
De primeras, los datos de la reciente EPA no pueden ser más positivos. El paro bajó en 216.700 personas en el segundo trimestre del año, situando el número de parados en 4.574.700 personas, su menor nivel desde 2009.
Además todos los empleos fueron creados por el sector privado (1,9 por ciento), lo que indica que la recuperación es un hecho para las empresas. Por si fuera poco, el desempleo ha caído tanto en hombres como en mujeres, más en los primeros, y el número de hogares con todos sus componentes sin trabajo también ha descendido un 7,3 por ciento.
Hasta aquí las buenas noticias, las que sirven al Gobierno para congratularse de que la tasa de paro es del 20 por ciento al mismo tiempo que aseguran que se mantendrá así hasta final de año. Por desgracia, los datos de la EPA también reflejan que muchas de las lacras del empleo siguen sin resolverse.
Una de las históricas es la del paro juvenil, que subió un 3,4 por ciento, situando la cifra total de 692.800 jóvenes sin trabajo. El esperado empleo de calidad tampoco llega, como indica el alza del 0,7 por ciento en la temporalidad. Más preocupante todavía es la aparición del primer síntoma de desaceleración.
El recorte logrado este trimestre es inferior a los obtenidos en 2015, 2014 y 2013. Parte de culpa la tiene la Semana Santa, que jugó en contra de las actuales cifras al caer en marzo. A pesar de ello, no se debe obviar estos primeros síntomas de desaceleración y buscar cómo ponerles coto. La reforma laboral es a la que debemos los continuos descensos de la tasa de paro. Por tanto, la solución sólo puede consistir en dar estabilidad al país y profundizar en dicha reforma. Así, España mantendrá su elevado ritmo en la creación de empleo.