
El sorprendente sí que Reino Unido dio el mes pasado a su separación de la UE (Brexit) constituye una fuente de profundas dudas e incertidumbres en el mundo económico. Lo demuestran los vaivenes que sufren las bolsas europeas, los cuales, tras la debacle inicial, se embarcaron en un marcado rebote del que ya se han esfumado dos terceras partes con las caídas de los últimos días (el Ibex 35 retrocedió ayer un 1,75%).
Con todo, pese a la confusión reinante, los analistas ya tienen elementos de juicio para calibrar cuáles serán los efectos en los beneficios empresariales en 2016 y en los próximos dos años. Hasta el punto de que pronostican un auténtico varapalo para las compañías británicas, con caídas en sus ganancias del 7% en este año y en los dos siguientes. Es un augurio coherente con la evidencia de que el propio Reino Unido va a ser el gran perjudicado por el Brexit.
Así ocurrirá por la entrada de su PIB en recesión, el perjuicio a su comercio y la huida de inversiones, un fenómeno este último del que ya da fe el corralito impuesto por los fondos inmobiliarios. En el caso del resto de la Unión, el propio BCE descartó una nueva contracción del PIB y es posible que países como Alemania o España se beneficien del éxodo de empresas e instituciones que amenaza a los británicos.
Con todo, sería ingenuo pensar que sus sociedades esquivarán las convulsiones del Brexit, y conviene tomar en serio las previsiones que sitúan el recorte de sus beneficios en el 5% para 2017 y 2018. No en vano, los fundamentos mismos de la integración se han visto cuestionados en profundidad en un momento económico aún muy delicado, caracterizado por el bajo crecimiento y el alto desempleo.