
La Navidad les ha traído un regalo inesperado a millones de ciudadanos de Cataluña que no quieren ser de otro país que no sea España. Desde hace algunas décadas vienen padeciendo un desprecio a sus ideas, una desconsideración hacia su propia condición por el mero hecho de que el independentismo se ha construido contra la mitad, al menos, de la población. Los últimos cinco años han tenido que callarse para no ser señalados por la oleada separatista, contra la que ha sido mejor replegar velas que plantar cara.
Ahora han comprobado, tras la frustrada separación de la comunidad autónoma catalana del resto del país, cómo muchos compatriotas les apoyan en la distancia y se hacen partícipes de su forma de pensar. Han comprobado cómo salir a la calle, dos veces en menos de un mes, les permite expresar sus ideas y sostener en sus manos la bandera que consideren oportuna sin temor. Han visto cómo se volvía del revés aquella frase tan manida de la fábrica de independentistas: ahora son ellos los que han creado millones de unionistas que ya no tienen vergüenza ni miedo de decir muy alto lo que piensan.
Por obra y gracia de un inenarrable sistema electoral español mediante el cual quien pierde las elecciones en realidad las ha ganado, han sufrido de nuevo el día 21 de diciembre la cruda realidad de comprobar cómo pese a ser una mayoría los que votaron opciones contrarias a la ruptura, con todos sus matices y su diversidad, lo más probable es que vuelvan a gobernar las opciones secesionistas. Han constatado que la Cataluña minoritaria y no urbana es más decisiva que ellos para la formación del parlamento que les representa, y que el sentir mayoritario en las grandes ciudades y el cinturón litoral no es suficiente para cambiar las cosas tras casi cuarenta años de gobiernos nacionalistas o independentistas.
Ahora tienen al menos un argumento a su favor. No es que la idea surgida a la contra de Tabarnia vaya a deshacer de repente la avalancha, no desaparecerán los cientos de miles de ciudadanos que han comprado la irrealizable idea de una Cataluña independiente en contra de España, de Europa y las Naciones Unidas. Pero esa imaginaria comunidad sí está revestida de un cierto romanticismo que permite a quienes no profesan el catalanismo separatista recurrir a sus postulados para colocar a sus atagonistas ante el espejo de su propio error: ellos no permitirán que nadie incumpla las leyes de su república, pero quieren instaurarla saltándose a su antojo las leyes de la monarquía democrática a la que pertecenen.
Tabarnia es un mito, como la Syldavia de Hergè. Como la Cataluña independiente y fuera de la UE que quieren algunos. Será recordada desde ahora en cada discusión en la que aparezca la exigencia suprema del derecho a decidir. Contraponer mitos contra mitos, en ese estado se encuentra una Cataluña que ha perdido en tres meses el camino avanzado durante años para ser la región competitiva y moderna que siempre ha sido.