
El economista Russell Napier redobló su fama de gurú de los mercados al adivinar el regreso de la inflación cuando se luchaba a brazo partido contra la deflación en los albores de la pandemia. Ahora, el analista seguramente más crítico con la represión financiera (el dinero ya no se 'crea' al dictado de los bancos centrales, sino al de unos gobiernos hundidos en el gasto), puede ver aumentado ese reconocimiento si se mira a la triple apuesta que hizo el pasado diciembre. En una entrevista concedida entonces, Napier aconsejó comprar oro, vender bolsa americana y apostar por un venidero boom en el capex (capital expenditure en inglés, inversiones en bienes de capital), especialmente en Europa. Tres meses después, huracán Donald Trump mediante en EEUU, el oro ha subido con fuerza, el S&P 500 vive 'teñido de rojo' y los titulares en prensa alientan ese torrente de dinero hacia el capex.
Con la apuesta en el oro y contra las acciones de Wall Street más que constatada hasta la fecha, resulta interesante repasar las palabras de Napier sobre ese potencial boom del gasto en bienes de capital, un escenario que ya venía avanzando desde años atrás desde la óptica de un alud de inversión "dirigida por el Estado". El hilo conductor a finales del año pasado fue un trascendental discurso de Emmanuel Macron, presidente de Francia, sobre el incierto futuro de Europa.
"De nuevo, lean el discurso de Macron. Dice que, si no aprendemos a construir cosas de nuevo, Europa puede morir. Por supuesto, es propenso a declaraciones exageradas, pero no dice que Europa está un poco enferma. Afirma que Europa puede morir. Es una cuestión de vida o muerte. La construcción de equipos militares es una cuestión de vida o muerte. Invertir se ha convertido en una cuestión de supervivencia nacional. Los gobiernos de todo el mundo se ven en la necesidad de dirigir las inversiones a los fines que quieren conseguir", desarrollaba Napier.
Un repaso a la prensa de las últimas semanas confirma esta 'visión'. Las cancillerías europeas han certificado que EEUU va a ser cada vez más reacio a sufragar la defensa de sus viejos socios en un mundo cada vez más peligroso en el que Rusia es cada vez una amenaza mayor. Los llamamientos a gastar en defensa y seguridad se han multiplicado, con la Comisión Europea hablando de una inversión de 800.000 millones y muchas voces abogando por superar el objetivo del 2% de PIB de gasto en defensa que aconseja la OTAN, esa organización que Elon Musk, CEO de Tesla y asesor áulico de Donald Trump, presidente de EEUU, llama a abandonar.
El caso de Alemania es incluso más revelador. Presa de un estancamiento económico interminable, con una histórica y poderosa industria hundida en la recesión y aplastada por las ambiciosas agendas comerciales de Washington y Pekín, la tradicional locomotora económica de Europa ha aprovechado el reciente cambio político en las elecciones federales para ponerse las 'pilas' y desatar una oleada de inversiones inusitada en el país que ha sido siempre paradigma del ahorro y la austeridad.
Los planes del nuevo gobierno que se perfila en el horizonte entre los conservadores de la CDU/CSU y los socialdemócratas del SPD pasan por romper el férreo freno constitucional de la deuda (0,35% de déficit estructural máximo al año) para invertir en defensa y un fondo de 500.000 millones de euros para infraestructuras que rima bastante bien con las previsiones de Napier.
Recogiendo el testigo del reputado gurú, la columnista del Financial Times Cathy O'Reilly ampliaba recientemente la mira en un artículo: "Los problemas más persistentes que afectan al mundo desarrollado (más que la inflación) serán los que más lastrarán a largo plazo la productividad y mantendrán bajo el crecimiento. Entre ellos se incluyen la demografía, el cambio climático, el aumento de los costes de la atención médica, la seguridad alimentaria y la obsolescencia de la infraestructura tradicional". "El hilo conductor que une estos desafíos es que resolverlos requerirá un gasto de capital sin precedentes", explicaba, haciendo alusión a Napier.
"La premisa es que las industrias que nos permiten abordar estos problemas críticos para la misión atraerán en última instancia flujos sísmicos de inversión en activos físicos", remataba O'Reilly, blandiendo las estimaciones de McKinsey & Company, que sugieren que el gasto de capital en activos físicos ascenderá a aproximadamente 130 billones de dólares hasta 2027, liderado principalmente por las tres D: digitalización, descarbonización y desglobalización.
Un boom que puede ser aún mayor, dado que esta cifra no tiene en cuenta los avances más recientes en campos que consumen mucha energía y requieren mucha computación, como la inteligencia artificial y la robótica, donde la demanda de capacidad para almacenar e intercambiar más datos se superpondrá con los requisitos de gastos de capital para actualizar las redes eléctricas globales, aprovechar la energía renovable, extraer recursos para satisfacer la creciente demanda de baterías y modernizar Occidente en general, enumera O'Reilly.
