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Redes sociales y escasa educación financiera: cuando el tuerto es el rey

  • Cuando un consejo viraliza por prometer riqueza rápida, se confunde autoridad y popularidad 
  • Es justo reconocer la capacidad de las redes sociales para transmitir conocimiento de forma accesible y atractiva
  • La información financiera circula a menudo en sentido contrario al del sentido común
Educación financiera: transmitir conocimiento de forma accesible y atractiva
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20% de rentabilidad sin riesgo. Solo el 1% de la población conoce este secreto. Invierte desde tu sofá y gana 500 euros al día. Los bancos no quieren que sepas esto. Si hoy has leído alguno de estos mensajes y has pasado de largo, enhorabuena: tu nivel de tolerancia a la desinformación financiera es cero y, por lo tanto, la salud de tu bolsillo está a salvo -siempre, claro, hasta que aparezca un nuevo enlace o titular con clickbait en tu móvil-.

Si formas parte de ese porcentaje (cada vez más abultado) de personas que siente curiosidad y acude a las redes sociales como fuente de información financiera, solo hay una consigna: debes permanecer alerta. Hay algún grano, pero también mucha paja, y con una particularidad: es potencialmente inflamable y perjudicial para quien la confunde y da por válida.

Si no eres de los primeros ni de los segundos, el algoritmo hará el resto: llevando hasta la primera posición de tu pantalla la fórmula para conseguir la libertad financiera (que solo unos pocos gurús conocen y comparten al ingresar en una lista de suscripción). En Internet, la información -especialmente la financiera- circula por autopistas tan rápidas y anchas que a menudo viaja en sentido contrario al del sentido común, y termina convirtiéndose en desinformación financiera.

Es justo reconocer la capacidad de las redes sociales -y de quienes las dominan con destreza- para transmitir conocimiento de forma accesible y atractiva. Son muchos los creadores de contenido que han logrado traducir conceptos complejos y hacerlos comprensibles para el gran público. Y pocas áreas lo necesitaban tanto como las finanzas, un terreno históricamente percibido como frío, técnico y ajeno al interés general. Nada más lejos de la realidad.

Pero ¿es conocimiento aquello que se quiere compartir o solo es influencia (o intento de)? Cuando el conocimiento se supedita a la viralidad, el contenido nunca gana, y el usuario aún menos. Es lo que sucede cuando el ciudadano de a pie no posee los conocimientos financieros necesarios para ver y distinguir el grano de la paja. La información de la desinformación. Y en el país de los ciegos, el tuerto es el rey.

Si el usuario, la audiencia o el lector, no tiene herramientas para evaluar la calidad del contenido, no gana el mejor contenido, sino que solo gana el más vistoso o viral. Sin educación financiera, cualquiera con un conocimiento limitado, nulo o equivocado, puede posicionarse como -falso- referente, más por su influencia, que por su rigor.

Diferenciarlo no es solo nuestra responsabilidad, sino que también puede ser nuestro gran poder para poder ver con claridad y distinguir al rey tuerto de las finanzas que acumula millones de seguidores sin que nadie, o muy pocos, cuestione la profundidad o veracidad de sus consejos.

La educación financiera se revela como el mejor escudo contra los tuertos del conocimiento, esos que reinan en medio de la desinformación. Y apela, de forma especial, a los jóvenes, quienes recurren con más frecuencia a las redes sociales como fuente principal de información, pero al mismo tiempo son los menos dispuestos a invertir lo que más falta hace: tiempo.

Según una encuesta realizada por EFPA España, este grupo prioriza la rentabilidad a corto plazo (65%) y está fuertemente expuesto a contenidos y campañas de marketing relacionados con criptomonedas y activos especulativos (28%). Esa combinación de inmediatez y sobreestimulación explica por qué muchos jóvenes se interesen por opciones de alto riesgo y bajo fundamento.

Cuando un consejo financiero viraliza por su impacto emocional o promesa de riqueza rápida, confundimos popularidad con autoridad. Y solo una ciudadanía con conocimientos financieros sólidos podrá distinguir entre un guía confiable de un mero altavoz o cebo.

Debemos, en definitiva, permanecer en alerta, pues la desinformación financiera siempre está en circulación y, como el agua que se abre paso, encuentra la manera de llegar hasta el usuario, convertido no ya en receptor del mensaje, sino en instrumento al servicio de un emisor que no busca más que monetizar ese mismo mensaje.

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