
Un día de agosto en pleno invierno. Milán se ha despertado este lunes en plena crisis por el coronavirus y una atmósfera rara para una ciudad que "nunca se queda de brazos cruzados", cómo recita un refrán muy popular aquí. La única analogía posible es con los días de verano, cuando la capital económica de Italia, asfixiada por el calor y la humedad, se vacía. Hoy la única nota desentonada es el sol, demasiado tibio: en todo lo demás, con las escuelas y las universidades cerradas, el transporte público y los trenes casi vacíos y las oficinas despobladas, habría podido ser un caluroso día de agosto. Coronavirus (Covid-19): las últimas noticias del brote que mantiene en vilo al mundo.
La señal más evidente que la capital económica de Italia, un ciudad de 1,4 millones de personas (en el centro, sin embargo, de un área metropolitana de más de siete millones) no se ha ido de vacaciones se encuentra en los supermercados, que han dedicado la mañana a rellenar los estantes expoliados durante un fin de semana de pánico.
El domingo fue un día crítico para el comercio en la ciudad y en toda la región metropolitana. El anuncio de las primeras medidas de cierre de universidades, escuelas, cines y teatros ha desencadenado el temor a un cierre de las tiendas y de los supermercados. Un ejército de personas armadas de carritos (algunos con más de uno) y mascarillas han asaltado las estanterías de los bienes de primera necesidad: pasta, harina, pan y agua embotellada. En muchos supermercados no se ha salvado ni el pasillo de las pizzas congeladas. Y, por supuesto, a pocas horas de la apertura no quedaba ni un paquete de mascarillas ni un envase de gel antiséptico para manos. Era inútil hasta intentar comprarlos en internet: en la página italiana de Amazon un envase de la marca más popular de gel se llegó a vender por más de 100 euros.
La aparente descoordinación entre el protocolo de emergencia aprobado por el Gobierno nacional y las medidas de los diferentes ayuntamientos ha favorecido la difusión de la inseguridad entre la población. El domingo, una orden del alcalde llevó al repentino cierre de un gran centro comercial en Sesto San Giovanni, ciudad industrial en la periferia de Milán, uno de los nuevos focos del coronavirus. "De repente una voz resuena en todo el centro comercial: orden del alcalde, hay que evacuar", cuenta a elEconomista Allegra Mercuri, que trabaja en la tienda de libros del Centro Sarca, uno de los más grandes de la zona norte de Milán.
"Con las persianas a medio cerrar entra un cliente pidiendo algo para leer en los días de cuarentena que nos esperan. Agarra dos libros y me pide otro. Pero no me da tiempo a buscarlo porque los guardias le han acompañado afuera", añade. Hoy el centro comercial ha vuelto a abrir sus puertas, pero solo pueden entrar clientes con mascarilla.
Por la calle, en las oficinas, así como en las radios y en las redes sociales, los milaneses comentan que nunca han vivido una situación así. La ciudad más rica y más productiva de Italia suele ralentizarse sólo durante las vacaciones veraniegas. Ahora la orden del Ministro de Sanidad y del presidente de la Región de Lombardía impone un toque de queda que no tiene antecedentes en 70 años de democracia: además de escuelas, universidades y oficinas públicas, se cierran los cines y teatros. Hasta la Scala, el templo de la Opera que en dos siglos fue cerrado tan solo seis veces en ocasión de guerras, tumultos o para obras de restauración, nunca para una emergencia sanitaria.
Se han suspendido en todas la región los desfiles de carnaval y las redes sociales están repletas de fotos de niños que tienen que celebrar la fiesta en casa o en el jardín de los abuelos. La orden impone la "suspensión de cada forma de reunión en sitio público o privado, incluso de carácter cultural, lúdico, deportivo y religioso". Se han cancelado los partidos de fútbol en San Siro y los matrimonios y funerales se celebran, pero reduciendo al mínimo el número de invitados. La orden prevé también el cierre de los bares de seis de la tarde a seis de la mañana, afectando a otro ritual milanés: el aperitivo.
La producción en la ciudad más laboriosa de Italia puede seguir, aunque las autoridades aconsejan favorecer el teletrabajo: el vacío de las calles y del transporte público sugiere que la petición fue aceptada por muchas empresas. Así, mientras se marchan los últimos y escasos visitantes de la Semana de la Moda (muy afectada por la ausencia masiva de compradores chinos), la presencia más llamativa en las calles del centro de Milán son los equipos de las televisiones italianas y extranjeras, llegadas para documentar la situación.
Milán y los milaneses tendrán que vivir así por lo menos durante una semana. Es lo que dura el toque de queda impuesto por el Ministerio de Salud y el Presidente de la Región, aunque según ha afirmado el primer ministro, Giuseppe Conte, las medidas podrían extenderse durante otra semana más.
Algunos han aprovechado el cierre de escuelas y oficinas para ir de vacaciones, otros disfrutan del día en casa con la familia. Todos tienen la esperanza de volver después de unos días de desconexión a la normalidad. Como si el virus no fuese otra cosa que una inesperada vacación de verano.