Firmas

La modernidad atenaza al sector del taxi

  • En esta lucha, deberían modificar sus objetivos y sobre todo sus formas
  • Su oficio, en España y en todo el mundo, entra en fase de reconversión
Foto: Dreamstime

La facción violenta de los taxistas madrileños que está llevando a cabo acciones de presión inaceptables pretendía insultar ayer a un dirigente político llamándole "moderno". Y de esa forma, descubrió inconscientemente la verdadera realidad de su lucha: un combate desigual contra la modernidad, ese dragón con muchas cabezas que al final siempre acaba imponiéndose frente a quien le planta cara. Ha ocurrido durante siglos y seguirá ocurriendo: el tren de lo moderno atropella a todo el que se coloca en su vía creyendo que utilizando su exigua fuerza podrá detenerle.

Mis opiniones sobre el momento que atraviesa este querido oficio que es el de taxista no deben ser sospechosas. Soy hijo y nieto de taxistas, procedentes de una rama de la profesión que llegó a Madrid en oleadas desde la comarca zamorana de Sanabria, cuna de miles de conductores que trabajaron el taxi en esta ciudad durante décadas. Le llamaban "el clan de los sanabreses" porque acaparaban un buen número de licencias del total que concedía año tras año el ayuntamiento. Ser descendiente de esa estirpe currante y sudorosa, y no de altos mandos militares o empresarios de éxito, te sitúa en la vida siempre en un lado muy lejano a la aristocracia o las altas esferas. Por muchas etiquetas que se traten de colocar sobre una espalda, la realidad es la que es. Siempre entenderé a los taxistas y cuidaré sus reivindicaciones porque gracias a ellas pude estudiar y tener un futuro. Pero en esta lucha que han emprendido deberían modificar sus objetivos y sobre todo sus formas de proceder. La modernidad no es un enemigo, sino que puede ayudarles a afrontar el porvenir de una forma distinta y no necesariamente peor. Por ejemplo, puede suponer que de una vez por todas en las ciudades desparezca o se matice el intervencionismo insoportable del poder municipal sobre una actividad que malvive por la asfixiante regulación que sobre ella se ha aplicado. 

Recuerdo cuando desaparecieron los serenos. Empezaba a verse por las calles a las parejas de policías de barrio y nacía la profesión del vigilante jurado. ¿Qué otra cosa es un vigilante nocturno de una empresa o una finca que no sea un sereno de los de antes?. Nunca vimos a aquellos queridos y recordados noctámbulos profesionales emprenderla a golpes con los trabajadores que intentaban descubrir nuevos caminos para su oficio.

Tampoco los carteros han protagonizado cruzadas como ésta pese a que el correo electrónico ha rebajado su actividad hasta dejarla en puramente testimonial. ¿Alguien cree que los emails eran un peligro terrible contra el que había que combatir?. Díganme su opinión sobre los empleados de las agencias de viaje, que se han visto reducidos en número de manera brutal por esa modernidad que supone para millones de personajes planificar su viaje sentados delante de un ordenador de su casa. ¿Cortaron la M-40 o la Diagonal?.

Otro sector, el audiovisual, tardó bastante en darse cuenta de que aquello contra lo que luchaba era realmente su tabla de salvación: la difusión de sus películas y producciones a través del ogro virtual que es Internet, cuyos gigantes multinacionales producen ya casi las mismas obras que las productoras tradicionales y emplean a decenas de miles de profesionales de todos los oficios relacionados con el sector. Uno se pegunta donde quedan ahora aquellas galas de los premios Goya donde el gobierno de turno tenía que aguantar estoicamente la avalancha de discursos politizados contra la misma modernidad que ahora combaten los taxistas. Luchaban contra Netflix, Movistar y Amazon, quienes ahora encabezan la iniciativa comercial del mercado de películas nacional y casi también el internacional. Curiosa paradoja.

Por no hablar de un sector que, incluida la construcción, es el que más ha sufrido los durísimos rigores de la reciente crisis económica: la comunicación. A ese invierno laboral que nos tocó vivir en los años de la recesión, los periodistas y otros empleos ligados a este sector añadieron los terribles efectos de una reconversión digital que aún está en lo más alto de su proceso y que ha llevado a sus casas a cientos de miles de buenos profesionales. Los periodistas de medios impresos no salieron a cortar el tráfico en arterias neurálgicas de Madrid y Barcelona ni apalearon a compañeros que trabajaran en periódicos de Internet. Es más, ni siquiera alzaron su voz de forma generalizada contra un cataclismo ante el que los gobiernos de todo signo se lavaron las manos y se las siguen lavando, como está haciendo el ministro de Fomento en el caso de los taxistas. No hay un sector de actividad tan castigado por la caída de sus ingresos como éste.

De todas esas experiencias deben los profesionales del taxi aprender y tomar nota. Su oficio, en España y en todo el mundo, entra en fase de reconversión y las formas de trabajo tradicionales van a desaparecer quieran ellos o no.

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