
Todo el mundo hace cábalas sobre cuál será el detonante que finalice el largo periodo alcista que viven las bolsas. Los que llevan años prediciendo el Armagedón financiero como consecuencia del fin del QE, miran hacia la Reserva Federal. Pero hace tiempo que se anunció y no ha pasado nada.
Otros miran a los precios de los activos, pero, por el momento, la tendencia alcista bursátil va acompañada de un aumento sostenido de los beneficios por acción. Y empresas que se dice desde hace años que están sobrevaloradas, tipo Apple, Amazon o Facebook, siguen sorprendiendo al alza con sus resultados. Es más: continúan aumentando cuota de mercado o entrando en otros sectores. Sin duda habrá un límite por la vía del precio, pero no parece que esté próximo.
Finalmente están los que miran a los tipos de interés, pero, para sorpresa de la propia Reserva Federal, el crecimiento no está siendo inflacionista. La revolución digital, la competencia global y un nuevo modelo laboral y energético moderan la presión salarial.
La historia suele repetirse y basta mirar hacia atrás para encontrar un periodo con una situación parecida. En este caso podría ser en el entorno del año 1937. Coincide en ser un periodo de baja inflación, buen crecimiento económico y algo que cada vez es más evidente en nuestra época: el incremento de la desigualdad y, como consecuencia de ello, del descontento social y el advenimiento de los movimientos populistas.
Actualmente, el 50% de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población. Además, el hueco entre las personas con buena formación y las que tienen poca o ninguna, aumenta. Es especialmente visible entre los más jóvenes. La diferencia a la hora de encontrar trabajo o negociar un sueldo por parte de un buen codificador o un trabajador poco cualificado es cada vez mayor. E irá a más como consecuencia de la robotización y el uso de la inteligencia artificial en las empresas.
Hay dos tipos de economistas: los que viven en la realidad y los que viven en los libros. En bancos centrales y organismos económicos internacionales hay muchos más de los segundos. Es lo que les impide ver que en las economías avanzadas ya no se puede hablar de una economía, sino de dos. Cuando se ve así es mucho más fácil de entender que haya crecimiento sin inflación -depende de cuál de las dos economías estemos hablando- o los riesgos de la desigualdad y la desaparición de las clases medias.
Pongamos el caso de EEUU. Por un lado tenemos un 60% de la población que puede ser sustituida total o parcialmente por un robot o, en su defecto, que tiene que aceptar cualquier "planteamiento" salarial que le hagan. Incluyo los trabajadores que pueden ver afectada su capacidad de negociación por la implantación de la inteligencia artificial (IA) en la empresa, que no son pocos.
En el otro lado, aproximadamente un 40% de la población, están quienes son difíciles de sustituir por robots o IA, que van desde personas creativas hasta empresarios, pasando por especialistas muy cualificados. Por el contrario, no estarían a salvo administrativos de cualquier nivel, funcionarios u operadores de todo tipo de industrias, por avanzados que sean sus conocimientos. Vamos a un mundo dividido en función del posible grado de sustitución por robots o inteligencia artificial. Obviamente, el resultado de todo esto es desigualdad económica y de oportunidades, lo cual históricamente beneficia a los populismos. Es lo que no tuvieron en cuenta quienes descartaron una victoria de Donald Trump y lo que no tienen en cuenta los economistas de salón.
A su vez, los populismos llevan al poder a políticos que traen inestabilidad. Y no me refiero a Trump, al que considero más una persona que ha sabido aprovechar electoralmente la situación que un político típicamente populista. Y todo lo anterior es aplicable al ascenso de los nacionalismos, que son otra forma de populismo que se nutre del descontento social.
Es por ello que, además de vigilar los precios de los activos o lo que haga la Reserva Federal, a largo plazo es importante vigilar si se toman o no medidas para equilibrar estas diferencias. Y no me refiero a darle dinero a la gente o subir los impuestos. Nada más lejos de mi intención que fomentar el comunismo (o algo así). Hablo de adaptar la educación y la formación al nuevo entorno, igual que nos adaptamos a la llegada de los ordenadores o aprendimos idiomas para adaptarnos a la globalización. Ahora, además de inglés, tocará aprender a codificar.