
Hay determinados procesos que cuando se presentan de forma puntual comportan riesgos aceptables; pero, si se repiten o persisten pueden llegar a provocar efectos indeseados. Así actúa por ejemplo, la ingesta excesiva de pescado azul en relación a la acumulación de metales pesados en el organismo. También, lo hace el tabaco, el colesterol o el azúcar. De la misma manera, la inflación elevada durante breve un tiempo es soportable; pero, cuando se vuelve persistente tiene efectos perniciosos severos. La inflación corroe la salud de la economía. Por ello, atajarla de raíz en cuanto da signos de no estar controlada es una tarea prioritaria de las autoridades: bancos centrales y gobiernos.
Permitan que les recuerde que desde enero de 2020 la inflación en España, el IPC, ha subido un 13,5%. Y además, se observa una aceleración de las tasas interanuales desde febrero de 2021 que nos ha llevado a registros históricos multianuales. No sólo es la inflación sino la idea de que las expectativas sobre el comportamiento de la misma sufran un desanclaje. Es decir, que pensemos que las tasas interanuales elevadas serán parte del panorama económico de los próximos años.
La inflación actual podríamos decir que tiene tres componentes identificables. El primero de ellos es anterior a la invasión de Ucrania. Hay una inflación que viene alimentada por el mal funcionamiento de las cadenas globales de aprovisionamiento. Un tema que ha alargado plazos de entrega y ha elevado los costes de distribución.
Piensen en los microprocesadores, ¿en qué posición quedan ahora los fabricantes de bienes que requieren de microprocesadores dependiendo de un tercero lejano en lo geográfico y lo geopolítico? La fragilidad e interdependencia que han aflorado con las disrupciones de las cadenas globales de aprovisionamiento han derivado en una preferencia de todos los países por la seguridad nacional. Y lo hacen a renunciando a unos precios de los input más baratos. De ahí, que por ejemplo, se quieran montar fábricas de microprocesadores más cerca del eslabón final, pese a ser más caro. Es decir, inflación.
Estanflación por la guerra
El segundo componente de la inflación tiene su origen en la invasión de Ucrania que nos ha traído un shock de tintes estanflacionistas por el lado de los precios de la energía (gas, petróleo) que aún perdura: menos crecimiento de la demanda agregada y precios más elevados. La cadena de sanciones y represalias mutuas ha llevado al precio del gas natural de consumo en la UE a niveles elevadísimos (sobre 150 euros el megavatio cuando en 2020 se situaba por debajo de los 20) que están afectando a industria y familias de forma directa e inmediata. También el petróleo ha multiplicado su precio en euros este año 2022 por 1,5 (referencia del futuro Brent), al que hay que añadir el impacto de los márgenes de refino. De esta forma, inputs principales para las industrias y bienes de consumo de demanda inelástica para la mayoría de familias (gasolina, diésel y gas natural) han subido mucho y de forma acelerada.
Y hay un tercer componente que ayuda a mantener tasas elevadas de inflación: las familias, en sentido macroeconómico, y el exceso de ahorro que se produjo con motivo del parón durante el Covid-19. Durante 2020 y parte de 2021, ha habido industrias que han parado literalmente: ocio, turismo, automoción… No se gastaba en viajes o restauración porque no era posible, lo que llegó a producir un exceso de ahorro sobre los niveles habituales en los países de la UE equivalente al 8% del PIB. Es decir, ha habido demanda embalsada que ahora está respondiendo. Cuando ustedes perciben que es difícil ir al restaurante que quieren porque está todo reservado, por ejemplo, están sintiendo los efectos de toda esa demanda embalsada saliendo a consumir.
Durante los últimos trimestres el exceso de ahorro se ha ido eliminando en lo que a las familias se refiere. De hecho, la información más reciente de la que se dispone lleva la tasa de ahorro desestacionalizada de las familias en España al 7,5% (superó el 22% en la anomalía de 2020): es decir, ustedes, en conjunto, han gastado más de lo que ha crecido su renta bruta disponible. Por tanto, en agregado un número relevante de empresas ha podido trasladar a los consumidores finales las subidas de los input sin estropear sus márgenes. Esto tiene un límite más o menos próximo. Los hogares aún podrían soportar una dinámica de precios desfavorables durante uno o dos trimestres antes de alcanzar una tasa de ahorro normalizada (5-7%). O dicho de otra manera, las subidas de precios aún no están destruyendo demanda. Pero los próximos trimestres traerán un escenario distinto. Las familias en los tramos de renta más bajos ya lo perciben.
Hay un elemento final, que preocupa y es la posibilidad de que se desencadenen efectos de segunda ronda: petición de subidas de los salarios como consecuencia de las subidas de los precios. Aún no es visible; pero, las subidas del IPC más allá de las categorías tradicionales alcanzando todo tipo de bienes y servicios no es un buen augurio. De ahí, que ustedes oigan tanto hablar de pacto de rentas. Una medida necesaria que debe de aplicarse con la visión integral de que agentes económicos son tanto las familias como las empresas y las administraciones.
Adicionalmente, en la tarea de controla la inflación están los bancos centrales, nuestro BCE. Su mandato es claro: estabilidad de precios. No tengan duda de que va a cumplirlo. Y es importante que lo haga y sea contundente porque, quizá, el activo fundamental de un banquero central es su palabra. Su credibilidad. Bastó que Draghi apuntase aquel famoso "todo lo que sea necesario" para salvar una pelota de partido al euro.
Después de habernos hablado de "inflación temporal", los banqueros centrales no pueden dudar. Así, ustedes verán como anticiparán sus medidas de endurecimiento monetario en la medida en que los datos se lo permitan. Al fin y al cabo, para fraseando a Karl Otto Pöhl, la inflación es como la pasta de dientes: una vez que la sacas del tubo, es difícil volver a meterla. Cuanto antes se consigan reconducir tasas interanuales y expectativas, mejor.