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¿Sigue Europa preocupada por el cambio climático?

Pendientes del cambio climático en Europa

El Banco Europeo de Inversiones lleva varios años realizando encuestas de opinión pública sobre el cambio climático, y el último sondeo, realizado en septiembre pasado, arroja algunas conclusiones interesantes. En primer lugar, en contra de la opinión popular, no parece existir ninguna brecha entre europeos y estadounidenses a la hora de considerar el cambio climático como un problema importante. De hecho, parece que la sensibilidad climática podría haber disminuido algo en Europa en los últimos años.

Una de las cuestiones clave es si la pandemia y el consiguiente shock inflacionista han cambiado las prioridades. En efecto, los problemas vinculados al poder adquisitivo fueron mencionados por el 24% de los encuestados europeos en 2019; este año ha sido del 68%. Esto refleja un equilibrio habitual entre "el fin del mundo y el fin de mes". Sin embargo, no se pudo encontrar el mismo patrón en EE.UU., ya que, aunque el aumento de la preocupación por el poder adquisitivo es muy similar, no se ha producido una disminución de la relevancia del cambio climático como se ha producido en Europa. Por el contrario, la preocupación por el cambio climático perdió mucha fuerza en China, aunque allí el aumento de los problemas de poder adquisitivo fue menor.

Con todo, no hay fundamento para afirmar una correlación entre el cambio en la sensibilidad al poder adquisitivo y la atención prestada al cambio climático. Los países en los que la cuestión del poder adquisitivo ha aumentado más no son necesariamente aquellos en los que la sensibilidad al cambio climático ha disminuido más. Donde sí encontramos cierta correlación negativa –y limitada– es entre el nivel de concienciación sobre el clima en 2019 y el cambio en los cuatro años siguientes. En otras palabras, hay una cierta recuperación en los países que inicialmente estaban rezagados –sobre todo en los pequeños países de Europa del Este– que no compensa la erosión en los países más avanzados.

A pesar de todo, sería demasiado aventurado concluir que la conciencia climática está desapareciendo en Europa. La puntuación obtenida en la encuesta de 2023 sigue situando la cuestión en un lugar muy alto en relación con otros temas que parecen ocupar un lugar cuantitativamente igual o mayor en el debate público. Aunque el cambio climático es ahora el segundo tema más mencionado, la diferencia con el tercero –desigualdad de ingresos– sigue siendo de 11 puntos.

Por otro lado, lo que sí me llama la atención es que los europeos se muestran más preocupados que los americanos, chinos o indios por las consecuencias económicas de la lucha contra el cambio climático. En efecto, la mayoría de los encuestados europeos que considera que la transición creará más empleos de los que destruirá es muy ajustada; en contraste con los encuestados de las demás regiones, donde la visión es ampliamente más optimista, y la misma pauta aparece cuando la pregunta se refiere a las perspectivas de ingresos o la capacidad de conciliar la lucha contra el cambio climático con la preservación de la igualdad.

La mayoría de los encuestados europeos que considera que la transición creará más empleos de los que destruirá es muy ajustada

Este recelo general también se refleja en su disposición a pagar impuestos medioambientales. Los europeos son los menos abiertos a un nivel de impuestos relacionados con el carbono que merme sus ingresos entre un 5 y un 10%. Creemos que estos datos tienen que ver con el hecho de que, en comparación con otras regiones, los europeos ya pagan importantes impuestos relacionados con el medio ambiente. De hecho, ya asumen algunos de los costes de la descarbonización, mientras que otros grupos se han librado en gran medida. En 2021, la recaudación de impuestos relacionados con la mitigación del cambio climático se situó en el 1,6% del PIB en Alemania y el 1,4% en Francia, frente a sólo el 0,4% en Estados Unidos.

En 2021, la recaudación de impuestos relacionados con la mitigación del cambio climático se situó en el 1,6% del PIB en Alemania y el 1,4% en Francia, frente a sólo el 0,4% en Estados Unidos

Esta evolución de la opinión pública nos remite a un problema conocido en materia de mitigación del cambio climático: la dificultad de coordinar las distintas regiones cuando abundan los desacuerdos sobre el reparto de la carga. El discurso dominante en los países en desarrollo es que las economías maduras, al ser de hecho responsables de la mayor parte del agotamiento histórico del presupuesto de carbono del planeta, deberían aceptar transferencias masivas de recursos financieros al Sur, al que ahora se pide que haga crecer su economía sin recurrir a las mismas tecnologías intensivas en carbono desplegadas en el Norte durante su propia expansión. Sin embargo, la opinión pública europea -que por ahora apoya el principio de dicha transferencia por una clara mayoría de 60/40- puede centrarse cada vez más en el hecho de que las emisiones de carbono han ido disminuyendo en sus países, a veces rápidamente, mientras que siguen aumentando de forma significativa en el Sur.

Por supuesto, esta presentación es, al menos en parte, una falacia, porque medir los gases de efecto invernadero en el punto de emisión no tiene en cuenta lo que se "cristaliza" en las importaciones. Por ejemplo, según un informe del Alto Consejo sobre el Cambio Climático, en 2020 las emisiones importadas de Francia eran un 70% superiores a sus emisiones nacionales.

El Mecanismo de Ajuste de las Emisiones de Carbono en la Frontera (CBAM) ayudará a resolver en parte este problema. Una conclusión bien establecida de la teoría económica es que, en última instancia, el precio de un derecho de aduana lo paga siempre el consumidor del país importador. Desde este punto de vista, la CBAM no va a mejorar la situación de los ciudadanos europeos. Sin embargo, al menos supone un fuerte incentivo para que los productores no europeos reduzcan sus emisiones de carbono, o para que los gobiernos no europeos introduzcan su propia versión del impuesto sobre el carbono. Esto podría crear entre los ciudadanos europeos la sensación de que sus políticas nacionales están orientadas a compartir la carga y que, a cambio de algún esfuerzo en su poder adquisitivo, pueden marcar colectivamente la diferencia en las emisiones globales de carbono, que desde el punto de vista de la mitigación del cambio climático es realmente lo que importa.

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