
El sólido arranque de año en las bolsas europeas ha devuelto a la región a los titulares. Con subidas de doble dígito en los principales índices y un comportamiento relativo superior al estadounidense, han resurgido las voces que interpretan este movimiento como el inicio de un cambio de régimen estructural para la renta variable europea. ¿Está justificado este nuevo optimismo?
Sin negar los catalizadores que han impulsado el movimiento alcista, conviene no caer en el error clásico del sesgo de extrapolación: suponer que lo que ha funcionado en las últimas semanas seguirá funcionando en los próximos años. Europa ha sorprendido positivamente, sí.
Pero sorprender no es reformarse. Y sin reformas profundas, estructurales, que alteren los fundamentos económicos e institucionales del continente, es difícil justificar que el movimiento actual se convierta en un fenómeno sostenido.
La realidad es que la renta variable europea sigue cargando con una prima de riesgo estructural, justificada por factores que no han cambiado. En primer lugar, por su arquitectura política. La Unión Europea sigue siendo un proyecto fragmentado, con 27 Estados miembros que actúan bajo calendarios electorales distintos, con prioridades nacionales divergentes y un marco fiscal descoordinado. La toma de decisiones conjunta es lenta, sujeta a vetos y tensiones internas.
En segundo lugar, por la falta de liderazgo efectivo. Alemania, tradicional motor de la integración, ha adoptado una postura más pasiva y replegada. Francia, con ambición de liderazgo, pero con limitaciones internas, no logra proyectar autoridad ni arrastrar consensos duraderos. Este vacío se evidencia en momentos clave, como el reciente episodio de la anulación del freno de deuda en Alemania, aprobado antes de que se constituyera el nuevo parlamento, o en la exclusión de candidaturas incómodas en Rumanía. Son gestos que erosionan la confianza institucional.
Desde una perspectiva económica, la comparación con Estados Unidos sigue siendo desfavorable para Europa. La productividad total de los factores en EEUU es superior, impulsada por una cultura de innovación, un marco regulatorio más favorable y una capacidad estructural para atraer talento y capital. Según el Real Instituto Elcano, Estados Unidos produce entre un 15% y un 20% más por hora trabajada que la media de la Unión Europea. Aunque algunos países como Irlanda, Luxemburgo o los Países Bajos presentan niveles de productividad comparables, se trata de excepciones dentro del conjunto europeo. Su mercado laboral es más flexible, su demografía más dinámica y su sistema financiero —profundo, líquido, global— actúa como ancla del sistema económico mundial. El dólar no solo es divisa de reserva, es herramienta de poder.
La actividad económica europea, por el contrario, está condicionada por un menor crecimiento potencial, una fuerte dependencia del crédito bancario y rigideces estructurales que dificultan la reasignación eficiente del capital. En este contexto, las valoraciones más bajas de los activos europeos no son una anomalía, sino una consecuencia lógica de los fundamentos.
¿Significa esto que el rally europeo es infundado? En absoluto. Existen motivos tácticos legítimos que explican el comportamiento reciente: la reversión de un posicionamiento excesivamente negativo, la expectativa de estímulo fiscal en Alemania, el potencial "dividendo de paz" si se produce una desescalada en Ucrania, y un entorno de tipos de interés más benigno, con un BCE que -aunque más cauto- seguirá recortando tipos.
Pero todos estos factores son de naturaleza coyuntural. Y si bien pueden justificar un alivio en la prima de riesgo o un rebote técnico, no invalidan la necesidad de mantener una mirada crítica y prudente. El riesgo ahora es que la narrativa del "cambio de paradigma" se instale de forma prematura y lleve a decisiones de inversión desalineadas con los riesgos reales.
Invertir en Europa hoy exige reconocer los avances recientes sin ignorar sus límites estructurales. La región ofrece valor relativo, sectores bien posicionados (como defensa, banca o industrial), y oportunidades para estrategias tácticas bien calibradas. Pero confundir táctica con estrategia, y rebote con transformación, puede salir caro.
La prima de riesgo europea no desaparecerá por unas semanas de buen comportamiento en bolsa. Puede moderarse, sí. Pero seguirá presente mientras Europa no afronte reformas profundas que corrijan sus desequilibrios políticos, fiscales y de gobernanza. En los mercados, como en la política, las reformas valen más que los titulares.
Europa no necesita euforia. Necesita reformas.