Firmas

¡Que se haga la luz!

  • Hay que plantear de modo exhaustivo la opción de la energía nuclear
Central nuclear de Garoña. Foto: Archivo.

Por supuesto que la lucha del hombre para dominar las tinieblas llegó desde la prehistoria y hasta el descubrimiento, por un lado de la corriente alterna con su aplicación en el caso de la electricidad y por otro con el descubrimiento de Edison en 1879 que permitió construir las bombillas. Previamente había existido un preludio, gracias al gas del alumbrado a partir de 1792. Pero hasta entonces el mensaje de toda la humanidad estaba en aquella expresión Goethe en el agobio de sus últimos momentos cuando pronunció las célebres palabras de: "¡Luz, más luz!".

Pero la electricidad pasó a ser, de modo creciente un insumo esencial de la industria en todos los sectores, desde la siderurgia a la química, y no digamos a los sectores de servicios. Lo vemos sociológicamente en España con esas solicitudes de líneas eléctricas ferroviarias y no digamos por lo que se refiere a necesidades turísticas o a la revolución digital. Pero popularmente esto se olvida, y es la luz eléctrica del hogar lo que parece desearse muy en primer lugar. De ahí que, con algún asombro, lo que se desea popularmente, muy en primer lugar, es la luz eléctrica y por eso que la cuestión del precio de la electricidad y el impacto de sus alzas se haya polarizado recientemente, de manera casi exclusiva, cuando lo que realmente importa, en primerísimo lugar, es cómo el precio de la energía eléctrica puede complicar aspectos muy importantes de nuestra vida económica.

Esto es así porque la generación de la electricidad, como consecuencia de la tecnología y de la enorme acumulación de capital que exige, a lo que se añade el capital obligado para la distribución (las redes eléctricas y sus complementos) es considerable. En cambio, el conjunto de los demandantes es amplísimo. Esta es la cuestión fundamental. Por motivos tecnológicos, la concentración productiva y de distribución de la energía eléctrica es forzosamente grande. Y la demanda está dispersa y es colosal. Ello explica que en todos los lugares, y desde luego en España, el problema de este mercado tiene que plantear, en primer lugar, la necesidad de que exista una intervención del sector público, para atajar las posibilidades que podrían aparecer de actuaciones fuertemente monopolísticas. Incluso se comprobaron, en más de una ocasión, las perturbaciones sociales que podrían derivarse de la existencia de libertad plena en el sector. En España basta recordar lo que, por ejemplo, sucedió con la famosa "huelga de la Canadiense", que tuvo lugar en la zona industrial de Barcelona, y que a punto estuvo de convertirse en un trastorno insuperable. Basta recordar que se vió a Cambó paseando por la ciudad con un fusil como miembro del Somatén, y que fuerzas de la Marina lograron impedir que se cortase el suministro de agua a la ciudad. Una empresa eléctrica en crisis puede originar caos de este tipo y tampoco se pueden olvidar las consecuencias denominadas "restricciones eléctricas" con un impacto colosal sobre la vida económica española como demostró cuantitativamente el profesor Castañeda. Pero, por otro lado, no se puede olvidar el fracaso de empresas públicas en el terreno energético, lo que se encuentra detrás, de modo forzoso, de privatizaciones obligadas. Y además, tampoco olvidemos daños que, como los que mostraron Manuel de Torres y Carlos Muñoz Linares en 1954, en el libro El monopolio en la industria eléctrica (Aguilar), se deben al riesgo derivado de una fuerte concentración privada y poco regulada en el ámbito empresarial generador de electricidad. El sector eléctrico, además, tenía que procurar el abastecimiento de energía eléctrica si se deseaba aumentar la industrialización del país. Todo ello obligó, poco a poco, a plantear un cambio, sobre todo cuando llegó la amenaza derivada del primero, y colosal, incremento de precios del petróleo. Por cierto que, a pesar del aviso de que eso se iba a producir por parte de Martínez Esteruelas, entonces ministro de Planificación de Desarrollo, al recibir noticias auténticas de lo que se estaba tramando entre la Opaep y la OPEP, fue despreciado por el Ministro de Industria de entonces, lo que originó al final el famoso "choque petrolífero" que coincidiría con el principio de la Transición. Únase a eso que previamente, para superar tensiones de ese tipo, Alfonso Álvarez Miranda y Alfredo Santos Blanco, siguiendo el modelo francés, habían decidido poner en marcha el Plan Energético Nacional, en el que un papel creciente tendría que poseerlo la energía nuclear, con lo que la electricidad no tendría que experimentar choques importantes, como eran también los derivados de las sequías y de la carestía de los carbones. Todo esto acabó, por motivos electorales planteados tanto por Felipe González como por Rodríguez Zapatero con lo que, aparte de otros problemas, generó una espada perpetua de Damocles sobre nuestra producción energética: el bloqueo a la oferta nuclear.

