
El BCE no acaba de decidir la total retirada de la compra de activos, que en principio estaba prevista para septiembre de este año, pero que se prolongará hasta finales de 2018. Desde que el programa estuviera en máximos mensuales de compra de 80.000 millones, el BCE tanto en 2017 como en 2018 ha reducido el programa a 60.000 y 30.000 millones respectivamente, para finalizar el último cuatrimestre de este año en 15.000 millones. Si el crecimiento económico y la inflación no defraudan, la retirada total del programa podría producirse en enero de 2019.
Planean ciertas incertidumbres sobre la economía europea que han aconsejado al BCE prudencia en la retirada de los estímulos, aunque estar de acuerdo con tanta prudencia quizás no nos sea posible. Si por un lado la banca reclama tipos de interés más altos para poder operar con normalidad y ganar rentabilidad, las recientes muestras de cierta debilidad en el crecimiento y la lenta evolución de la inflación han introducido un cierto retraso en el fin del programa, en un principio proyectado para septiembre de este año. Por otra parte, la política monetaria debe rearmarse para poder actuar ante una nueva crisis, pues en la actualidad y con tipos a corto en negativo el BCE apenas podría hacer nada para reactivar la economía. El riesgo de mantener el programa más allá de lo anunciado es que a la zona del euro no le dé tiempo a normalizar su política monetaria y un cambio de ciclo pille al BCE con el paso cambiado.
Es obvio que en Europa llegamos tarde en materia de política monetaria para estimular el crecimiento económico por el celo excesivo de Alemania y su zona de influencia acerca de una política monetaria ultra expansiva. Mientras la Fed aplicó su QE desde 2008, el BCE no activa el programa hasta 2015, demasiado tarde para una crisis que había comenzado en 2009 y que casi da al traste con el euro. Se dice que con un sector financiero demasiado deteriorado, poner en marcha antes el QE hubiera sido temerario, porque se hubiera esterilizado, pero nada más lejos de la realidad porque ni todas la entidades estaban en esa situación ni, desde luego, estimular la titulización y la compra de deuda pública lo único que hubiera hecho es mejorar las cosas en la banca antes que empeorarlas, por más que los tipos de interés jueguen en su contra, al tiempo que se facilitaba la financiación corporativa, abriendo hueco en el sector bancario para la financiación de las pymes y el consumo, lo que finalmente, aunque con mucho retraso, se ha producido.
Es cierto que la política monetaria no lo puede todo y que la economía europea tiene una serie de rigideces regulatorias y los Estados están embarcados en políticas de gasto excesivas. La tan cacareada austeridad no ha sido tan dramática como se ha querido poner de manifiesto y los Estados han emitido deuda pública para soportar su gasto público hasta niveles antes no vistos, lo que también les desarma ante nuevas crisis, puesto que de comenzar una nueva en pocos años apenas van a poder sostener el gasto público endeudándose, lo que adquiriría tintes, entonces sí, dramáticos, pues los recortes tendrían que ser tan severos que el estado de bienestar podría caer fulminado. Ese riesgo existe, pero nadie parece tomarse en serio que una nueva crisis pueda llegar pronto.
Si llegamos tarde a resolver la crisis anterior, de la que cuyo comienzo pronto se cumplirá una década, no prepararse desde ahora para lo que pueda venir sería el entierro definitivo de la moneda única y, casi con seguridad, de la Unión Europea, puesto que estaríamos en un escenario de sálvese quien pueda.
Por todo lo dicho, que el BCE alargue el planeo puede considerarse de poca utilidad, teniendo en cuenta la contribución marginal al crecimiento que la actual política monetaria puede estar induciendo. Antes bien, el BCE debería aprestarse por dejar atrás el QE cuanto antes y normalizar los tipos de interés. Medio año más no parece que contribuya a mucho, teniendo en cuenta la pequeña cantidad de compras que quedan por realizar, y lo único que se consigue es retrasar la necesaria normalización de los tipos y el rearme de la política monetaria.
El BCE se teme a sí mismo y sobrevalora su influencia en la economía. 15.000 millones al mes es evidente que no representa más que un mensaje al mercado, pero, a mi juicio, es un mensaje erróneo, porque quizás el BCE poco puede hacer ya por la inflación y el crecimiento por sí solo y, desde luego, nada que justifique mantener los estímulos hasta fin de año.