Firmas

La campaña del acoso a las ideas

  • Viene a confirmar aun más la enfermedad moral que sufre nuestra sociedad

Tres de tres. Tres días de campaña electoral, y en los tres ha habido intimidaciones a los tres partidos que defienden con más convicción la Constitución y la unidad del país. Para hacer las previsiones del cuarto día debemos adivinar dónde será el siguiente acto de acoso a un partido democrático.

Las autoridades independentistas piden apretar, y a fe de los demócratas constitucionalistas que se aprieta y bien. Cualquiera puede imaginarse lo que supone intentar defender tus ideas frente a grandes lazos amarillos que te consideran un invasor carcelero, frente a gritos y empujones entre insultos, o frente a cacerolas de cocina ociosas que se hacen sonar para provocar un ruido que haga imposible cualquier alocución. Eso no es libertad, es sólo la libertad de quien quiere imponer su forma de pensar y de ser al resto de los ciudadanos que piensan de otra forma. Es... ¿fascismo?. La manoseada palabra que ha dado lugar a esa coartada de la violencia que algunos aceptan llamar antifascismo, hoy por hoy el peor de los fascismos. Ver a Rivera, Pagazaurtundúa, Savater, Abascal o Álvarez de Toledo increpados en el intento de explicar al pueblo cuales son sus principios ante unas elecciones generales, devuelve a la memoria a aquellos años que tanto se añoran y que precedieron a un enfrentamiento civil entre españoles. Y lo peor: la situación no mejora sino todo lo contrario. 

En los rostros de los acosadores de la Autónoma de Barcelona contra el PP, de Bilbao y San Sebastián contra Vox o de Rentería contra Ciudadanos, recogidos en fotografías de prensa y en vídeos emitidos por no todas las televisiones, se expresa odio acumulado durante décadas, seguramente anidado en la educación que se les dio para que se consideraran diferentes y diferenciales. La tibieza de la actuación de las policías autonómicas contra estos acosadores (no en la universidad, donde aún no pueden entrar las Fuerzas de Seguridad por un alucinante principio no escrito), viene a confirmar aun más la enfermedad moral que sufre nuestra sociedad de sociedades, nuestro país de países, nuestra nación de naciones por usar términos tan dañinamente de actualidad. Estos hechos no pueden nunca ser parte del paisaje, no pueden liquidarse de forma rutinaria porque esa actitud viene a convalidar la violencia por motivos ideológicos, el rechazo por motivos ideológicos, el apartheid por motivos ideológicos. Validar eso como algo trivial y de poca importancia es ser cómplice de los mismos actos.

Esta tendencia radical y violenta viene a profundizar en una idea de la sociedad según la cual una parte de los ciudadanos son superiores al resto por su forma de pensar, una especie de supremacismo ideológico que impide a quienes no se alinean en esa tendencia manifestar sus ideas sobre el aborto o la inmigración sin ser vapuleados, salir a la calle a expresarlas sin ser violentados y quedar al borde de la agresión física, o participar e incluso trabajar en espacios públicos que son de todos como las empresas o los medios de comunicación. Una parte de España piensa que la otra parte debe estar recluida escondiendo su forma de pensar por considerarla vergonzante. Y eso está a un milímetro de ser rechazado por quienes lo sufren con la misma vehemencia de quienes lo aplican. Deber ser tan respetable defender la independencia de Cataluña como no hacerlo, defender el derecho a la vida debe ser un derecho de todos lo mismo que defender lo contrario, reclamar una inmigración ordenada y no ilegal no debería suponer para quien lo hace ser considerado un xenófobo. Porque ese es el primer paso, la antesala de lo ocurrido estos días en Rentería, San Sebastián, Bilbao o la Autónoma.

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