
El presidente del BCE, Mario Draghi, volvió ayer a hacer gala de previsibilidad. El banquero central anunció un recorte de su programa de compra de deuda, desde los actuales 60.000 millones de euros al mes hasta 30.000 millones a partir de enero. Se trata de una reducción esperada, no solo por la mejora de la situación económica. El BCE, tras tres años de adquisiciones masivas, está agotando ya los activos que cumplen los requisitos para que el eurobanco los compre.
Con todo, aún más importante que la desaceleración del programa de estímulos es el hecho de que el BCE mantendrá dicho programa, como mínimo, hasta el otoño de 2018. En principio, solo a partir de entonces el BCE acometería las primeras alzas de los tipos de interés. Queda claro, por tanto, que la institución se plantea con suma cautela el regreso a una política monetaria ortodoxa.
Tiene buenas razones para ello, como es el todavía lento despertar de la inflación en la Unión Monetaria. Resulta, además, comprensible que las bolsas europeas valoren las precauciones y la ausencia de precipitación de las que hace gala Draghi. Por ello, el EuroStoxx ya supera los máximos anuales y es posible que dé más alegrías en lo que queda de año. De hecho, los analistas ven factibles avances de hasta un 6% adicional en los mercados del Viejo Continente en los próximos meses. Se trata de una muy buena perspectiva para el inversor, quien puede observar cómo se recuperan los máximos de 2015.
Ahora bien, conviene permanecer atentos a alertas internacionales no del todo desactivadas (como el belicismo de Corea del Norte). La llamada a la precaución es especialmente oportuna para los inversores en bolsa española, sujeta aún al impredecible conflicto catalán.