
The Phoenician Scheme (La Trans Fenicia) en una fábula sobre poder y capitalismo. No es solo una nueva entrega del peculiar universo de Anderson. Es una obra que condensa lo mejor de su legado visual con una inesperada carga emocional. La relación entre Zsa-Zsa y Liesl no es una subtrama: es el corazón palpitante de una película que se disfraza de sátira para hablar de lo que más duele. Con esta cinta, Anderson no solo reafirma su voz única en el cine contemporáneo, sino que también demuestra que debajo de sus miniaturas barrocas late una verdad humana capaz de conmover incluso a través del artificio.
Wes Anderson, ese artesano de la imagen que convierte cada plano en una maqueta cuidadosamente barnizada, regresa con The Phoenician Scheme, una película que, sin abandonar su inconfundible estética de simetrías, paletas de color pastel y coreografías milimétricas, ofrece algo más que puro virtuosismo visual: una historia íntima que apuesta por la emoción sin renunciar al absurdo.
La fidelidad de Anderson —a su estilo y a sus colaboradores habituales— es bien conocida. Aquí reaparecen nombres como el compositor Alexandre Desplat, la diseñadora Milena Canonero o el montador Barney Pilling, todos miembros de esa gran familia creativa que rodea al director como si de una compañía de ópera se tratara. Pero esta vez, más allá del impecable acabado, hay una pulsión emocional que empuja la narrativa hacia terrenos inesperadamente profundos.
El centro de este delirio perfectamente enmarcado es Zsa-Zsa Korda, un magnate tan excéntrico como inescrutable, interpretado por un Benicio del Toro en estado de gracia. El personaje, mezcla de figura mitológica y retrato familiar, nace de una imagen mental del propio Anderson: Del Toro, elegante y dolorido, con un reloj de lujo, desafiando la muerte y la lógica. La construcción de Korda se alimenta tanto de memorias personales como del imaginario cinematográfico, creando una figura entre lo trágico y lo ridículo, como suele gustar al director.
Korda no está solo: a su lado, Mia Threapleton encarna a Liesl, su hija, que no solo aporta una perspectiva femenina a la historia, sino que representa una ruptura con el esquema tradicional andersoniano de personajes femeninos decorativos. Aquí, Liesl es un sujeto pleno, con voz, agencia y conflicto. Se enfrenta a una herencia no deseada y navega con astucia entre las expectativas de un mundo dominado por figuras masculinas. Este giro supone un avance notable en la filmografía de Anderson, que por primera vez otorga a una mujer no solo protagonismo, sino también la dirección emocional del relato.
Y es precisamente en esa relación padre-hija donde se ancla la verdadera alma del filme. Detrás del aparente despropósito geopolítico que impulsa la trama —un plan empresarial que desata la ira de corporaciones internacionales— se oculta una historia de redención, de segundas oportunidades, de heridas que aún supuran. Como lo explica el propio Anderson, Korda cree estar ejecutando un plan financiero, pero en realidad solo busca recuperar el amor y la conexión perdida con su hija.
La película está construida como una sucesión de momentos coreografiados, donde incluso la debilidad se convierte en arte. Una escena especialmente memorable muestra a Del Toro en una bañera, rodeado de asistentes, filmado en cámara lenta mientras todo lo que lo rodea se mueve a un ritmo vertiginoso. Repetida más de treinta veces hasta encontrar la toma perfecta, esta secuencia es un ejemplo del rigor formal de Anderson, pero también de la libertad que ofrece a sus actores dentro de ese marco férreo. Para Del Toro, todo el proceso fue "jugar", una forma de reencontrarse con su niñez dentro de una estructura de precisión matemática.
El elenco, que incluye también a Bryan Cranston, Scarlett Johansson y Michael Cera, coincide en que trabajar con Anderson es entrar en un universo paralelo. Todo está predefinido, desde el vestuario que moldea la postura hasta el ritmo del diálogo, pero dentro de ese corsé hay lugar para la imaginación. "Wes quiere que digas la verdad, pero también que inventes", dice Del Toro. Esa dualidad entre control absoluto y espontaneidad es quizás el mayor logro del cineasta.
Relacionados
- Crítica de 'La viuda negra' (Netflix), el 'true crime' de Maje: un caso terrible que paralizó todo un país
- Crítica de Lilo & Stitch (Live Action): entre la nostalgia, la polémica y el reto de actualizar un clásico
- Crítica de Los Tortuga, una mirada sin concesiones sobre el duelo, la herencia y la resistencia cotidiana
- Crítica de 'Legado' (Netflix): una lucha de poder despiadada por la herencia envenenada de José Coronado