La puesta en marcha de un mecanismo, que últimamente se coronó con el papel de la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia, tenía el papel claro de evitar que se produjese situaciones monopolísticas. Evidentemente no existía competencia, pero se procuraba que lo que tenía que calificarse como un pool de la electricidad en España abasteciese de la mejor manera posible las necesidades del mercado, eliminase restricciones, y se borrasen tentaciones demasiado perturbadoras. Eso es todo lo que se puede hacer en ciertas ocasiones y, por ello, resultaba imposible que si las materias primas escaseaban -ya fuese el gas, o la lluvia o el combustible nuclear para las pocas centrales existentes de ese tipo, o el viento en las energías renovables- y adicionalmente escaseaba la oferta como consecuencia de haber pasado España a ser solo una península energética en Europa, y por ello, en esa situación, en ciertos momentos, no se facilitaba la llegada de energía foránea, los problemas forzosamente surgirían. Y eso se transmite de inmediato a los precios, o sea, a las tarifas, de modo automático. En otro caso se originarían quiebras y desapariciones de empresas productoras de energía eléctrica y esas escaseces existieron en ocasiones en España.

El papel de la producción tiene que ser controlado, pero si esta producción encarece el proceso por cualquier motivo, automáticamente el conjunto de la economía española pierde competitividad y por eso el papel de las entidades de control antimonopolístico han de actuar, teniendo además en cuenta un dato concreto de nuestra estructura económica, este es que, para originar un incremento adicional de una unidad en el PIB es necesario que entre en el sistema productivo más de una unidad adicional de energía. Existe un estudio muy interesante del profesor Becker sobre esta cuestión publicado con motivo de su ingreso en la Real Academia de Doctores. De ahí que se busque continuamente abaratar la energía, pero también no impedir que ésta fluya en el mercado con cierta abundancia.

La base, pues, del problema energético se encuentra en lo que es el funcionamiento adecuado de su pool, que necesita poseer un control público interno y, también, con preocupación continua por los avances tecnológicos externos, todo lo cual explica una presencia continua y obligada del Sector Público, pero sin planteamientos estatificadores que no han dado buen resultado. Pero, al criticar lo que existe y exigir, por ejemplo, que "la luz sea más barata en los hogares", se observa con asombro que quienes expresan esos puntos de vista, ignoran, por ejemplo, algo tan fundamental como la exposición que efectuó María Teresa Costa Campi, en su artículo Evolución del sector energético español (1975-2015) publicado en Información Comercial Española en 2016. Si lo hubiesen tenido en cuenta habrían visto cómo en él se muestran los aspectos fundamentales de nuestro sistema eléctrico, tales como el proceso de liberalización, la integración europea, la evolución tecnológica, las consecuencias de los planes comerciales nacionales, así como las variantes del marco legal del sistema, el llamado MLE, así como el sendero adicional para la reforma de la Ley del Sector Eléctrico de 2013. Porque sin eso no se consigue disponer de más luz, sino que surgen los senderos adecuados para que triunfe la demagogia, que más de una vez ha conseguido en el mundo occidental victorias perturbadoras, que por cierto no se han ahorrado a España, para escalar con ellas el poder. Y no pueden olvidarse también dos cosas. Una, plantear seriamente la cuestión de la energía de origen nuclear, y esto de modo exhaustivo. Otra, los problemas derivados del medio ambiente, que, naturalmente ha de tratarse con sumo cuidado, porque desde Arrhenius a hoy ha pasado mucho tiempo y las series estadísticas del clima no son absolutamente convincentes. Pero ¿si de verdad está cambiando un elemento básico de la vida del planeta como es el clima, no vamos a reaccionar? Jaime Terceiro recientemente acertó cuando señalaba que hay que tener en cuenta ese riesgo de modo análogo a como un particular asegura su casa contra incendios o su coche contra accidentes, dado que existe una probabilidad de que tales desgracias ocurran y esa probabilidad es la que se plantea en relación con el clima.

Todo lo dicho muestra que simplificar el tema de la energía basándose en el precio de la luz en los hogares debe ser rechazado. Los asuntos importantes, como el de la energía en general y la eléctrica en particular han de plantearse con todo rigor.

WhatsAppFacebookFacebookTwitterTwitterLinkedinLinkedinBeloudBeloudBluesky