Ya es oficial: Donald Trump es el candidato del Partido Republicano para la presidencia de EEUU. Y no solo eso: en la apertura de la Convención Nacional Republicana, el partido no solo decidió volver a nominarle por aclamación -todos los delegados, salvo uno, le apoyaban-, sino que también decidió dejar en blanco su programa electoral y encomendarse a él. "El partido seguirá apoyando con entusiasmo la agenda del presidente" es la escueta lista de objetivos políticos y compromisos ideológicos con la que se presentarán a los comicios. Entre una larga lista de defecciones y mensajes anónimos de desesperación desde dentro de sus filas, la pregunta que muchos se hacen estos días es: ¿qué significa hoy el Partido Republicano?
La pregunta es más compleja de lo que parece. En una entrevista con el periódico Politico, el analista demoscópico de cabecera del partido, Frank Luntz, se limitó a decir que "por primera vez en mi vida, no tengo una respuesta" a la pregunta de qué principios tiene la organización a la que ha dedicado gran parte de su vida. Y otra figura de solera, el asesor parlamentario Brendan Buck, resumió sus objetivos en "restregársela a los izquierdistas y sacar de quicio a la prensa. En eso creemos ahora, no hay mucho más".
Desde la derecha estadounidense se lamentan de que la victoria de Trump haya vaciado se sentido al que fuera el Partido de Abraham Lincoln y Ronald Reagan. Y sus cifras no dejan de crecer: a los miembros del llamado Proyecto Lincoln se han sumado una lista de ex cargos parlamentarios republicanos que este domingo anunciaron su apoyo por Biden, encabezada por el exsenador por el estado clave de Arizona Jeff Flake, al que Trump presionó para que dejara el partido y el escaño hace apenas dos años. Poco antes, el actual gobernador de Vermont, Phil Scott, también había pedido no votar por el actual líder de su partido. Hasta en su propia familia hay defecciones: la hermana del presidente, la jueza Maryanne Trump, le acusó de "no tener principios, ninguno", poco después de que su sobrina Mary -hija de otro de sus hermanos-, escribiera un libro tildándole de "la persona más peligrosa del mundo".
Un 42% perenne
Sin embargo, la realidad es que la marcha de estas figuras no está suponiendo la desaparición de los republicanos: prácticamente todas las encuestas muestran que Trump tiene el apoyo casi inquebrantable del 42% de la población. Unas cifras que, por sí solas, son insuficientes a la hora de ganar elecciones pero que demuestran que el nuevo partido de Trump sí tiene un respaldo considerable entre la población.
Lo que sí está ocurriendo es que las figuras del 'antiguo' partido están siendo reemplazadas a gran velocidad por 'trumpistas' convencidos. Casi la mitad de los senadores y diputados republicanos con los que Trump comenzó su mandato hace apenas cuatro años se han ido ya, entre dimisiones en desacuerdo por la nueva línea ideológica, derrotas electorales ante demócratas o, incluso, reemplazados por la propia militancia por candidatos más radicales.
De hecho, en las próximas elecciones, las listas republicanas acogerán a una decena de creyentes en la conspiración "QAnon", surgida de foros oscuros de internet y que asegura que Trump es un héroe que dirige una lucha secreta contra una supuesta red de pederastia mundial en la que estarían implicadas figuras demócratas y víctimas tradicionales de estas conspiraciones, como Bill Gates o George Soros. El portavoz republicano en el Congreso, Kevin McCarthy, advirtió de que "estas conspiraciones no tienen sitio en nuestro partido", pero Trump, por el contrario, se ha encargado de felicitar personalmente a varios de estos candidatos y pedir el voto abiertamente por ellos. Y el propio Partido Republicano de Texas ha llegado a adoptar uno de los eslóganes de este grupo conspirativo como oficial.
Probablemente, la imagen que mejor describe el partido en estos momentos es la de los participantes en la convención. De los 12 principales discursos, la mitad irán a cargo de personas con el apellido Trump: el presidente, su mujer, tres de sus hijos y su nuera. El propio Trump comparecerá las cuatro noches, en vez de una sola, como es lo habitual. Y entre los oradores secundarios, destaca una pareja de votantes que saltaron a la fama por ser fotografiados amenazando con pistolas a manifestantes que protestaban contra el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de la policía.
Pero Trump sigue teniendo un as bajo la manga: ser uno de los dos partidos en un sistema bipartidista. La convención estará dedicada, principalmente, a advertir a sus seguidores de que una victoria demócrata supondrá "el fin de EEUU". En las últimas semanas, Trump ha inundado las televisiones de anuncios mostrando los disturbios que están ocurriendo bajo su mandato para señalar que, si gana Joe Biden, "se extenderán a todo el país". Y, entre otras cosas, ha acusado a Biden de ser "una marioneta de la izquierda", un "defensor de la anarquía", de "haber encarcelado a muchos afroamericanos" con su ley contra la violencia, y de "querer herir la Biblia y a Dios".
Aun así, el problema al que se enfrenta el presidente es que la polarización del país hace cada vez más inmune a cada bando de los mensajes del otro. Según las primeras encuestas, la Convención Demócrata fue vista por un 90% de demócratas, un 10% de votantes republicanos y un 60% de independientes, unas cifras similares a las que dicen apoyar a Biden como presidente. No sería de extrañar que la convención republicana atrajera únicamente al inverso exacto de estos mismos números.
Encuestas congeladas
Pero quizá la señal más clara de lo extraña que es la situación política es que las encuestas están congeladas desde hace más de dos meses. El 16 de junio, el margen de Biden sobre Trump en la media de sondeos de FiveThirtyEight era de 9,2 puntos, el mismo que tiene este lunes 24 de agosto. Entre medias, apenas leves fluctuaciones de poco más de un punto arriba y abajo. La intención de voto a Trump, un 42,2%, se parece extraordinariamente a la media de su aprobación durante los últimos cuatro años, que ha fluctuado permanentemente en torno al 41-42%. Y en las legislativas de hace dos años, los republicanos obtuvieron un 44% de los votos, y perdieron por 9 contra los demócratas: exactamente el mismo margen que las encuestas dan hoy a Biden.
Esta semana será la penúltima gran ocasión para que Trump intente cambiar el rumbo de la opinión pública estadounidense, que lleva ya bastante tiempo petrificada, pese a la infinita lista de eventos históricos que han ocurrido desde entonces. La pregunta es si algo de lo que diga o haga puede aún cambiar el rumbo de las elecciones. Tiempo no le sobra: en menos de dos semanas, el estado clave más madrugador, Carolina del Norte, abrirá sus urnas.