En este marco, la analista del FT utiliza otro sintagma que está empleando como sinónimo de auge del capex: "Renacimiento de la productividad". El concepto de renacimiento de la productividad no es una simple hipótesis optimista, sino una posibilidad real sustentada en tendencias económicas y tecnológicas concretas que ya se han dejado ver, por ejemplo, en algunos rincones de la economía de EEUU. La productividad, entendida como la capacidad de generar más bienes y servicios con los mismos o menores recursos, ha sido históricamente el motor clave del crecimiento sostenible. En este sentido, el aluvión de inversiones en bienes de capital proyectado en sectores como la digitalización, la descarbonización y la automatización puede sentar las bases para una nueva era de eficiencia productiva. Pero ¿Cómo funciona este renacimiento de la productividad y por qué es tan importante?
Uno de los efectos más inmediatos de este fenómeno es la reducción de los costes laborales unitarios (los célebres CLU que tantos problemas dieron a España durante el periodo previo a la crisis de 2008. A medida que las empresas adopten tecnología avanzada, inteligencia artificial y automatización, la producción se volverá más eficiente, lo que permitirá producir más con menos esfuerzo humano. Este proceso no implica necesariamente una destrucción masiva de empleo, sino más bien una reconfiguración del mercado laboral (algo que se ha podido observar en otras grandes transiciones de la historia), donde el trabajo humano se desplazará hacia tareas de mayor valor añadido, como la gestión, la supervisión y el desarrollo de nuevas tecnologías.
Un círculo virtuoso... si todo sale bien
Además, el incremento del capex -si nada se tuerce- puede impulsar el crecimiento económico sin generar más inflación, un aspecto fundamental en un contexto en el que los bancos centrales han luchado por contener los precios sin asfixiar la actividad económica. La clave está en el aumento de la oferta agregada, es decir, en la capacidad de la economía para producir más bienes y servicios sin tensiones inflacionarias. Si la inversión en infraestructuras, tecnología y energías renovables logra ampliar la capacidad productiva, el equilibrio entre oferta y demanda se mantendrá estable, evitando presiones inflacionistas.
Otro de los beneficios del boom del capex es que puede generar un círculo virtuoso en el mercado laboral. La modernización de las fábricas, la expansión de la producción energética y la digitalización empresarial pueden elevar la demanda de trabajadores cualificados, lo que, a su vez, fomenta una mayor inversión en educación y formación. En este escenario, los salarios pueden aumentar de manera sostenible, no como resultado de una inflación descontrolada, sino gracias a un incremento genuino en la productividad y la demanda de talento especializado. Esta parte es quizá la más compleja, puesto que la escasez de mano de obra podría generar un incremento desmedido de los salarios que desconfigure todo lo anterior.
Sin embargo, si lo anterior no llega a suceder, el círculo virtuoso continuará de la siguiente forma: a su vez, esta expansión de la productividad también favorece los márgenes de beneficio empresarial. Las compañías que inviertan en capital físico e intelectual podrán reducir costes, mejorar su eficiencia y acceder a nuevos mercados con productos más competitivos. La combinación de una mayor producción a menor coste y un mercado laboral más sólido crea un entorno en el que los salarios y los beneficios pueden crecer simultáneamente, algo que rara vez ocurre en fases de expansión tradicional basadas en el crédito o el consumo desenfrenado.
No es solo una 'moda'
Un ejemplo concreto de este fenómeno se observa en sectores como los citados de la inteligencia artificial, la automatización y la transición energética. Por ejemplo, la inversión masiva en renovables no solo reduce la dependencia de combustibles fósiles, sino que también abarata el coste de la electricidad a largo plazo, un factor que puede impulsar la competitividad de múltiples industrias. Lo mismo sucede con la automatización en la industria, donde la robótica permite aumentar la producción sin disparar los costes laborales, lo que a su vez permite ofrecer productos a precios más bajos sin necesidad de deprimir los sueldos. Al mismo tiempo, esta inversión en capex puede ser clave para mitigar la acuciante falta de mano de obra.
En el caso de EEUU, aunque la economía ha comenzado a zozobrar recientemente, se ha podido observar cómo la productividad se ha acelerado bruscamente por encima de la tendencia en los últimos años. Las razones detrás de este auge son diversas. Desde Berenberg señalan en primera instancia que el empleo ha empezado a crecer en sectores más productivos, dejando atrás la concentración de contrataciones en industrias de bajo valor añadido como hostelería, educación y sanidad. Desde la firma opinan que "la productividad podría haber alcanzado el 3% anual si no fuera por la expansión del empleo en sectores de baja productividad en los últimos dos años". Además, la inversión en capital sigue siendo fuerte, impulsada por una política fiscal expansiva y una mayor confianza en el futuro de la economía, señalan estos expertos.
En definitiva, el boom del capex puede marcar el comienzo de una nueva fase (un ciclo dorado) de crecimiento económico estructuralmente más fuerte y equilibrado. Aunque la historia ha demostrado que grandes oleadas de inversión pueden generar burbujas especulativas, el actual contexto sugiere que la transición tecnológica y la modernización productiva no son meramente una moda, sino una necesidad para garantizar la competitividad y la estabilidad económica en las próximas décadas. De este modo, el boom del capex no solo será una bendición para la economía, sino que también puede convertirse en el tercer gran acierto de Napier.