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Obstáculos y desconfianza, no histéresis

Planteada por las autoridades monetarias, se extiende y alcanza notoriedad una explicación sobre la persistencia de la recesión iniciada en 2007 según la cual la lentitud y apatía de su recuperación se debe a la aparición de histéresis. Evidentemente, el argumento permite, si no la exculpación, sí gran exoneración de las responsabilidades de los bancos centrales al respecto.

Expuesto hace semanas por la misma Janet Yellen, presidenta de la Fed, el economista jefe del BCE, Benoit Coeuré, advertía días atrás de los peligros que corre la eurozona de sufrir los efectos de la histéresis, algo que, precisamente y no por casualidad, debe extenderse a la UE.

Pero dicho fenómeno, aplicado a la economía y más concretamente al mercado laboral, es simplemente una descripción de la propia dificultad de salida de la crisis, no una explicación o causa de la misma. La histéresis describe un hecho; no es causa del mismo. Para colmo, el análisis aplicado por Beniot Coeuré plantea algún problema de concepto que puede resultar útil para atender ciertos aspectos teóricos pero que no lo es para la aplicación de políticas económicas. Tal son los objetivos de crecimiento (output gap o brecha de crecimiento) e inflación establecidos por los bancos centrales.

Fue del profesor Carlos Sebastián de quien escuché la idea de histéresis, que él aplicaba al análisis del comportamiento del mercado laboral español durante los embates o shocks que lo habían afligido entre los inicios de la transición y los años noventa. Explicaba entonces el profesor Sebastián que la economía española había mantenido una cierta regularidad característica de su mercado de trabajo: en momentos de crisis, recesión o dificultades el sistema destruía empleo de forma bastante rápida y cuantiosa; en cambio, cuando las condiciones adversas, dañinas, minoraban o cesaban, la creación de empleo se volvía tortuosa, lenta y compleja.

No significaba el mantenimiento de los daños, ni que los mismos se hubiesen convertido en crónicos, como ahora se dice de las economías que no despegan. Más bien se trataba, y se trata, de la existencia de elementos institucionales, frenos y barreras a la competencia, intereses espurios o erradas políticas y herramientas económicas que impedían la recuperación del empleo en unas condiciones más favorables o cuando revertía la crisis.

No se excluye que tales frenos e impedimentos institucionales puedan terminar enquistándose y convirtiéndose en situaciones de atasco; pero no debe confundirse con lo que plantean Yellen y Coeuré de entrada en procesos de estancamiento, desánimo, desconfianza y falta de respuestas ante los estímulos que las autoridades introducen, por una histéresis.

Histéresis es lo que tantas veces se ha descrito de que para crear empleo a tasas mediocres y lentas, nuestra economía precisaba crecer a tasas del 2,5%-3% o más, cosa que, por cierto, no ha sido el caso para la economía española durante el proceso de recuperación iniciado en 2014. Se trata, pues, de la descripción de un fenómeno debido a unas condiciones o causas, no de un mecanismo, ni de una maldición, que se ponga inevitablemente en marcha y cause el estancamiento sin remedio.

Lamento el error en que incurren las autoridades monetarias, pues, como suele suceder, presentan otras ideas certeras. Es muy cierto que nada hay peor que la situación de paro prolongado, porque descapitaliza a las personas y el factor trabajo; máxime en procesos de cambio tecnológico importantes por su volumen y velocidad, como el que acontece desde 1990-1995.

Cierto es que han cambiado los sectores punteros y la especialización de los factores productivos. O que la desconfianza, el descrédito y la incertidumbre profundos se convierten en descontento y que éste puede transformarse en pesimismo y desesperanza sobre el propio futuro, máxime si el estancamiento y el desempleo se prolongan en el tiempo.

Y que tales factores afectan a las demandas de inversión y consumo, aunque sea errónea la visión keynesiana o "de contabilidad nacional" de que la demanda agregada creciente asegura el crecimiento de la actividad y el empleo. En 2007-2008, cuando la crisis daba la cara, la demanda agregada y el crédito eran excelsos.

Pero tales barreras, obstáculos y desconfianza están generados precisamente por las políticas monetarias y fiscales, que no son de austericidio vista la evolución de gastos, deuda y déficit practicados por autoridades y administraciones de muy diversos países. Desde luego, no puede hablarse de histéresis en la economía estadounidense, cuando su tasa de paro ronda o es inferior al 5% fruto de un mercado laboral muy flexible, desde luego mucho más que en Europa, no atribuible a un presidente sino a una cultura, una tradición, en la economía de EEUU.

Como tampoco vale aplicar al caso español lo del estancamiento, lentitud o escasa creación de empleo, sin entrar aquí a valorar su calidad pero aclarando que ésta no es condición necesaria para evitar el fenómeno relatado. De hecho, España ya evitó la histéresis en el período 1998-2003, cuando otra crisis o recesión tuvo lugar entre 2001-2002 y nuestro mercado de trabajo respondió mejor que el alemán o el francés, por aquel entonces en tasas de paro similares a la nuestra, e incluso superiores.

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