
Ya circulan. Aunque a modo de prueba, ya es posible encontrarse en plena vía, junto al resto de conductores y peatones, los vehículos autónomos, robotizados y sin conductor. Los expertos aseguran que tanto la normativa como las infraestructuras actuales quedarán obsoletas ante el desembarco por las calles, carreteras y autopistas de estos coches.
El 18 de marzo un coche de la compañía Uber protagonizó el primer atropello mortal de un vehículo sin conductor. El suceso ocurrió en Tempe (Arizona, Estados Unidos). En las imágenes del siniestro se aprecia que la peatón fallecida cruzaba la vía por un lugar prohibido, con una visibilidad casi nula. El Departamento de Policía de Tempe concluyó que, de ser un vehículo tradicional, el resultado habría sido el mismo. Sin embargo, el accidente abrió el debate sobre la responsabilidad en estos accidentes.
"Las ayudas técnicas y tecnológicas a la conducción, los seguros, la normativa de circulación y un sinfín de elementos adicionales, deberán ir adaptándose a las circunstancias y condicionamientos que conllevará la implantación y la puesta en marcha de manera generalizada de estos nuevos vehículos", subraya el magistrado en excedencia Javier Puyol, consultor TIC y socio director de Puyol-Abogados. Puyol asegura que la aparición de estos nuevos coches "conlleva la introducción de profundos cambios en la configuración de nuestras calles y carreteras y de la circulación vial en las mismas, que deberá adaptarse a las exigencias de la conducción autónoma".
Este nuevo fenómeno es tan reciente que ninguna ley recoge todavía sus particularidades. "La normativa legal no está siguiendo la velocidad de los avances tecnológicos. En parte desde el temor a sobrerregular un mercado naciente, minando su potencial de crecimiento y adopción, en parte por aspirar a proteger suficientemente al consumidor en un ámbito tan delicado", destaca Raúl Rubio, socio responsable de ITC de Baker McKenzie en Madrid. "Aparentemente algunos gobiernos están guiando a la industria hacia la autorregulación, pero apostando por un equilibrio fundamental que asegure unos estándares de seguridad razonables", añade.
En cualquier caso, Rubio apunta a las dudas que el legislador tiene aún sobre la mesa en esta materia. "Deberá dilucidarse qué entendemos por conductor en este tipo de vehículos, y sobre quién recae la responsabilidad en caso de accidente: el fabricante del vehículo autónomo o el ser humano transportado dado que supervisa las acciones de éste", explica. El coche accidentado estaba supervisado por un empleado de Uber, que viajaba en su interior. | ¿A quién debe salvar el coche autónomo en caso de accidente?
El asunto de la responsabilidad es el que más dudas levanta. Jordi Sánchez, socio del Área Procesal de RCD-Rousaud Costas Duran, indica que "si el coche es particular, la responsabilidad será del propietario si ha sido causante del accidente". Por el contrario, precisa que "si el vehículo es de una empresa que presta el servicio, más allá de la responsabilidad directa del conductor si interviene culpa, siempre se podrá reclamar la responsabilidad del empleador vía el artículo 1902 y el 1903 del Código Civil.
Ruth Duque, socia del Área de Seguros de RCD-Rousaud Costas Duran, apunta que en España, en el ámbito de las aseguradoras, "todavía no se ha desarrollado este mercado, pero se han iniciado investigaciones". Duque explica que "entre las cuestiones que los aseguradores analizan, están cuáles pueden ser las causas de los accidentes y, sobre todo, cómo y quién debe contratar un seguro". La experta afirma que, por ejemplo, si las causas del accidente se debieran a fallos de software, "probablemente serían los fabricantes del vehículo o del software quienes deberían protegerse frente a reclamaciones".
Nueva revolución
No es la primera vez que los Estados se ven obligados a modificar la ley por la aparición de un nuevo método de transporte. A finales del Siglo XIX, el Parlamento Británico se vio obligado a aprobar los Locomotive Acts, una legislación que adaptaba la normativa a la aparición de los primeros vehículos impulsados por motor -de vapor o gasolina- en un escenario en el que sólo circulaban los de tracción animal.
Para evitar accidentes, la norma obligaba a que 60 metros delante de cualquier vehículo, una persona anunciase su llegada portando un banderín o una linterna roja. También limitó la velocidad a seis kilómetros por hora en todo el país y a tres kilómetros por hora en las ciudades, para evitar siniestros. Al igual que ahora, la incipiente industria del automóvil se vio amenazada por una normativa que favorecía al ferrocarril y al carruaje de caballos.
"Entonces, también se generaron dudas y críticas entre la población, pero su utilidad y el avance de los desarrollos técnicos los ha generalizado de manera definitiva. Los vehículos autónomos han venido para quedarse", concluye Javier Puyol.