
"Monotonía", dícese de lo contrario que está ocurriendo en la actualidad. Nuevos conflictos bélicos, eventos meteorológicos inusuales, apagones eléctricos, cambios en la política monetaria de los bancos centrales o decisiones inesperadas de los reguladores, impacto de nuevas herramientas tecnológicas, volatilidad inusual de los precios de la energía y de las materias primas, pandemias de dimensiones desconocidas. Y todo ello en un breve periodo de tiempo. Además de las situaciones anteriores, el empresario convive a diario con la posible pérdida de un cliente, la aparición de un producto sustitutivo o la salida de un trabajador clave. Estos eventos generan incertidumbre, siendo el empresario el gran especialista en asumirla y gestionarla.
A principios del siglo pasado, el economista americano Frank Knight profundizó en la diferenciación entre riesgo e incertidumbre. El riesgo es asegurable, ya que puede medirse a través de un cálculo de probabilidades a priori o de métodos estadísticos basados en la experiencia. La incertidumbre, en cambio, no asegurable, está asociada a la aleatoriedad con probabilidades desconocidas. Afortunadamente, en una economía libre de mercado, los beneficios empresariales funcionan como incentivo para mitigar la incertidumbre existente. Sin embargo, cuando la incertidumbre procede de la ruptura del marco jurídico e institucional a nivel mundial, o cuando se cambian las reglas de juego del comercio exterior, con aranceles y barreras administrativas inesperadas, entonces la dificultad de gestión se sitúa en un nivel superior.
A nivel empresarial, un elevado grado de incertidumbre puede provocar una reducción de las inversiones, una mayor tasa de rentabilidad exigida a los proyectos o el retraso de una prevista ampliación de plantilla. Desde inicios de año se empezó a observar algunos datos que alertaban de una mayor cautela empresarial, principalmente para implementar operaciones estratégicas. Según una encuesta realizada por la revista Forbes, el 23% de los consejeros delegados de las empresas preguntadas afirmaban que cualquier nueva inversión relevante podría retrasarse por un periodo estimado de tres a seis meses. Igualmente, los planes de crecimiento inorgánico parecen sufrir un lógico parón temporal. Así, en el pasado mes de abril, el volumen de nuevas operaciones de fusiones y adquisiciones a nivel mundial arrojó la menor cifra desde el año 2005. Algo parecido ocurre en el mercado de salidas a bolsa, donde se espera que el segundo trimestre de este 2025 sea el de menor actividad de los últimos años.
¿Esta ralentización observada en operaciones corporativas es un indicador de una pausa prolongada en nuevas inversiones y decisiones estratégicas a tomar por parte de las empresas? Hay elementos para ser optimista sobre la habilidad empresarial para superar este periodo de incertidumbre, sobre todo observando la capacidad inversora existente, fundamentalmente para activos de infraestructuras, sanidad, energía, defensa o telecomunicaciones, por citar solo algunos sectores. Por un lado, todavía existe una enorme cantidad de capital comprometido (1,3 billones de dólares), todavía sin invertir (el llamado dry powder), en manos de fondos de private equity.
Igualmente, según datos publicados por el BCE, tanto las empresas como los hogares europeos (no es el caso de los gobiernos) tienen un endeudamiento de un 70% y 50%, respectivamente, con respecto al PIB agregado de la eurozona. Estos datos, menores a la media histórica, muestran que el sector privado afronta la situación de incertidumbre con un balance financiero saneado, en términos generales. El mercado de crédito también parece haber aprendido a convivir con el aluvión de noticias y titulares. En el mercado de capitales, las emisiones de bonos corporativos se están colocando de forma exitosa en las últimas semanas, con diferenciales de riesgo de crédito evolucionando de forma positiva, señal de la abundante liquidez existente en fondos de inversión, aseguradoras y fondos de pensiones. Según el Financial Stability Review, publicado por el BCE el mes de mayo pasado, el ratio de morosidad de la eurozona se sitúa cerca de su mínimo histórico. El sector bancario, por tanto, goza de una buena salud, con voluntad de acompañar a las empresas en la ejecución de su estrategia.
En cualquier caso, es de esperar que las compañías reformulen -al menos temporalmente- su presencia internacional, dirigiendo sus inversiones a aquellos lugares con una mayor seguridad jurídica y estabilidad institucional. Adicionalmente, cada vez cobra más relevancia la ubicación geográfica de proveedores y clientes, buscando formas alternativas de gestionar la cadena de producción para garantizar su correcto funcionamiento y minimizar alteraciones inesperadas en aranceles o restricciones administrativas adicionales.
El comercio internacional, con sus formas de hacer, acuerdos tácitos, convenciones, todas ellas fruto de la interacción humana pero no necesariamente de un diseño deliberado, ha facilitado históricamente la coordinación entre las partes. No parece buena idea olvidarse de ello. Riesgo e incertidumbre nos acompañarán siempre, aunque afortunadamente existen mecanismos para mitigarlos. Pero, por si acaso, como dice el refrán, mejor es que no se eche más leña al fuego.