
Con el suministro eléctrico prácticamente restablecido en Texas, la labor ahora consiste en calcular los efectos que tendrá la semana de apagones constantes. A corto plazo, las autoridades locales tendrán que hacerse cargo de reparaciones en los tendidos y de ayudar a las miles de personas que se han quedado sin agua. Pero a medio y largo plazo, los ecos de esta crisis pueden llegar más lejos y tener repercusiones nacionales. Lo vivido estos días puede suponer un respaldo a los planes del presidente, Joe Biden, de renovar la infraestructura del país, y un empujón a los planes de impulsar las renovables y otras tecnologías limpias.
Lo ocurrido en Texas se debe, principalmente, a dos causas. Por un lado, el desvío del gas natural a calefacciones domésticas, dejando a las numerosas centrales térmicas del estado sin combustible, y una parada en un central nuclear, que, combinadas, hundieron la producción eléctrica. Y, por otro lado, el aislamiento de Texas respecto del resto del país, lo que impidió que el estado recibiera ayuda de sus vecinos. Una combinación de factores producida por años de políticas locales: el bajo coste del gas natural lo convirtió en un combustible muy apetecible, y la desconfianza de los gobiernos texanos respecto del nacional les animaron a aislarse para evitar papeleos sobre la conexión eléctrica.
Lo ocurrido esta semana abre de par en par las puertas al gran proyecto de legislatura de Biden: una renovación de las infraestructuras nacionales que lleve aparejada un impulso a la economía verde. EEUU es un país con enormes extensiones de terreno soleado al sur y ventoso al norte, lo que permite aprovechar los dos grandes tipos de energía. En los próximos 30 años, se espera que la capacidad de producción de estos dos tipos pase de 200 a unos 3.000 gigavatios, según estimaciones de Bloomberg NEF y la Universidad de Princeton, con el gas en torno a los 200 GW y el resto de fuentes, reducidas a pequeños errores de cálculo en el cuadro total.
El problema, por supuesto, está en que estas dos fuentes tienen un problema: la inestabilidad. Una de las soluciones sería reforzar la red eléctrica, de forma que haya una verdadera red nacional y que los estados con más producción puedan ayudar a los que tengan problemas. Una situación que requerirá de cambios legales en los estados, pero la forma más fácil de conseguirlo es ofrecer miles de millones de dólares en inversiones a cambio de ellos. Por ejemplo, Ronald Reagan consiguió que todos los estados subieran la edad mínima para beber alcohol a los 21 años ofreciéndoles a cambio dinero para autopistas. No parece complicado conseguir movimientos similares si hay "3 o 4 billones de dólares" en inversiones sobre la mesa, como sugirió el senador demócrata Joe Manchin, el más conservador de su partido en la Cámara Alta y voto clave para aprobar cualquier ley.
El problema al que se enfrenta el país es que el sector energético fósil tiene un poder todavía muy amplio en muchos estados, y precisamente Manchin, el parlamentario decisivo en esta legislatura, representa a uno de ellos: Virginia Occidental, estado carbonífero por excelencia. Sus exigencias para apoyar las renovables pasan por destinar millones a las tecnologías de captura de carbono, que permitirían seguir quemando combustibles fósiles sin añadir más CO2 a la atmósfera. Esta tecnología, que hasta la fecha se ha probado a muy pequeña escala, aún está muy lejos de poder anular las emisiones actuales. Sin embargo, de cara al futuro, su perfeccionamiento y puesta en marcha podría ser decisivo para compensar las emisiones 'de más' que se produzcan en estos años y acelerar el camino a la neutralidad de carbono.
El plan de Biden pasa por conseguir esa neutralidad en el 2050. Para eso hará falta grandes avances tecnológicos muy rápidos. El consumo eléctrico y el transporte producen más del 50% de las emisiones actuales, y en este grupo, hay algunas emisiones más difíciles de eliminar que otras: la aviación, por ejemplo, está a la espera de que Airbus y Boeing pongan en marcha sus prototipos con motores de hidrógeno, quién sabe si ayudados por el 'reinicio' de la industria aérea que se producirá en los próximos años. Más difíciles de eliminar serán las emisiones de la producción de cemento o de la agricultura, que apuestan sus cartas a la captura de carbono.
El ocaso de la nuclear
El último problema está en el ocaso de la industria nuclear. Este sistema produce el 20% de la electricidad que usa el país y es la mayor fuente de energía renovable. Pero EEUU solo tiene dos reactores nuevos en construcción, y unos 55 GW saldrán del sistema en 2035 al superar su edad límite de funcionamiento de 60 años. La energía nuclear siempre ha sido un problema para los Gobiernos demócratas, especialmente ahora que la profunda división política del país ha dejado a este partido firmemente en el lado izquierdo del tablero. Su presencia sigue siendo decisiva para mantener los objetivos de renovables a corto plazo.
Por el momento, todas las miradas están puestas en el proyecto de infraestructuras y energía que se espera que presente Biden sobre el verano, para aprobarlo antes de fin de año. Los votos están muy justos, así que habrá que estar muy pendientes de la letra pequeña. Pero la sucesión de crisis que sacuden al país -económica, energética y climática- están poniendo la alfombra roja para aprobar una ley profunda y cuyas consecuencias vayan a largo plazo. Si Barack Obama se centró en la reforma sanitaria y Donald Trump usó su capital político para una reforma fiscal, Biden pretende usar su presidencia para dejar huella en este sector.