
La actual coyuntura económica de crecimiento, baja inflación y el buen comportamiento del sector exterior son los catalizadores de la fortaleza actual de la moneda única europea, la cual ya se cambia por encima de 1,24 unidades frente al dólar. De esta forma, el euro vuelve a los niveles de finales de 2014 cuando la zona euro crecía en tasa interanual apenas por encima del 1 por ciento y la tasa de inflación medida por el IPC se situaba cercana al cero por ciento.
El propio presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, admitió esta semana en la rueda de prensa posterior al Consejo de Gobierno que la fortaleza del euro puede explicarse tanto por las actuales cifras de crecimiento económico como también por las expectativas para este año 2018 y siguientes. Así, antes de Navidad, Draghi subió la perspectiva de crecimiento en cuatro décimas para 2018, situando la tasa de crecimiento del PIB en el 2,3 por ciento.
Sin embargo, al mismo tiempo que se podía ver a un Draghi optimista en el panorama macroeconómico, sembró la duda entre los inversores y los economistas acerca de cuáles son los motivos que más están pesando en la escalada del tipo de cambio nominal del euro frente al dólar, la cual automáticamente se asocia a una pérdida de competitividad del sector exterior europeo. Especialmente significativa fue la acusación velada al secretario del Tesoro americano, Steven Mnuchin, de violar un pacto tácito entre la eurozona y Estados Unidos para que sus autoridades no influyeran en el tipo de cambio.
Las declaraciones de Mnuchin fueron enseguida matizadas por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el cual incluso habló de que a su Administración le interesaba un dólar fuerte, contradiciendo a Mnuchin. De esta forma, Trump ha dejado sin argumentario a Draghi y da la vuelta a la situación el mismo día que el Senado americano aprobó el nombramiento de Jerome Powell como nuevo presidente de la Reserva Federal. En esta coyuntura, el debate se centra en por qué el euro ha acumulado una ganancia frente al dólar en el último año de un 15 por ciento sin introducir ruido en torno a posibles estrategias de devaluaciones competitivas.
Es evidente que el comportamiento de una divisa frente a otra depende de una gran cantidad de factores tanto reales como financieros. Pero en el fondo, a largo plazo, las divisas tienden a fluctuar en función de la marcha de las economías. Es decir, si una economía crece y es ahorradora frente al exterior, su divisa va a sufrir presiones alcistas frente al resto, ya que el mercado confiará en ella como un medio de cambio útil y además como un depósito de valor confiable. No hay que irse muy lejos para ver esto: tradicionalmente en Europa esto es lo que ha sucedido con el marco alemán.
Perspectivas positivas
Éste es el caso de la eurozona: una economía en crecimiento, con perspectivas positivas de seguir en esta senda, con una inflación baja (que no es más que la pérdida de poder adquisitivo de la moneda) con respecto a la media histórica y ahorradora frente al exterior. Es importante este último punto: en este momento, el superávit de las cuentas exteriores de la zona euro está en torno a máximos históricos, concretamente en el 3,3 por ciento del PIB. Por tanto, el área monetaria única está generando ahorro frente al exterior y, de esta forma, atrayendo inversiones y empleo hacia ella.
Incluso a pesar de que el BCE no es ni muchísimo menos un Banco Central conservador (más bien lo contrario desde 2015), el mercado confía en el euro como una divisa de referencia a nivel mundial y está consolidándose como la más negociada junto con el dólar en los mercados de divisas cada día. Los agentes son conscientes de que el crecimiento de la oferta monetaria comenzará a descender a partir de 2018 y, por tanto, el atractivo del euro como depósito de valor tiene un potencial notable. No hay más que ver las perspectivas alcistas de los agentes de mercado que negocian contratos forward de euro/dólar, los cuales esperan que de aquí a final de año se sitúe entre 1,28 y 1,30.
Por tanto, la macro (los fundamentales como se diría en el mercado financiero) es ampliamente favorable hacia un fortalecimiento del euro frente al dólar. Pero aquí surge otra pregunta crucial: ¿Un euro fuerte no es sinónimo de encarecimiento de las exportaciones y, por tanto, de pérdida de competitividad? Aquí hay una trampa y es creer que el tipo de cambio nominal (el cambio de divisa diario) es la variable clave para determinar la competitividad del sector exterior. Y no es así. El tipo de cambio relevante que sí condiciona la competitividad es el tipo de cambio real, porque este sí tiene en cuenta algo tan importante como es la inflación relativa entre dos economías.
Si medimos el tipo de cambio real a través del famoso método del ajuste por "paridad de poder de compra" (más conocido como el Índice Big Mac), vemos cómo desde la creación de la Unión Monetaria Europea, el tipo de cambio real del euro frente al dólar tiene una tendencia fuertemente alcista. Teniendo en cuenta que hay sobrevaloración de una divisa cuando el tipo de cambio nominal está por encima del real e infravaloración al contrario; en este sentido, vemos cómo el euro está infravalorado con respecto al dólar un 15,8 por ciento al cambio de cierre de 2017.
Desde 2015, la infravaloración del euro se ha mantenido prácticamente en los mismos niveles, lo cual muestra hasta qué punto hay un potencial notable de subida del euro sin que esta comprometa la competitividad. En los momentos en que el euro ha tenido mayores subidas, la eurozona no ha visto resentido su superávit por cuenta corriente y en algunos casos como el de Alemania, su competitividad no ha parado de crecer desde la creación del euro e incluso se ha visto dañada entre 2015 y 2016 cuando el euro estuvo muy cerca de la paridad.