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Arde de nuevo el Golfo Pérsico

  • Las sanciones de EEUU a Irán no lograrán que caiga el régimen
  • Europa debería levantar la voz con mucha más fuerza y claridad
Las hostilidades ya se han iniciado en el Golfo. Foto: Reuters.

La tensión sigue creciendo en el Golfo Pérsico de forma que la chispa puede estallar en el momento menos pensado y llevarnos a un conflicto que -al menos en público- nadie dice desear. Las últimas noticias son alarmantes, confusos incidentes con petroleros incendiados en el estrecho de Ormuz por donde pasa el 30% del flujo de petróleo embarcado, amenazas iraníes de sobrepasar a muy corto plazo las cantidades de uranio enriquecido y de agua pesada permitidas por el PIAC (Plan Integral de Acción Conjunta, como se conoce al Acuerdo Nuclear firmado en 2015 entre Irán y la comunidad internacional), y envío a la zona de un grupo aeronaval norteamericano, dirigido por el portaaviones Abraham Lincoln.

La última noticia es la decisión de Donald Trump de enviar 1.000 soldados adicionales a Oriente Medio, que se sumarán a los allí ya estacionados. No quiero ser mal pensado, pero este último anuncio ha coincidido en el tiempo con el inicio el día 18 de junio de la campaña de Trump para revalidar cuatro años más su paso por la Casa Blanca.

Y encima, ese mismo día Patrick Shanahan, secretario de Defensa interino, ha quedado descartado para dirigir el Departamento, tras una investigación del FBI sobre problemas de violencia doméstica. Mal momento para dejar sin jefe al Pentágono, mientras llegan últimas noticias del derribo de un dron americano, que Teherán afirma que violaba su espacio aéreo, cosa que Washington niega y que resulta crucial saber para determinar responsabilidades. Las espadas están en alto y los nervios a flor de piel.

No hace falta ser un experto para predecir que esto acabará muy mal

En mi opinión, éste es un problema artificial en el que Irán no tiene la culpa porque está (hasta ahora) cumpliendo escrupulosamente los compromisos que adquirió al firmar el PIAC, como reconoce la AIEA (Agencia de las Naciones Unidas para la Energía Atómica), que hace inspecciones periódicas sobre el terreno. El que no cumple es los Estados Unidos, que con la llegada a la presidencia de Donald Trump decidió denunciar unilateralmente el Acuerdo porque en su opinión "da mucho a cambio de nada" y -no nos engañemos- porque era el gran logro de Barack Obama en el ámbito de la política exterior.

A Trump no le gusta, porque entiende que no impide que transcurridos diez años Irán trate de conseguir la bomba nuclear y porque está en desacuerdo tanto con la política regional de Teherán, que mete la cuchara en Yemen, Irak, Siria y Líbano, como con su programa de desarrollo de misiles de largo alcance.

En mi opinión, no tiene razón en lo primero, porque el Acuerdo, aunque sea por una década hace más segura la región e impide una carrera de armamentos en Oriente Medio, y en cambio puede tener razón en cuanto a los misiles y la injerencia iraní en otras crisis que menudean en la región. Esa es también la posición de los europeos, que son partidarios de mantener el Acuerdo Nuclear, porque contribuye a la paz, y que consideran que los demás asuntos que legítimamente nos preocupan deben ser objeto de tratamiento en negociaciones separadas con la República Islámica. Parece una postura bastante sensata.

Lo que pasa es que no es la de Washington, donde un presidente impredecible está rodeado de halcones de la talla de Mike Pompeo en el Departamento de Estado y de John Bolton en el Consejo de Seguridad Nacional, que parecen haber optado por impulsar un cambio de régimen en Teherán. Si es así, no hace falta ser un experto para predecir que esto acabará muy mal, porque ignora el hecho de que Irán es heredero del Imperio Persa, un país orgulloso y antiguo, que ha sido una potencia regional desde hace 2.000 años.

Y porque las sanciones nunca han hecho caer a un régimen (véase el caso de Cuba), sino que lo han radicalizado. Si los EEUU han salido trasquilados de su intervención en Irak, con casi 40 millones de habitantes, no quiero pensar lo que sucedería con un país de más de 80 millones.

Mientras los europeos, reunidos en Bruselas, constatan su impotencia

La política norteamericana de sanciones para impedir que Irán venda petróleo es muy eficaz y está estrangulando su economía en medio de la impotencia europea, incapaz de sustraerse al impacto extraterritorial de esas sanciones (con las que no está de acuerdo), porque el comercio de petróleo, los fletes y los seguros se nominan en dólares y Washington es el corazón del sistema financiero mundial. El PIB iraní ha caído, el rial se ha descalabrado, los ciudadanos de a pie sufren y el paro crece.

Irán exportaba cerca de 3 millones de barriles día y ahora solo exporta 1 millón a China, Turquía, la India... y poco más. Se calcula que por debajo de esa cantidad el daño para la economía sería tan grande que Irán no lo podrá soportar y cuando eso suceda no se quedará con los brazos cruzados, pero como no puede enfrentar abiertamente el poderío norteamericano recurrirá a acciones encubiertas, en las que pueda tirar la piedra y esconder la mano.

O tratar de esconderla con ataques cibernéticos, cuyos orígenes sean difíciles de trazar, desestabilización de Irak, acciones contra las tropas norteamericanas en Irak o Siria de los que se pueda culpar a otros, como los houthis o Hizbollah, o dificultar la navegación en los estrechos de Ormuz o Bab el Mandeb.

Y mientras los europeos, reunidos en Bruselas, constatan su impotencia, hay otros que se están frotando las manos con el empeoramiento de la situación: Israel y Arabia Saudita, extraños compañeros de cama unidos por el odio y el miedo a la República Islámica de Irán.

Ojalá el sentido común se imponga y se logre encauzar la peligrosa situación actual. Como mínimo, Europa debería levantar su voz con fuerza y claridad para frenar esta escalada, ya que no puede hacer otra cosa. Porque si esto deriva en un conflicto militar será muy malo para casi todos.

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