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La sostenibilidad de las buenas noticias en el mercado laboral español

Foto: Getty.

Desde el mercado de trabajo se confirma el empuje expansivo de la actividad económica en España en el segundo trimestre de 2017. En términos interanuales, las cifras hablan por sí solas: se acelera el crecimiento de la ocupación, la velocidad de caída de la tasa de paro es superior a la de trimestres anteriores y el número de hogares con todos sus miembros en paro vuelve a caer considerablemente. Por otro lado, parece confirmarse un patrón de crecimiento del empleo, basado en un paulatino aumento de su estabilidad (medido por la tasa de crecimiento de los contratos indefinidos en relación con el crecimiento de la ocupación), con un claro sesgo hacia el empleo privado asalariado (en términos interanuales, apenas crecen el empleo público y el de los trabajadores autónomos).

Subrayando esta tendencia, las series desestacionalizadas ponen de manifiesto en el segundo trimestre de 2017 un aumento de la ocupación que es el mayor desde el segundo trimestre de 2015. Mientras que el paro cae a una tasa intertrimestral (desestacionalizada) de más del 5%; es decir, la mayor caída desde que empezó a bajar esta tasa allá por el segundo trimestre de 2013.

En la misma línea, los flujos en el mercado de trabajo confirman un patrón bastante estable de salida de la ocupación, en términos anuales, en el entorno del millón de personas, en la fase expansiva de estos últimos cuatro años. Por el contrario, los que entran en la ocupación lo hacen a una cifra superior a cualquier año de la serie, incluso metiendo en la misma el segundo trimestre de 2007. Algo parecido y en sentido opuesto ocurre con los flujos de entrada y salida de desempleo, brillando con luz propia en este segundo trimestre de 2017, la cifra más baja de entrada en el desempleo desde nada menos que el segundo trimestre de 2007.

Sin embargo, se van apuntando, cada vez más, algunas asimetrías y debilidades. Por ejemplo, toda la mitad norte de España (incluyendo Madrid), con la excepción de Galicia, ya registra tasas de paro inferiores al 15%. Mientras que toda la mitad sur y Canarias están por encima de la media nacional (es verdad que en algunas la ocupación crece por encima de la media en el trimestre vencido, aunque no la mayoría). Las colas (menores de 25 años y mayores de 55 años) en la distribución de las tasas de actividad (37 y 25%, respectivamente) siguen siendo especialmente bajas en relación con las de los países de nuestro entorno. Llama la atención cómo, a medida que se desarrolla la fase de expansión, las tasas de paro femenina y masculina se van alejando, en contra de las primeras, cuando a lo largo de la crisis fueron bastante parejas, hasta el primer trimestre de 2013.

Entre todas las debilidades, la más preocupante es la que apunta a aquellos flujos donde los que entran en la actividad son menos que los que salen de la actividad. Lo que supone una pérdida en los últimos doce meses de 148.000 personas activas. Lo peor es que no es un dato ocasional, puesto que, con la excepción de los dos primeros trimestres de 2015, desde el segundo trimestre de 2014, es decir, con la expansión en marcha, el total de activos no ha dejado de caer en España. Es evidente que a este resultado no contribuye mucho el que la población en edad de trabajar siga cayendo. En el último año en más de 32.000 personas.

No es este el momento de evaluar si la nueva estrategia de empleo puesta en marcha en 2016 o los 2.000 millones de euros en políticas de empleo que están recibiendo las CCAA en 2017 son mucho o poco para hacer frente a estas debilidades y asimetrías. Lo que sí parece prioritario es que sean capaces de reducir las segundas y hacer frente a las primeras.

Si bien, por encima de cualquier otro instrumental al uso, lo que nítidamente es muy urgente, además de importante, es que se desarrolle una política de Estado en relación con la dinámica de crecimiento de la población española, que asegure un crecimiento sostenido de la población en edad de trabajar y un crecimiento de la población activa, con todos los matices que se quiera, pero en esa dirección.

Es cierto que esto ni se improvisa ni se obtienen resultados en el corto plazo, pero por esa misma razón lo hace más perentorio. En lo más inmediato, las políticas activas de empleo van a tener que acertar, porque si no somos capaces de reducir el elevado paro estructural de la economía española, con una población activa en retroceso, más pronto que tarde llegarán las presiones sobre salarios y precios y se pondrá en peligro parte de las ganancias de competitividad de los últimos años y, entonces, como diría el poeta mejicano Gutiérrez Nájera, el tiempo será barrendero de ilusiones.

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