
Anima mi escrito la reiteración de errores, con motivo de la rememoración de una crisis de la que todavía no hemos salido escarmentados ni reformados, pues seguimos con la cantinela del gasto y el endeudamiento.
Como saben, entre agosto y septiembre se han cumplido once años de la segunda crisis económica, en importancia y extensión, en un siglo, tras la Gran Depresión, que ubicamos en 1929. El expresidente de la Fed, Paul Volcker, la bautizó como la Gran Recesión; y aunque en EEUU la dieron por finalizada en torno a junio de 2009 (cosa no del todo exacta), en España no lo hizo hasta 2013, siendo 2014 el año que podemos considerar como el primero de nuestra recuperación hasta 2018, de momento. Si bien las señales apuntan a que pudiéramos estar ante el inicio de una desaceleración de cierta consistencia, sobre todo en la creación de empleo.
He dicho once años, sí, y no diez como se ha publicado, pues la crisis empezó aproximadamente un año antes de producirse la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers que, suele olvidarse, estuvo acompañado, entre otros, por Merril Lynch (luego absorbido a precio de ganga por el Bank of America) y la aseguradora AIG, en Estados Unidos. Y, como saben, la crisis se extendió por el sistema financiero de todo el mundo.
Pero fue en agosto de 2007 cuando tuvieron lugar las primeras quiebras de créditos, denominados subprime, iniciándose tanto la quiebra de Fannie Mae y Freddie Mac, dos entidades de carácter e intervención públicas, dedicadas a la expansión del mercado secundario de hipotecas (deuda y cédulas hipotecarias) mediante la cobertura o seguro de las mismas (creación de los famosos colaterales), como las convulsiones en los mercados financieros y bursátiles, que luego afectarían a muchas entidades e instituciones, además de las nombradas.
Lo más sorprendente y llamativo es que no parece que hayamos aprendido mucho siquiera sobre el origen y causas de esta Gran Recesión y, como resultado, reiteramos a la ciudadanía mensajes, informaciones y explicaciones confusas, equívocas y desacertadas. ¿Intencionadamente? A veces creo que sí.
La crisis tuvo su origen básico y causa primordial en la decisión, por parte de las autoridades, de manejar la economía con unos tipos de interés artificial e inusitadamente bajos. Tal medida respondía a un cúmulo de acontecimientos y datos, como los desequilibrios en que se vio envuelta la economía mundial entre 1998 y 2000 por la burbuja creada por los Gobiernos con las subastas para la introducción de nuevas tecnologías en telecos (la 2G y 3G) que terminaron, ciertamente ayudada por malas prácticas contables y de auditoría (desfalcos y trampas) de algunas de aquellas compañías, en la burbuja de las punto.com. No olvidemos que entre 2000 y 2004, incluso 2005 según el caso, las economías de Estados Unidos, Francia o Alemania atravesaron circunstancias adversas y algunos "pedían" a gritos recortes de tipos de interés.
Tales acontecimientos fueron seguidos por el luctuoso atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York, el 11-S de 2001. A la confusión, pánico, incertidumbre, inseguridad y caída de la confianza producidos, no sólo por este hecho, aunque sí agravadas por el mismo, las autoridades respondieron de forma coordinada (aunque con cierta independencia de acción) con una bajada de tipos (la Fed pasó del 6,5% en diciembre de 2000 al 1,75% en tan solo un año). A ello ayudaba mucho que la inflación se mantenía, al menos en cifras oficiales, en tasas relativamente bajas y estables para lo que era costumbre (en torno al 2-2,5%). Pero tales cifras no evitaban la existencia de una burbuja inflacionaria en toda regla, como tuvimos oportunidad de experimentar.
Frente a quienes sostienen que hubo ausencia o escasez de reglas y vigilancia, cosa extraña en los mercados monetarios, financieros y bursátiles, donde no opera cualquiera (no es como poner una boutique) y las autoridades exigen complejos y variados permisos y autorizaciones, y controlan como en ningún otro mercado, cabe señalar que el colapso financiero y bursátil del 2000 dio lugar, en 2002, a la Ley Sarbanes-Oxley que supuso un mayor control e intervención de las autoridades y organismos públicos sobre las cuentas y administración de las empresas (contabilidad y auditoría) que, parece, no fue de gran utilidad. Más bien, la regulación ha sido excesiva y poco eficiente, cuando no de mala calidad.
Las bajadas de tipos y el comportamiento de las autoridades elevaron tanto la liquidez y trastocaron o perturbaron de tal manera los cálculos, previsiones y decisiones de toda índole, alterando riesgos, expectativas y crédito hasta tal punto, que observamos, con lógica si consideramos la naturaleza humana, comportamientos de sobreendeudamiento; inversiones y gastos de todo tipo (ahora rentables); creación de activos para aprovechar rentabilidades; así como engaños, estafas y codicia, ahora facilitadas por su rentabilidad (y la mala regulación y vigilancia); y toda la burbuja que vivimos.
No todos tuvieron esos comportamientos. Pero el sector privado en España accedía a la crisis en 2008 con un endeudamiento que suponía el 200% del PIB, mientras que las tasas de crecimiento del gasto público entre 2004 y 2009 eran, respectivamente, del 8,8; 6,8; 8,2; 9,2; 8,8 y 7,4% frente al año anterior, promediando un incremento anual en los seis años del 8,2%, cuando el crecimiento real del PIB promedió un 1,95% anual en el mismo período. Las autoridades, gobiernos o bancos centrales, no actuaron correctamente, sino que provocaron la crisis, aunque luego se hayan presentado como sus salvadores.