
La economía no es una ciencia exacta. Si en las últimas semanas, los mercados recibieron con fuertes caídas la salida del Reino Unido de la UE o los problemas de solvencia de la banca italiana, en ésta prácticamente lo han olvidado. La bolsa apunta a recuperar primero lo perdido con el Brexit y después lo que se deja en el año.
¿Qué ha cambiado en estos últimos siete días? Las buenas noticias provienen de Estados Unidos. Su economía crea más empleo del previsto, las ventas minoristas crecen a buen ritmo, como signo de la fortaleza del consumo, y los resultados empresariales del segundo trimestre del año baten las previsiones de los analistas. ¡Hasta China empieza a ofrecer síntomas de mejora, con un crecimiento en los primeros seis meses que cumple a rajatabla el objetivo del 6,7 por ciento anual!
Gracias a estos datos, todos los índices bursátiles de Wall Street se situaron en máximos históricos esta semana. Su efecto arrastre sobre otros mercados fue fundamental para superar las preocupaciones que nos agobiaban hasta hace poco.
De nuevo, resultó crucial el papel de los bancos centrales. La semana comenzó con que Japón anunciaba más estímulos para su alicaída economía y el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, salió al rescate de los países problemáticos del euro. Las compras de deuda periférica, sobre todo de Italia y España, aliviaron las tensiones. Por último, la decisión del gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, de posponer la reducción de los tipos de interés fue interpretada como que el Reino Unido está mejor preparado para aguantar el Brexit de lo que se esperaba.
Con las rentabilidad de buena parte de la deuda europea, así como de Estados Unidos, en negativo, la inversión vuelve a las bolsas en busca de mayores retornos. Pero es un espejismo. Las debilidades persisten. Vivimos en una burbuja de deuda, que sigue a flote gracias a los banqueros centrales. El problema vendrá cuando se pinche, aunque nadie cree que eso vaya a ocurrir antes de dos o tres años.
Pero que nadie se engañe. Hasta que la banca se sanee por completo, habrá dificultades de financiación, sobre todo para las empresas o sujetos con menor solvencia.
Los bancos están dispuestos a prestar casi a coste cero a las empresas con apenas riesgo de impago, pero penalizan a las demás. No lo hacen, desde luego, por capricho, sino porque tienen que provisionar los préstamos según su nivel de riesgo.
El hecho de que los balances de buena parte de la banca sigan cargados de activos dañados, unido a su escasa rentabilidad y competitividad ante los cambios tecnológicos, también contribuye a encarecer la financiación que ofrecen a empresas o particulares, y echa por tierra, en última instancia, la buena labor de los bancos centrales.
El dinero está muy barato, pero sólo para unos pocos. Para los demás, se paga a costes más elevados que antes. Y así es imposible sacar del estancamiento a un continente como el europeo, asediado por incertidumbres de todo tipo. Desde la crisis de los refugiados al Brexit o a las dificultades para cumplir con el objetivo de déficit de países como España o Portugal.
¿Por qué la fórmula de reducir a cero el coste del dinero que sacó a Estados Unidos del limbo no sirve en Europa? Porque los americanos limpiaron su banca con una inyección de alrededor de 750.000 millones de dólares, y en Europa seguimos buscando la salida del laberinto, casi una década después de la Gran Crisis.
Un analista de Deutsche Bank puso esta semana el dedo en la llaga, al solicitar 150.000 millones para recapitalizar la banca europea. La cuestión es de dónde saldrá tanto dinero. La Autoridad Bancaria Europea (EBA) cerró la crisis que sufrieron las entidades financieras en falso. Los test de estrés no sirvieron para poner contra la pared a los bancos en dificultades, como lo demuestra que la mayoría de ellos cotiza en estos momentos a la mitad de su precio de liquidación.
Las normas de la EBA obligan ahora a recurrir a accionistas y tenedores de deuda, antes que al Estado, para ampliar el capital de un banco. Pero no hay Gobierno que resista si pone en un brete a los ahorradores en bonos. Y tampoco están las arcas públicas para sostener más rescates. En estas circunstancias, sólo queda prorrogar la agonía hasta que el paciente sane (o se muera). Draghi no tiene otra que armarse de paciencia y comprar bonos hasta que el cuerpo (la economía) aguante con respiración asistida.
P.D. Rajoy estrenó su victoria electoral incumpliendo de nuevo su promesa de bajar los impuestos. En elEconomista ya advertimos que, en temas fiscales, los programas electorales eran una sarta de mentiras bien escritas. No queda más remedio que seguir con ajustes y con alzas de tributos. La próxima, en hidrocarburos. Si no, al tiempo.