La nueva escalada arancelaria instigada por Estados Unidos llega en un momento clave para el gigante asiático. El incremento de los gravámenes del 10% al 25% sobre un catálogo de productos chinos por valor de 200.000 millones de dólares se convierten en un nuevo escollo para Pekín, que desde comienzos de año busca estabilizar la segunda mayor economía del mundo ante los evidentes síntomas de desaceleración. Es por ello que el gobierno de Xi Jinping ha decidido no mover ficha inmediatamente tras la entrada en vigor el pasado viernes de las nuevas tasas como ha ocurrido desde que comenzase la batalla comercial entre ambos países a comienzos del año pasado.
En esta ocasión, el presidente de EEUU, Donald Trump, es consciente de que las circunstancias chinas son más limitadas. Mientras Washington todavía cuenta margen suficiente para imponer gravámenes sobre bienes chinos por valor de 325.000 millones de dólares (290.000 millones de euros) que se han librado hasta la fecha de verse envueltos en las rencillas comerciales, Pekín ya tasa alrededor del 80% de los productos que importa de la primera economía del mundo.
Frágil estabilidad asiática
Al mismo tiempo, el país asiático orquesta una serie de estímulos para evitar un debilitamiento brusco de la actividad. En el primer trimestre del año, el producto interior buro (PIB) chino logró crecer un 6,4% pero cualquier golpe adicional, como el propiciado por Washington el pasado viernes, amenaza con tambalear la frágil estabilidad lograda en los primeros cuatro meses del año.
En estos momentos, los cálculos varían según las mesas de inversión pero el nuevo incremento de las aranceles estadounidenses hasta el 25% sobre 200.000 millones de productos chinos restarán al PIB del país entre 0,1 puntos porcentuales y 0,3 puntos porcentuales, según estimaciones de Capital Economics, Morgan Stanley y Barclays. Una extensión de los gravámenes que incluya el resto de importaciones procedentes del gigante asiático que no se han visto afectadas en los rifirrafes entre Washington y Pekín borrará más de medio punto porcentual de la economía china, en los próximos 12 meses.
Los efectos derivados de una escalada del conflicto comercial pueden traducirse en un debilitamiento del yuan o la caída de la inversión extranjera, entre otras consecuencias. Aumentar los aranceles existentes o imponer otros nuevos también pesará en los productos que China necesita para mantener su brío, como los semiconductores, la carne de cerdo, el petróleo y los aviones de pasajeros. Dicho esto, todo apunta a que Pekín evitará realizar movimientos drásticos, como la reducción de las reservas bancarias, para contrarrestar cualquier efecto a corto plazo.
No obstante, el mandatario estadounidense es consciente de la delicada situación del gigante asiático. "Pienso que China se ha sentido tan gravemente golpeada en las recientes negociaciones que podría esperar a las próximas elecciones de 2020, para ver si tienen suerte y se produce una victoria demócrata", tuiteó el pasado fin de semana el presidente Donald Trump, quien se mostró seguro de que su campaña logrará la reelección republicana para la Casa Blanca el año que viene. "Saben que voy a ganar y el acuerdo se volverá mucho peor para ellos si tiene que negociar en mi segundo mandato", amenazó recomendando que sería prudente para Pekín lograr un acuerdo ahora.
"Saben que voy a ganar y el acuerdo se volverá mucho peor para ellos si tiene que negociar en mi segundo mandato"
De momento, según ambos países, las negociaciones continúan, aunque no se ha fijado un calendario específico. Trump y Xi coincidirán en la Cumbre del Grupo de los 20 en Japón a finales de junio por lo que todo apunta que los equipos negociadores deberían seguir avanzando para lograr algún tipo de avance que pueda materializarse entre ambos mandatarios.