
En la política española actual no puede decirse que estemos libres de repetir los errores. Ni que una aberración no vaya a normalizarse con la fuerza de los hechos. Lo demuestra una vez más lo ocurrido en la formación del gobierno de Navarra, donde se ha estrenado la segunda parte del 'gobierno Frankenstein' al lograr el PSN llegar al poder gracias a Bildu.
El acceso a la presidencia de María Chivite se ha hecho realidad gracias a que cinco, y sólo cinco, de los siete parlamentarios abertzales se han abstenido, un gesto de aviso y de amenaza que ha venido acompañado de las advertencias verbales de Otegui: "Habrá 250 homenajes más a presos etarras". Aceptando esas advertencias y dando por buenos los votos abstencionistas de una formación política heredera del brazo político de ETA, Chivite ha hecho lo contrario a lo que decía durante los cuatro años que ha estado compartiendo oposición con UPN y criticando al nacionalismo y al gobierno de Uxue Barkos. Ha demostrado una vez más que en política lo importante no es parecer, sino ser: ella es la presidenta y todo lo que parecía se ha ido al traste con su investidura apoyada en la dicha de EH Bildu. Dicha condicionada a que se aprueben aquellas disposiciones y leyes que Bildu decida.
El líder socialista Sánchez ha llegado con esta decisión de Navarra más lejos que sus dos antecesores en el PSOE, Zapatero y Rubalcaba, que flirtearon con este mismo gobierno navarro pero no se atrevieron a llevarlo a cabo. Pero si a Sánchez le parecieron aceptables los votos de Bildu para llegar a Moncloa hace un año, no tendría sentido que mostrara ahora contrario al apoyo a un gobierno territorial de quienes no condenan casi mil muertos. Su gobierno y los satélites que le apoyan afirman en estos calurosos días de ferragosto que PP y PSOE deben abstenerse para que el ejecutivo no dependa de independentistas, la mejor manera de reconocer su culpa sobre una moción de censura infame que, según la dialéctica utilizada por el presidente desde la misma tribuna de oradores del Congreso, propició un gobierno que ha dependido durante casi un año de los independentistas, de quienes quisieron romper la Constitución y la unidad del país, y de aquellos que creen un derecho causar daño por un objetivo político, como dijo el líder de Bildu en la entrevista que le concedieron en la televisión pública.
Lo de Navarra no es más que la segunda parte de Frankenstein, al estilo de la que James Whale hizo aprovechando el tirón de la primera. Y ha tenido brillantes actores secundarios. Quienes justifican el gobierno nacido en el parlamento del paseo de Sarasate pamplonica, trayendo los acuerdos con a Vox a colación, y poniendo en el mismo nivel las declaraciones de sus dirigentes con los crímenes cometidos por ETA durante cuarenta años. Los jefes territoriales de PSOE que parecieron en algún momento dignos muros de contención del partido tradicional frente al sanchismo: ni alzaron la voz en junio de 2018 ni lo han hecho ahora al asistir a la investidura de Chivite. Y los pulcros estadistas cono Manuel Valls, que se ponen el traje del ofendido cuando se habla de dialogar con la "ultraderecha" pero no tiene nada que alegar a un gobierno apoyado en el ultranacionalismo.