del euro.
Estos movimientos en los mercados de deuda se trasladan también a las bolsas de dos formas distintas: en primer lugar, las exigentes valoraciones bursátiles actuales empiezan a estar comprometidas en un entorno de subidas de tipos de interés, que constituyen una inversión alternativa que aumenta su atractivo relativo. Por otra parte, puede producirse una intensa rotación sectorial, ya que la subida de los tipos de interés penaliza a los sectores defensivos y favorece a los cíclicos, con el sector financiero como gran beneficiario.
Asimismo, los repuntes en la cotización de las divisas afectan negativamente a la competitividad exterior de los países, pudiendo lastrar el comportamiento de los sectores más exportadores.
De esta forma, y teniendo en cuenta que veremos una progresiva normalización monetaria en los próximos meses, aumentan las probabilidades de que los bancos centrales empiecen a ser menos predecibles, provocando con ello un incremento del régimen de volatilidad, que ya hemos empezado a apreciar con más claridad durante las últimas semanas.
Esto no debería implicar, per se, un cambio significativo en la actual tendencia alcista de los activos de riesgo, que debería mantenerse en el actual escenario de crecimiento de la actividad global y de repunte en los beneficios empresariales, pero sí devolvernos a un entorno de volatilidad más normalizado, que podría sorprender a los inversores menos experimentados.