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Latinoamérica: integración vs. populismo

  • Macri apuesta por una región unida frente al nacionalismo de Trump
Foto: Getty.

Después de haber entrado en recesión durante el año 2016, Latinoamérica afronta un nuevo año con la posibilidad de ser el mercado emergente con el mayor repunte de actividad, aunque la magnitud del mismo vuelva a ser decepcionante al situarse muy por debajo de su potencial. Son varios los motivos que explican esta desilusión. Quizás el más llamativo y del que más se habla sea la incertidumbre que rodea el giro de la política norteamericana en sus relaciones comerciales con México y la región. Sin embargo, no es el único factor que amenaza el apetito de los inversores por estos países. El aumento de los tipos de interés en EEUU, la consecuente salida de los flujos de capital, con la volatilidad financiera que estas decisiones producen, y la aproximación de las elecciones en Argentina, Chile y Ecuador este año y en Colombia, México y Brasil en 2018, son elementos de riesgo para una región empeñada en avanzar siempre por detrás de los acontecimientos.

El caso es que por unas razones u otras, aunque Latinoamérica vaya a registrar este año un crecimiento superior al 1,6% (muy por encima del -0,7% experimentado en 2016), la confianza de los inversores seguirá debilitándose lo que se traducirá probablemente en una reducción de los flujos de capital privado respecto a los niveles registrados en 2016. En México, con más del 80% de las exportaciones dirigidas a EEUU y unas remesas entredicho debido a la política inmigratoria anunciada por el Presidente Trump, se convierte en un país vulnerable y, en consecuencia, el interés de la inversión extranjera directa se desvanecerá significativamente en 2017. Por contraste, EEUU solo representa el 13% de las exportaciones brasileñas, pero la debilidad fiscal en el país y la volatilidad financiera de sus mercados, propiciará un riguroso análisis de los inversores a pesar del anuncio de varios proyectos de infraestructura y concesiones en petróleo y gas para este mismo año. Finalmente, aunque Argentina ha tenido acceso a los mercados de capitales para anticipar las necesidades financieras previstas para este año, el abultado servicio de la deuda y el desequilibrio fiscal podría cuestionar el afán de los inversores extranjeros en el país.

Sin embargo, América Latina y el Caribe han logrado un progreso económico y político sobresaliente durante la última década, por lo que es paradójico que esta región se vea sometida a una constante desconfianza internacional. En efecto, Latinoamérica no sólo ha avanzado notablemente en temas sociales hasta el punto de haber registrado una significativa reducción de la pobreza (desde 1990 la pobreza se ha reducido en más de 22 puntos porcentuales, alcanzado, en este momento al 28% de la población, según la CEPAL), con una economía más diversificada que durante la etapa de auge de las materias primas a inicios de 2000 experimentó tasas de crecimiento más elevadas que el promedio de la OCDE, y una democracia fuertemente consolidada en una buena parte de los países de la región.

En este contexto, Latinoamérica se enfrenta a dos posibles escenarios. Al igual que otros muchos países occidentales, la región ofrece un caldo de cultivo propicio para la emergencia de una nueva fase populista. En primer lugar, la revolución tecnológica y un débil crecimiento económico derivado del freno al comercio mundial, un reducido precio de las materias primas y un escaso margen de políticas económicas, ha propiciado, de nuevo, un mayor grado de desigualdad social. Y, en segundo lugar, una quiebra moral del capitalismo lastrado por los ingentes casos de corrupción en la región, En cualquier caso, demandas sociales insatisfechas que al tratar de encontrar soluciones simples y emocionales a temas complejos, terminan encontrando en las élites al enemigo común. Un fenómeno que si bien ha perdido protagonismo en Latinoamérica, continua vigente en algunos países y agazapado en el resto.

El escenario alternativo, vital para inmunizar a América Latina y el Caribe del populismo, pasa por encontrar fórmulas que sigan haciendo atractiva la región para que la inversión extranjera pueda mitigar, por un lado, el impacto negativo de una tendencia decreciente de las remesas y, por el otro lado, las secuelas de un mayor grado de proteccionismo.

Pero más allá de proponer un modelo de atracción de capital para recuperar un crecimiento estable y sostenido, Latinoamérica debe promover una mayor integración económica en términos, sobre todo, de una mayor inversión en infraestructura y un mayor grado de colaboración en materia energética, comercial y financiera; también, desde luego, la integración se fortalece con las ventajas de un idioma común en expansión y un envidiable espíritu patriótico. Una integración efectiva que debería estar promovida por los grandes países del área, la emergencia de un líder regional y el apoyo de España como punto de conexión entre Latinoamérica y la Unión Europea.

En este momento, las declaraciones de los presidentes Mauricio Macri y Michel Temer apuntalan el deseo genuino de construir una región más unida que se enfrente, con una sola voz, a las declaraciones nacionalistas del presidente Donald Trump. Para ello, proponen la urgente necesidad de que el Mercosur refuerce su posición internacional hacia Europa, como se pondrá de manifiesto durante la visita de Macri a España cuyo propósito, entre otros, será acelerar el acuerdo UE-Mercosur. De la misma manera que Argentina y Chile tienden a aproximarse para impulsar un acercamiento entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico. De hecho, el rechazo del TPP deja a Chile, Perú y, potencialmente, a Colombia, sin un acceso sólido a las relaciones comerciales globales, lo que podría favorecer un mayor grado de integración que refuerce el comercio intrarregional y capitalice la libertad de fronteras entre países. Por su parte, México, a la luz de la permanente hostilidad por parte del nuevo presidente norteamericano, está valorando seriamente la propuesta de cooperación económica con los países del sur.

Sin embargo, la probabilidad de que estas iniciativas sean pasajeras es elevada. Las elecciones en muchos países de América Latina en los próximo dieciocho meses, la falta de un líder regional y la legítima preocupación por resolver los problemas autóctonos, que no son pocos ni homogéneos entre los países, podría detener este espíritu de integración. Pero no por ello, se debe dejar de insistir en que Latinoamérica debe sentar las bases para una mayor coordinación económica y comercial. De esta manera, la región se blindaría del espíritu proteccionista promovido, en este momento, por EEUU, y alejaría los fantasmas de un renovado populismo marcado por aires europeístas, que también, en este momento, deben estar cruzando el Atlántico.

España tiene una enorme oportunidad para fomentar un mayor grado de unidad entre los países de Latinoamérica y facilitar, con el apoyo de la UE, la creación de un vínculo atlántico que responda con fuerza y determinación al intento norteamericano de debilitar las relaciones entre países y regiones. La visita de Macri arropada por el presidente Rajoy es un primer paso. Pero nuestros vínculos culturales, empresariales y financieros, deberían promover una acción más profunda y decidida en la reconstrucción de esta relación.

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