
La economía china ha pescado un resfriado muy fuerte este invierno, tan grave que casi todos los mercados globales están estornudando. En las dos primeras semanas de 2016, el índice compuesto de Shanghai cayó un 18%.
El 15 de enero, el índice cerró a 2.901, una cifra muy similar a la del desplome de la bolsa de este verano. Los analistas extranjeros predicen casi por unanimidad otro hundimiento del mercado o incluso un aterrizaje forzoso. Y con los precios del petróleo por debajo de los 28 dólares/barril, se cierne el espectro de una pandemia económica global. El golpe que ha sufrido el mercado financiero chino en el año nuevo se atribuye a varias causas, relacionadas sobre todo con la transparencia política y la claridad. Una es la retirada del intento chino de instalar un interruptor bursátil, que lejos de calmar la volatilidad propició una nueva ola de liquidaciones. El otro problema, sin duda más serio, fue la confusión de los mercados sobre la dirección del tipo de cambio del yuan tras diez días de depreciación gradual pero constante contra el dólar, que alimentó flujos de salida de capital hasta la intervención del Banco Popular de China (PBOC). Según el PBOC, la confusión surgió debido a un cambio técnico en el proceso de fijar el tipo de cambio del yuan, ya que la referencia común del dólar se cambió por un tipo establecido a partir de una cesta secreta de grandes divisas. Esta reforma tal vez pretendiera impulsar la estabilidad del yuan pero no es buena para los mercados, que prefieren la continuidad con el dólar frente a la incertidumbre de una flotación gestionada. No es la primera vez que a los mercados les sorprende una reforma bien intencionada. En agosto, el PBOC anunció un mecanismo más orientado al mercado de fijar el tipo de cambio del yuan en el mercado interbancario, donde el tipo diario se basaría en el precio de cierre del día anterior. Al coincidir la medida con una devaluación aislada del 1,9% frente al dólar, los mercados asumieron erróneamente que el banco central perseguiría una depreciación política. La comunicación política confusa se vio agravada por los acontecimientos mundiales. La decisión de la Reserva Federal estadounidense en diciembre de subir el tipo de los fondos federales, sumada a la incertidumbre creada por la caída de los precios del petróleo, también animó a los inversores a reducir su exposición china y pasarse al dólar. Sabedor de que los tipos de cambio pueden abarcar mucho más que el mercado bursátil, sobre todo en economías emergentes, el PBOC pasó a estabilizar el tipo de cambio, intervino marcadamente en los mercados extranjeros del yuan y restringió los controles de los flujos de capital transfronterizos a corto plazo. En diciembre, el Gobierno chino reiteró su compromiso de implantar duras reformas orientadas al mercado, con medidas para afrontar la contaminación, la capacidad sobrante, el exceso de deuda, los impuestos altos, los trámites burocráticos y los privilegios monopólicos de las empresas de propiedad estatal (SOE). El problema es que los inversores a corto plazo no suelen esperar a ver los resultados de las reformas a largo plazo sino que prefieren las coberturas inmediatas contra las políticas confusas de tipo de cambio. A cualquier economía moderna le molesta la incongruencia entre los movimientos bruscos y volátiles de precios a corto plazo y los ajustes estructurales más graduales a largo en la economía real. Al contrario que antes, cuando los políticos chinos eran capaces de concentrarse en la economía real sin preocuparse de la inestabilidad excesiva en el mercado financiero, ahora se ven obligados a gestionar la volatilidad a corto plazo causada por unos tipos de interés y de cambio liberalizados, junto con unos flujos de capital más rápidos, tanto dentro como fuera de sus fronteras.
En China, coordinar las políticas fiscales y monetarias keynesianas a corto plazo, dirigidas a estabilizar los mercados, no será una hazaña fácil. Lo que está claro es que una comunicación efectiva con los participantes del mercado y los agentes de la economía real es crucial para la credibilidad y la estabilidad del mercado. En las economías relativamente cerradas, explicar las políticas complejas no es tan importante como obtener resultados, pero dada la creciente participación e interacción extranjera, mantener la estabilidad implica anclar la confianza del mercado con políticas y acciones transparentes y creíbles.
Solo con funcionarios del Gobierno central y local, y expertos en los mercados, podrá China implantar medidas de estabilización a corto plazo o reformas estructurales a largo. El problema es que ese talento no está disponible en general en el país. Quienes lo poseen tienden a buscar un sueldo más alto en otra parte, les preocupan los límites del enfoque pro-mercado de las autoridades o incluso se sienten vulnerables a las acusaciones de corrupción. La clave para atraer talento orientado al mercado en la amplia burocracia china es dejar claro que se tolerará la asunción de riesgos (e incluso los fallos). Solo cuando los funcionarios expertos se sientan cómodos tomando decisiones en tiempo real en condiciones inciertas podrá el estado mantener el ritmo de los mercados, responder eficazmente a los nuevos avances y conservar niveles altos de confianza. Para apoyar a los funcionarios durante este proceso China también necesita procesos transparentes que garanticen equidad a todos los interesados.
El crecimiento sigue siendo relativamente fuerte, al igual que su posición en activos extranjeros y las hojas de balance de su gobierno central y el sector de las familias. Los mercados estables necesitan transiciones políticas estables. Al instalar funcionarios con mucha credibilidad política y la capacidad de gestionar la volatilidad de mercado hábilmente, China puede completar su transición a una economía más orientada al mercado e impulsada por la innovación.