
Empieza a ser un lugar común afirmar que vivimos en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo. Ninguna de estas cuatro características ayuda especialmente a la hora de hacer previsiones. Los agentes económicos están acostumbrados a tomar decisiones en situaciones de riesgo, pero es mucho más complejo hacerlo en un escenario de incertidumbre, porque no se pueden asignar probabilidades a las distintas alternativas.
Hoy en día tenemos previsiones de casi todo. Tómese, por ejemplo, el caso del tiempo meteorológico. Existen todo tipo de estimaciones de cómo va a evolucionar no ya mañana, sino en las próximas dos semanas. Cada vez con más frecuencia en la planificación de todo tipo de actividades, especialmente en las de ocio, se hace uso de estas previsiones. De la mayor o menor fiabilidad de las mismas depende un porcentaje relevante de los ingresos de muchos negocios y la calidad del ocio de muchas personas. Dicho de otro modo, las previsiones no son neutrales o inocuas, sino que tienen sus implicaciones y, lo que es más importante, condicionan el comportamiento del ser humano.
En el caso de la economía también se hacen previsiones de multitud de variables. Y del mismo modo que sucede con las meteorológicas no siempre aciertan ni son inocuas. De hecho, según las denominadas profecías autocumplidas o autorrealizadas, las previsiones condicionan la propia realidad. En el fondo, la Psicología y la Economía están muy relacionadas, por lo que no es de extrañar que algún premio Nobel de Economía, como es el caso de Kahneman, sea un psicólogo, porque en el fondo lo que se analizan son las conductas humanas.
Muchas decisiones empresariales sobre retribuciones, o sobre inversiones, se toman en función de qué previsiones puede haber sobre el crecimiento económico o sobre la inflación. En Esade llevamos varios años haciendo lo que denominamos la diana Esade, que es un instrumento que nos permite comprobar en qué medida las previsiones sobre crecimiento económico y tasa de desempleo, realizadas en otoño, se aproximan o se desvían respecto a los datos finales del año siguiente. Resulta muy significativo observar cómo las entidades públicas o privadas, nacionales o internacionales, tienen, evidentemente, muchas más dificultades para acertar en momentos de cambio de ciclo o en momentos de incertidumbre. Así, por ejemplo, en 2015, todas las previsiones, incluidas las del propio Gobierno, se situaron claramente por debajo de la realidad. En este caso, no cabe duda de que, por ejemplo, la evolución del precio del petróleo condicionó de manera muy significativa las desviaciones entre las previsiones y la realidad. Para un país como España, tan dependiente de la importación de productos energéticos, un precio del petróleo próximo a los 100 dólares en verano de 2014 frente a precios que luego han estado por debajo de los 40, puede explicar buena parte de dichas desviaciones.
En este sentido no puede olvidarse que, probablemente, el cambio estructural más importante experimentado por la economía española en las últimas décadas haya sido el consolidarse como una economía abierta, con niveles de apertura al exterior, medido como la suma de exportaciones e importaciones de bienes y servicios en términos del PIB, similares a los de los países de nuestro entorno, como pueden ser Alemania, Francia, Italia o el Reino Unido. El hecho de haber apostado por un modelo de crecimiento abierto al exterior tiene por supuesto múltiples ventajas, pero supone también que nuestra economía es más vulnerable a la evolución de nuestros principales mercados de exportación y de inversión. Dicho de otro modo, detrás de las previsiones, y es por lo que se recurre cada vez más a manejar escenarios diversos, se encuentran factores exógenos que van a condicionar de manera significativa la evolución de nuestra economía. Me refiero especialmente al precio de la energía, la evolución del tipo de cambio del euro, la tendencia de los tipos de interés y la coyuntura económica internacional.
Junto con estos factores no controlables, existen otros internos y que también condicionan mucho las previsiones. Me refiero a cuestiones asociadas a la política fiscal y tributaria o al propio mercado de trabajo. Por ello, en las recientes discrepancias entre la Comisión y el Gobierno español se echa en falta una mayor referencia en las previsiones a lo que acabe sucediendo en el panorama político español, cuando al menos aparentemente los tipos de políticas económicas aplicadas pueden ser tan distintas. Con cierto grado de cinismo, alguien podría pensar que, al final, el margen de maniobra de los gobiernos de países como España es relativamente limitado dada nuestra pertenencia a la Unión Europea. Sin embargo, eso puede ser cierto en determinados ámbitos, pero creo que no convendría despreciar las posibilidades que plantea "controlar el BOE" ni el papel tan relevante que tienen las expectativas.