La desmovilización planetaria por la pandemia ha hecho que el imparable crecimiento del tráfico en las redes de telecomunicaciones se haya acelerado de manera notable, como puede verse de manera muy amena en las estadísticas en directo de Internet ("Internet live stats"), siete años después de que Eric Schmidt, antiguo presidente de Google afirmase que toda la información almacenada en dispositivos conectados a Internet hasta 2003 (5 exabytes) en 2013 tan sólo lleva dos días en ser creada y en la actualidad nos encontramos, según Cisco Systems, con un tráfico en Internet próximo a 3,3 zettabytes, cerca de 660 veces esa referencia de hace apenas siete años. Se cumple, de largo, la llamada "ley de Edholm", según la cual el ancho de banda de Internet en las redes de telecomunicaciones se dobla cada 18 meses. Evidentemente, ningún quehacer humano tiene tales tasas de expansión, no obstante las circunstancias naturales, sociales y económicas en las que se produce tal crecimiento vertiginoso.
Probablemente la resistencia y la flexibilidad mostrada por las redes ante el aumento explosivo de la demanda de ancho de banda y la prolongación de los periodos de máximo uso son debidas a que por diseño y previsión las redes tienen una holgura estructural notable, operando muy por debajo de sus umbrales y por ello acompasando velocidades, rendimientos y experiencias de uso de manera armónica y progresiva. Afortunadamente para la Humanidad, no faltan ni capacidad (en las redes de transmisión submarinas próximas al final de su vida útil el caudal disponible por segundo es 25,92 billones el requerido por el usuario medio de telefonía móvil en España).
Tomando perspectiva pueden identificarse las palancas, los habilitadores y los impedimentos para la explosión del tráfico en Internet. Entre las primeras se encuentran ciertas funcionalidades que requieren mayor ancho de banda, siendo actualmente la principal de ellas el vídeo. De hecho, se estima que la descarga de YouTube y Netflix representan en el hemisferio norte más del 80 por ciento del tráfico residencial, con una rápida incorporación para la reproducción de los dispositivos móviles; adicionalmente, los soportes digitales para el acceso a información y las herramientas de colaboración, entre individuos y dentro de grupos, también con un creciente componente de vídeo vienen registrando una adopción muy rápida por las ventajas de eficiencia y productividad que ofrecen en relación con otros cauces de relación "off-line".
El creciente uso de técnicas de tratamiento masivo de datos, asociadas a procesos de diseño, simulación, fabricación y cálculo para crear realidades virtuales, explotar los avances de la inteligencia artificial, que consume cantidades crecientes de series de datos y emplea algoritmos cada vez más sofisticados servidos por ordenadores con capacidades extraordinarias de tratamiento de los datos, requieren caudales de red en continua expansión, que se verán multiplicados por las demandas de la holografía en lugar del vídeo y de la computación cuántica para la resolución de interrogantes asociados, entre otros, a la predecibilidad de dolencias por análisis genéticos de extrema complejidad. Adicionalmente a esas funcionalidades que consumen cantidades ingentes de datos, la profusión de aplicaciones de compartición de información que se apoyan a su vez en otras (por ejemplo, la mensajería instantánea o la red social que emplean una aplicación de vídeo) y que cuentan sus usuarios en miles de millones suponen un factor multiplicador del tráfico de datos.
Entre los habilitadores se encuentran en primer lugar el avance de las tecnologías que permiten aumentar la capacidad de las redes a la vez que disminuyen los costes unitarios de creación y explotación de las mismas, extremo a extremo, como se aprecia en la continua subida de velocidades en la fibra óptica en los hogares y en la drástica disminución de latencia en las comunicaciones móviles, que permiten disponer una experiencia de uso impensable hace apenas un lustro. Todo esto es debido a un empleo más eficiente del espectro radioeléctrico y a la consecución de nuevos estándares de rendimiento en los accesos y en las redes de transmisión, cada vez más basadas en programas informáticos y con una optimización asombrosa de recursos técnicos, igualmente apreciable en los dispositivos personales, a la par que evoluciona la interconexión entre centros de proceso de datos, cuyo número no deja de crecer y cuya ubicación está cada vez más cercana a la fuente y destino de los datos, anticipando nuevos requerimientos "en el borde" ("edge" en inglés) de la conexión imparable de máquinas (cerca de 27 mil millones en todo el mundo al final de 2019, según Statista) al que complementan a la profusión en continua expansión de "nubes" -millones de ordenadores conectados a través de Internet- donde se procesa, trata y almacena la información.
Definitivamente, en los ámbitos mencionados ahora casi de pasada, a la imaginación se unen procesos rigurosos de desarrollo tecnológico y la expectativa de negocio en algunos casos de escala global para crear e impulsar una demanda gigantesca de conectividad. ¿Qué impedimentos existen al proceso descrito? Al menos tres: la evolución de la renta disponible de las personas y de las familias, de modo que podría producirse una atenuación del ritmo de crecimiento del tráfico en circunstancias normales al diferirse el lanzamiento de servicios y productos con mayor consumo de datos si la economía mundial se estanca o sufrimos una recesión, lo que, en segundo lugar, probablemente inhibiría la inversión necesaria en infraestructuras, sistemas e investigación aplicada y, finalmente, una regulación pública que limitase o hiciese inasequible la innovación con fines comerciales, desde la óptica de la ordenación del mercado para evitar posiciones dominantes o del coste de acceso a bienes de dominio público, como el espectro radioeléctrico inalámbrico, cuya cesión temporal a los operadores es un "dividendo digital" para los Estados, inicialmente previsto para la valiosa frecuencia de 700 MHz en 2020 en España.
Sin embargo, las redes de telecomunicaciones tienen un límite teórico a su capacidad, descrito en la "ley de Shannon", que depende del espectro disponible, de la cantidad de energía que puede emplearse para crear las ondas que contienen los fotones que a su vez transportan la información y del nivel de interferencia. La realidad es que físicos e ingenieros de sucesivas generaciones han ido optimizando las distintas variables para que la capacidad de las infraestructuras, combinada con su gestión eficiente permita responder adecuadamente a la demanda, tanto en volumen de datos como en términos de retardos (en última instancia determinados al límite por la velocidad de la luz sobre la distancia entre dos puntos).
Más allá del auxilio eficaz en situaciones de emergencia, las telecomunicaciones son ahora más que nunca un motor incuestionable del crecimiento económico, contribuyendo notablemente a la mejora de la productividad en múltiples sectores, además de ser un factor notable de cohesión y emancipación social, especialmente por su aplicación cada vez más generalizada e intensiva a la educación, así como un instrumento eficaz para el ejercicio de las potestades cívicas, desde el derecho a la información, los derechos políticos de asociación, participación y petición, a las libertades de creación y de culto.
El prometedor futuro del llamado hipersector TMT (telecomunicaciones, medios y tecnologías de la información) reflejará el difícil equilibrio entre la satisfacción de las expectativas de calidad y precio de los usuarios, la rentabilidad del capital esperada por los agentes económicos y la tutela adecuada de los gobiernos para preservar el ejercicio responsable y solidario de unos y otros, alcanzando mayores cotas compartidas de seguridad, prosperidad y desarrollo social.
Alberto Horcajo es Cofundador de Red Colmena