
En el otoño de 1944 el boletín de la Vegan Society, primer vestigio de este movimiento impulsado por el británico Donald Watson, contaba con tan solo veinticinco suscriptores. En 2005 ya había 250.000 veganos en el Reino Unido y diez años más tarde el número se había multiplicado por dos. Incrementos similares se han podido registrar en muchos otros países. Por otro lado, los análisis sobre el crecimiento del mercado en cualquier asunto relacionado con el veganismo, ya se trate de comida en general, de carne cultivada en particular o simplemente de suplementos, muestran crecimientos similares.
Parafraseando a Tim Wu, las pasiones son rápidamente convertidas por la industria en productos. Así pasó con el rock&roll, con la cocina, con el yoga y, en general, pasa con cualquier otra actividad que pueda congregar a unos cuantos miles de fans. De forma complementaria, las empresas a menudo descubren necesidades en los consumidores que son rápidamente convertidas en nuevos objetos de deseo debido a la acción del marketing. El vídeo, el aire acondicionado o el iPhone son buenas muestras de este fenómeno. Por eso merece la pena cuestionarse si el veganismo actual es un producto comercial creado para ser consumido por millones de personas o si, por el contrario, esas personas generan espontáneamente necesidades con las que la industria intenta lucrarse.
En su definición más sencilla, el veganismo consiste en abstenerse de consumir productos de origen animal ya se trate de carne, de perlas, de un jersey de lana o de un piano con teclas de marfil. Sin embargo, su vertiente más crítica tiene que ver con la alimentación, puesto que para el resto de asuntos existen un sinfín de alternativas. Y desde esta perspectiva, hay algo importante que iguala la nutrición vegana a cualquier otra dieta: que es difícil de seguir. Y de ahí la pregunta: ¿por qué la dieta vegana tiene tantos millones de adeptos y no le pasa esto al humilde régimen hipocalórico de toda la vida? ¿O a cualquier otro? Millones de médicos en el mundo se desesperan cuando sus pacientes esquivan sus pautas nutricionales mientras, en el otro extremo, legiones de personas se adhieren cada día voluntariamente al veganismo que, sin ningún tipo de dudas, es la dieta más exitosa del mundo. Se dirá que es debido a sus beneficios, aunque seguramente una nutrición que simplemente se basara en una reducción de calorías, de sal y de grasa saturada, quizá con un incremento de fibra, produciría los mismos beneficios clave.
Para entender por qué el veganismo es tan popular para unos y lucrativo para otros hay que considerar las razones por las cuales la gente milita en esta forma de vida. Una de ellas es, sin duda, la propia salud. Pero las otras dos, no menos importantes, tienen que ver con la protección de los animales y la salvaguarda del medio ambiente.
Cualquier bestia de las que pueblan el globo no duda en utilizar todos los medios a su alcance para ejecutar a otros seres vivos y alimentarse de ellos, a veces de una manera cruel y sangrienta. De hecho, la mayoría de las fieras salvajes harían esto mismo con una persona. Sin embargo, para la postura vegana el ser humano debería evitar matar a otras criaturas y alimentarse de ellas aunque signifique una aparente malversación de su omnivorosidad. Sea este un razonamiento plausible o no, lo que es evidente es que denota la búsqueda de una posición vital. Y eso es lo que lo hace tan popular.
En el lado de la protección del medio ambiente el planteamiento conduce a una conclusión bastante similar. No hace falta revisar sesudos estudios para darse cuenta de que una alimentación basada en vegetales es menos perjudicial para el planeta, por el mero hecho de que las plantas son más sencillas que los animales y no hace falta sacrificarlas, desollarlas ni despiezarlas. De nuevo, es la manera de entender el mundo, en este caso cuidándolo, lo que resulta primordial.
Ser vegano hoy día no solo significa comer de una determinada manera, sino encontrar un lugar en la naturaleza. Implica sentirse superior en raciocinio y generosidad respecto a los animales menos evolucionados y, al mismo tiempo, verse capaz de proteger el planeta en el que vivimos. En suma, el veganismo no es diferente a cualquier otra creencia que despliegue una narrativa en la que el ser humano sea el protagonista de una historia con significado vital. Cuando a una persona le dicen que no debe comer carne solamente porque su salud mejorará, es probable que desatienda la prescripción. Las consultas de los médicos están repletas de casos así. Pero si con ese gesto, aunque le cueste privaciones, esa persona siente que tiene un lugar relevante en el cosmos y que su vida tiene sentido, será mucho más probable que sea capaz de sacrificarse. Mucho más si percibe que forma parte de algo más grande: una comunidad de personas que piensan, sienten y viven como ella y que cada día se arman de paciencia, como ella, para explicar a los demás cuál es el verdadero sentido de la vida en este planeta.
Aunque simple, la prosaica hamburguesa es una de las pruebas más evidentes de que el auge del veganismo se explica más desde el punto de vista de las narrativas vitales que desde una mera cuestión nutricional. De hecho las hamburguesas veganas existen porque hay gente que las consume. Y las consume porque la hamburguesa no es ni un alimento ni una receta: es una construcción cultural. Al igual que el perrito caliente o la barbacoa. Forma parte del ocio juvenil y, en general, de la semántica profunda de conceptos como celebrar y compartir. Se puede redondear un cumpleaños con preadolescentes con una ensalada de tofu después de una tarde de cine, pero la mayoría de ellos probablemente optarían por un perrito caliente. Igualmente se puede seguir un partido de fútbol comiendo unas tortillas de garbanzo y quinoa, aunque seguramente unas hamburguesas cuadrarían más. Por eso se consumen hamburguesas veganas y por eso se consumirán cada vez más. Y por eso deberían seguir llamándose hamburguesas, a pesar de que estén hechas con carne cultivada o con pasta de frijoles y arroz.
Sin embargo, la hamburguesa vegana es solo el primer paso. Como parte de este equilibrio perfecto, con alguna probabilidad poco a poco la carne cultivada se irá convirtiendo en un nuevo paradigma gastronómico. Veremos salchichas, solomillos y hasta steak tartar vegano. Quizá también con distintos sabores: a pollo, a conejo o a buey de Kobe. Y más adelante aparecerá en nuestras vidas la carne cultivada funcional, que disminuirá el colesterol o facilitará el tránsito intestinal. Las posibilidades son infinitas. El día en que se puedan hacer barbacoas con carne vegana muchas familias e hinchas deportivos sentirán maravillados que el universo por fin está en su sitio.
Determinar si es la industria o el ciudadano el responsable del auge del veganismo resulta francamente complejo, porque entre ambos parece haber una fraternidad envidiable que ya quisieran muchos otros mercados. Un consumidor entregado y pasional baila gustoso al son de una melodía que, desde el otro lado, la innovación y la fuerza comercial de las empresas interpretan. Y unos y otros despliegan una narrativa vital que se planta ante la injusticia y que promete un mundo más sano para todos en comunión con la naturaleza. Preguntarse cuál de ellos dos, industria o ciudadano, es el causante de este auge sería como preguntarse qué fue antes, si la gallina o el huevo. Aunque esta no sea una metáfora estrictamente vegana.