Empresas y finanzas

2020, un año que ha cambiado la forma de entender el mundo

  • Bruno Gutiérrez Cuevas, presidente de la Plataforma de Edificación Passivhaus
  • Los edificios son responsables del 40% del consumo de energía y del 36% de emisiones de CO2 en la UE

Si alguien se hubiera aventurado a pronosticar lo que nos esperaba para 2020, seguramente, ninguno de nosotros lo habríamos creído. Ambiciosos proyectos o nuevos propósitos por los que habíamos brindado a principio de año comenzaban a tambalearse en marzo para ir derrumbándose a lo largo del año.

Entre tanto desastre hubo quien se animó a buscar sus bondades, al fin y al cabo, el confinamiento reducía a un porcentaje muy bajo los desplazamientos y provocaba una caída épica en las emisiones. Sin embargo, no es sostenible conseguir reducciones en las emisiones con la paralización económica de un país. Y lo que estos optimistas, quizás, no habían tenido en cuenta es que meses después todo volvería al mismo punto, o peor aún, puesto que China, por ejemplo, tras su vuelta a la normalidad, no solo volvió a los niveles de 2019 sino que los superó.

Así, en septiembre de 2020 la Organización Meteorológica Mundial de la ONU (OMM) se encargaba de abrirnos los ojos publicando un informe en el que anunciaba que las concentraciones de gases en la atmósfera registraban niveles sin precedentes y que todo apuntaba a que el periodo de 2016-2020 sería el lustro más cálido de la historia.

Y mientras tanto, toda la población recluida en sus viviendas. Viviendas que fueron puestas a prueba para concluir que no daban la talla. Viviendas que no estaban preparadas para esta prueba de estrés: familias enteras cerradas durante días y días en edificios obsoletos, insalubres, con poco o nada aislamiento térmico y sin ventilación… De vez en cuando procuro reflexionar sobre la suerte de que esta circunstancia se produjera en una época con temperaturas moderadas, y trato de imaginar lo que podría haber sido si el confinamiento se hubiera producido en un periodo con temperaturas exteriores más extremas como julio, agosto, enero o febrero.

Ahora son los colegios, nuestros centros de trabajo, ocio, etc., los que están sometidos a unas exigencias para las que no están preparados. Por eso ahora nuestros hijos acuden a clases con mallas y camisetas térmicas. No es que antes no pasaran frío en las aulas, es que parece que ahora hemos descubierto la importancia de cuidar la calidad del aire interior, de ventilar, y resulta que en el siglo XXI para ventilar tenemos que tener abiertas las ventanas cuando, desde hace más de 30 años, existe la ventilación mecánica con recuperación de calor.

Calderas a pleno rendimiento y ventanas abiertas de par en par y mientras tanto en los colegios educando a ser sostenibles, eficientes y responsables… ¿realmente tiene sentido? Si ya nuestros edificios son responsables de, aproximadamente, el 40% del consumo de energía y del 36% de emisiones de dioxido de carbono (CO2) en la Unión Europea, esta situación no hará otra cosa que incrementar este consumo y reducir el confort térmico.

Fruto de esta experiencia, el mundo entero reflexionaba y es entonces cuando la Unión Europea anunciaba una reactivación económica pospandemia cuya palanca se establecería en los objetivos climáticos. El presupuesto a largo plazo de la UE, junto con Next Generation EU (un instrumento temporal concebido para, además de luchar contra los efectos del Covid-19, contribuir a desarrollar las políticas europeas de transición ecológica e impulsar la recuperación) será el mayor paquete de estímulo jamás financiado; una movilización sin precedentes: un total de 1,8 billones de euros de los cuales un 30% irá a parar a medidas verdes que serán destinadas a vivienda y rehabilitación, energías renovables y eficiencia energética.

Parece que Europa tiene claro que la senda hacia la descarbonización, cuya meta ha fijado en 2050, es actuar sobre millones de viviendas; en el caso concreto de España, el objetivo es rehabilitar 500.000 viviendas al año, lo que supondría, cada año, 4 veces más que las rehabilitadas en el último lustro.

El aprendizaje que hemos adquirido durante tanto confinamiento y tanta transformación de nuestros hábitos debería servirnos para sentar las bases hacia una forma más eficiente de entender la rehabilitación y la construcción en nuestro país. Tenemos por delante una oportunidad sin precedentes para comenzar a hacer las cosas bien, para encauzar las políticas territoriales hacia un desarrollo sostenible que redunde en el confort y la salud y que, a la vez, reduzca las emisiones. La pandemia nos ha puesto en disposición de reconstruir un país que, Antonio Guterres, secretario general de las Organización de las Naciones Unidas, considera en estado de emergencia climática.

Para llegar a un objetivo tan ambicioso como el que tenemos marcado, es más que necesario que el compromiso institucional pase de la palabra a la acción. De poco o nada servirá el camino que nos marca Europa si nuestros líderes no comienzan a ejercer una función ejemplarizante; con leyes y políticas claras, apoyando, financiando, facilitando y eliminando trabas innecesarias a aquellos que buscan la excelencia en la edificación y educando e inculcando lo urgente que es comenzar a adoptar hábitos sostenibles en todos los ámbitos.

Quiero ser optimista y pensar que 2020 ha sido un año que ha cambiado nuestra forma de entender el mundo. Un cambio de paradigma que ofrece la oportunidad del aprendizaje; un año que nos ha permitido entender lo urgente de nuestras acciones porque la crisis sanitaria y la crisis climática no son fenómenos aislados, y que parte de la solución está en la sostenibilidad. Supongo que estamos a tiempo, tenemos el conocimiento y disponemos de medios ¿a qué esperamos?

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