
Desde que Barack Obama aprobó su ley de reforma sanitaria en 2010, la sanidad ha sido un tema principal en las campañas electorales en Estados Unidos, siempre en un mismo sentido: las promesas de los republicanos de que la derogarían cuando consiguieran el poder. En las legislativas de este año, por quinta vez consecutiva, la sanidad es uno de los temas más mencionados en los discursos de los candidatos. Pero esta vez algo ha cambiado: los demócratas ahora están proponiendo pasos de cara a la creación de un sistema público de salud y los republicanos, a la defensiva, están optando por abrazarse a la ley que intentaron derogar hace apenas un año.
Desde que comenzó la legislatura, en enero de 2017, un numeroso grupo de diputados y senadores demócratas, encabezados por aspirantes presidenciales como Bernie Sanders, presentaron el plan de "Medicare para todos", en referencia al sistema de sanidad pública para pensionistas que existe en el país desde 1966. Su plan es crear un sistema de seguro público, que sería financiado con subidas de impuestos.
El proyecto, revolucionario, todavía no ha pasado del borrador, y hay tantas versiones como sectores del Partido Demócrata: desde los que proponen la nacionalización total del sistema de salud, incluyendo hospitales y doctores -como en España o Reino Unido-, hasta los que proponen dejar el sistema actual pero crear una aseguradora pública que compita con las privadas y asegure a los que no tengan otra alternativa, pasando por todo tipo de planes intermedios.
Pero el eslogan ha tenido éxito y ambos bandos no dejan de usarlo: por un lado, los demócratas prometen una solución al exorbitante coste de la sanidad en Estados Unidos -ha crecido un 212% desde 2008, según la Kaiser Family Foundation- y el alto número de habitantes sin cobertura -28,5 millones de personas, un 8,8% de la población-, poniendo a Estados Unidos al nivel de otros países desarrollados.
Enfrente, los republicanos, con Donald Trump a la cabeza, advierten de subidas de impuestos de "3.200 millones de dólares al año" para pagarlo (según cálculos del grupo conservador Mercatus) y de la "destrucción de la sanidad para jubilados tal y como la conocemos", en palabras del presidente. Sanders y Trump llegaron a tener una 'guerra' de editoriales en el diario USA Today, criticando los argumentos del otro.
El problema de pasar a un sistema público, por supuesto, es la extraordinaria dificultad para rehacer el sistema sanitario de todo un país desde cero, obligando a miles de empresas y millones de trabajadores a cambiar por completo su empleo o cerrar, y a otros tantos millones de pacientes a cambiar de médico o plan sanitario. Por contra, si hay algo claro es que el sistema privado actual no es nada eficiente: Estados Unidos gasta de lejos más porcentaje de su PIB en sanidad que el resto de países de la OCDE -hasta el triple que en España-, y su esperanza de vida apenas supera los 70 años, muy por debajo de la media europea.
Otro punto clave del debate es uno de los beneficios que otorga el 'Obamacare', la actual ley sanitaria, a las personas con enfermedades crónicas: las aseguradoras deben ofrecerles los mismos planes que a las personas sanas, al mismo precio. Antes de la reforma, los enfermos crónicos no recibían cobertura sanitaria alguna o se veían abocados a apuntarse a planes raquíticos y con precios desorbitados.
Durante los últimos años, los republicanos protestaron porque esta obligación de cobertura obligaba a subir los precios a la mayoría para compensar el gasto extra de los enfermos. Su propuesta alternativa, votada el año pasado y rechazada por un solo voto, supondría crear fondos estatales para financiar parte de sus gastos: tanto los demócratas como asociaciones de enfermos la rechazaron por insuficiente. Y precisamente este año los demócratas están bombardeando a sus oponentes con este argumento.
Hasta tal punto ha llegado la importancia del tema que decenas de republicanos que llevaban años prometiendo derogar el 'Obamacare' por completo se han visto obligados a hacer anuncios mostrando su preocupación por los enfermos crónicos y prometiendo mantener sus protecciones, en un sorprendente cambio de posición. Trump ya ha lanzado dos tuits prometiendo que "los republicanos protegerán mejor a las personas con enfermedades crónicas", apenas un año después de que intentara aprobar una ley que les dejaba a la intemperie.
Al final, la clave es que, según cómo sean los resultados, los republicanos podrían intentar de nuevo derogar la ley sanitaria o los demócratas podrían intentar desarrollar nuevos pasos hacia un sistema público, de cara a las siguientes elecciones. Pero un último tema es más inmediato: los subsidios saniarios para los más pobres.
Este plan, llamado "Medicaid", era otro de los objetivos de la ley propuesta por Trump, que proponía fuertes recortes a su financiación. La ley actual, de Obama, por contra, ofrece dinero extra a los estados que lo deseen para poder ampliar sus programas de ayuda a los pobres. Numerosos estados controlados por republicanos rechazaron implementar el proyecto. Y este año, entre referéndums para obligar a sus estados a pedir el dinero al Gobierno para financiar los programas, y elecciones a gobernador con candidatos demócratas que prometen pedirlo, hasta 10 estados podrían terminar ampliando la cobertura médica básica para los más pobres.
Pero el mayor cambio político probablemente sea la supervivencia de la ley estrella de Obama. Si los republicanos pierden la mayoría en alguna de las dos cámaras, las probabilidades de que acaben derogando la ley en los poróximos dos años se reducirán a cero. Y con la política sanitaria cambiando de bando, es difícil imaginar nuevos intentos de derogarla en el futuro próximo. Todo depende de estas elecciones.