
Estos días he estado dudando entre dos películas para explicarles cómo veo el mercado. Una me la ha recomendado un buen amigo y se llama Empire, de Andy Warhol. Dicen que es la película más aburrida de todos los tiempos: ocho horas de plano fijo al Empire State Building. Un ejercicio estético que incomoda, desespera y obliga a mirar más allá del movimiento evidente. No pasa nada, pero pasa todo.
Algo así como los mercados la pasada semana, donde la falta de acción no significa necesariamente ausencia de señales. Como decía Einstein, "la realidad es meramente una ilusión, aunque una muy persistente". Y es precisamente esa ilusión de calma, de orden, de subida sin sobresaltos, la que empieza a inquietarme.
Porque sí, el mercado sigue subiendo… pero sin convicción. Como si el guión se hubiera quedado congelado, sin desenlace claro. En Wall Street, no hay que olvidar que el Nasdaq 100, el principal índice tecnológico, desplegó la semana pasada una poderosa vela envolvente bajista semanal que puso fin a una racha de 16 semanas consecutivas cerrando por encima del mínimo de la semana anterior. Un aviso para navegantes que esta semana el mercado ha decidido ignorar, rebotando con más apariencia que fondo. Pero yo no lo olvido.
Ese patrón técnico sugiere que los máximos vistos la semana anterior en los 23.590 puntos ya huelen a techo. Puede que aún veamos un tironcito adicional, incluso un amago de ruptura que invite a los rezagados a subirse al tren. No sería la primera vez que la inercia alcista maquilla la escena final. Pero lo que el gráfico insinúa es claro: el techo se está empezando a dibujar. Y cuando eso sucede, más que buscar la última chispa de euforia, conviene prepararse para la calma tensa que precede al giro. Ni el Dow Jones Industrial, ni el S&P 500, ni el Russell 2000 han logrado siquiera recuperar gran parte de la caída de la semana anterior. Todos ellos muestran ya síntomas de agotamiento, como si les pesara el tramo de rally acumulado desde los mínimos de abril.

