
El mundo se enfrenta a una de las elecciones a la presidencia de Estados Unidos más reñidas de las últimas décadas. Tras cuatro años de incesantes polémicas que han marcado el mandato del presidente Trump, la relación económica entre Estados Unidos y Europa pasa por uno de sus peores momentos.
En este sentido, observando el programa con el que se presenta el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, y algunas declaraciones de los últimos años, se alberga la esperanza en Bruselas de mejorar sustancialmente la relación con la mayor economía del mundo y encauzar las tensiones geopolíticas existentes.
La mayor parte de los creadores de opinión, analistas y estrategas económicos ven a Trump como el causante de las difíciles relaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea. Sin embargo, una buena parte de la política desplegada por el actual inquilino de la Casa Blanca no es nueva, sino que parte de viejas tensiones entre ambos lados del Atlántico como son a) la participación americana y europea en la financiación de la OTAN, b) el predominio de las grandes plataformas norteamericanas en el desarrollo digital europeo, c) la dependencia de las importaciones de bienes europeos por parte de Estados Unidos (especialmente autopartes y materiales refinados) que le lleva a tener un déficit persistente en una balanza comercial cuyo tamaño total equivale prácticamente al PIB de España (1,3 billones de dólares), d) la posición europea en el conflicto geopolítico Estados Unidos –China y e) la desigualdad de trato en las reglas comerciales (especialmente en servicios) entre los dos bloques, cuya resolución no ha sido posible en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) desde la Ronda de Doha.
Yendo por orden, en primer lugar, se sitúa uno de los mensajes de la campaña de Trump de 2016, también apoyado por la entonces candidata demócrata, Hillary Clinton: el exceso de aportación de Estados Unidos en la financiación de la Alianza Atlántica, cuando la mayor parte de los países miembros europeos ni siquiera cumplen el objetivo del 2% del presupuesto en gasto militar. Esta es una cuestión de primer orden a la cual Trump ha dado una enorme importancia, pero sobre todo ha colocado a la Unión Europea ante el espejo de sus contradicciones. Mientras desde Bruselas se reivindica la 'soberanía europea', una de las parcelas más importantes de ella como es la seguridad y la defensa exterior se prefiere seguir poniendo en manos de la misma potencia desde hace más de medio siglo, exigiéndole al mismo tiempo mayores desembolsos mientras una buena parte de Europa mantiene la dependencia energética de uno de los principales enemigos de la OTAN como es Rusia. En este aspecto, si Biden gana las elecciones, su pensamiento no será muy distinto del que diferentes presidentes anteriores han manifestado: la necesidad de una mayor contribución europea.
En segundo lugar, otro de los ámbitos de la 'soberanía europea' es la digital, con un mercado copado por las 'over-the-tops' americanas. Aunque por razones algo distintas a los europeos (relativas a la falta de competencia, violaciones de la privacidad, tráfico de datos sin el consentimiento de los usuarios, ejercer como editores de contenidos cuando no son un medio de comunicación, entre otros), la Administración Trump ha sido quien más ha plantado cara a estas compañías, incluso activándose los mecanismos que en un futuro no demasiado lejano supondrán la aplicación de una nueva 'ley anti-trust' o un proceso a la Rockefeller, pero del siglo XXI, para romper aquellas posiciones de dominio que colocan 'murallas chinas' a la entrada de nuevos competidores.
En tercer lugar, el origen de la disputa más enconada entre Washington y Bruselas es la posición deficitaria de la balanza comercial americana, siendo fuertemente deficitaria en bienes, pero superavitaria en servicios gracias a la influencia de los digital americanos señalados anteriormente. Esta situación se ha acrecentado en los últimos años, siendo globalmente más perjudicado Estados Unidos. La Unión Europea supone el 19,1% de las exportaciones americanas en 2018 (su principal mercado de exportación) según los datos publicados por el Departamento de Comercio, representando el mayor peso el comercio con Reino Unido, Alemania y Holanda, con dos bienes principales: aeronaves y bienes de equipo. En este sentido, la modificación del estatus británico tras el 'Brexit' es de enorme importancia para Estados Unidos, siendo este su principal mercado de exportaciones en el continente europeo, por un valor en dicho año de 66.200 millones de dólares.
Al mismo tiempo, tiene una importante dependencia de las importaciones de origen europeo de producto farmacéutico y bienes de equipo, siendo especialmente dependiente de Alemania (más de la suma de Reino Unido e Italia juntas, que son el segundo y tercer origen más importante de las importaciones hacia América). También aparecen las importaciones de productos agroalimentarios elaborados como cerveza, aceite, 'snacks' elaborados o frutas y verduras procesadas. En total, el déficit de la balanza de bienes ha escalado en la última década un 77,1%.
Debido a esta estructura de comercio exterior, agudizada en los últimos años, en el momento en que se puso en cuestión el sistema de ayudas americanas a Boeing por parte de la Unión Europea y el establecimiento de los impuestos sobre determinados servicios digitales en varios países (especialmente Francia), la Administración Trump atacó inmediatamente a aquellas importaciones que más impactan sobre los sectores productivos nacionales como es el caso de los productos agroalimentarios. El ataque se fundamentó sobre unas bases ciertas como es el efecto que sobre los precios en origen de las materias primas agrícolas tiene el primer pilar de la Política Agraria Comunitaria (PAC), estimándose por parte del Departamento de Comercio una distorsión promedio del 17%, con lo cual, en esa cifra se establecieron algunos aranceles concretos como el caso del vino o de la aceituna negra.
Ni en la parte americana ni en la europea son inocentes en materia de distorsión de los precios de determinadas mercancías y servicios por el efecto que tienen las políticas de subvención directa. Una vez más se ha revelado la incapacidad de la OMC para resolver un conflicto pre-existente que tampoco ahora se ha resuelto ni es probable que resuelva Biden, el cual ideológicamente parte de posiciones más defensoras del proteccionismo comercial que Trump que es un 'proteccionista táctico'.
Por último, la posición europea ante las tensiones geopolíticas Estados Unidos-China muestra las fisuras derivadas de una falta de claridad y cohesión política entre los Estados miembros, donde hay partidarios de un mayor acercamiento hacia China. Una victoria de Biden puede mover a la Unión Europea hacia posiciones más cercanas a Norteamérica, pero a sabiendas que sería un mandato más bien anti-chino como el de Obama, con lo cual Europa tendría más inconvenientes que ventajas.
En suma, no está claro, en el caso europeo, quién o quiénes serían los mayores beneficiados por una victoria demócrata. A tenor de los movimientos de las últimas semanas en el mercado financiero, parece que serían más beneficiadas las compañías que se encuentran en una peor posición competitiva respecto a Estados Unidos, las cuales son al mismo tiempo las más perjudicadas por los aranceles que se han ido imponiendo sucesivamente a las importaciones europeas.