
La recolecta de firmas lanzada por Carlos San Juan, médico jubilado de 78 años, a través de la plataforma change.org para reclamar un trato "más humano" en las sucursales bancarias y las movilizaciones que se han sumado a su iniciativa desde diferentes ámbitos, empezando por los colectivos de mayores, supone un golpe en la mesa para alentar una reflexión sobre los riesgos de la acelerada digitalización en el sector financiero, pero no solo ahí.
El origen de la situación se deriva de la reconversión experimentada por la industria. Desde la crisis de la subprime americana de 2008, el censo de entidades ha pasado de unas 60-70 a apenas una decena con cierto tamaño. Su red de sucursales cayó un 55% desde el pico de 45.707 oficinas de entonces a las 20.330 actuales, achicando un 35% las plantillas en un proceso aún inacabado.
Arrancó por un problema de supervivencia: las entidades necesitaban aquilatar costes e, incluso, hacerse mayores para poder acceder al mercado a captar la necesaria liquidez.
Y no hay que olvidar además que muchas de esas fusiones estuvieron animadas desde los Gobiernos de entonces y los organismos supervisores que todavía hoy prescriben ajustar las partidas de gastos e, incluso, explorar nuevas fusiones para enderezar la rentabilidad porque las entidades, sí o sí, necesitan captar fondos y son más fáciles y baratos de alocar si presentas buenos rendimientos.
A esa vieja necesidad de mejorar números, sobre todo cuando generar resultados por el negocio tradicional se ha convertido en un desafío complicado con los tipos de interés hundidos a cero, se suma que la operativa digital es más eficiente y hoy una mayoría de clientes prefiere no pisar la sucursal.
Pero, un sector que juega el rol vital de vertebrar la economía porque supone las arterias del ahorro y la financiación del país no debe obviar a colectivos que se sienten desatendidos, por reputación y por responsabilidad.
La situación excede además a las denuncias de los mayores y se agrava en la España vaciada donde el problema rebasa, incluso, a la banca porque la carestía no se agota en las sucursales y la falta de infraestructuras y deficiencias en la atención al ciudadano llega a otros servicios, muchos de ellos básicos y sociales.
La banca no puede mirar a otro lado, pero quizá la reflexión debería extenderse y que las respuestas involucren a otros ámbitos y a la administración.