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La economía de la UE se estanca y busca un cambio estructural

Bandera de la Unión Europea
Carlos AsensioLidia Montes

La economía europea está en una época de estancamiento, mientras Bruselas está buscando hacer reformas estructurales que le saquen de este atolladero. Las tensiones geopolíticas están haciendo que el Viejo Continente busque su lugar en el mundo, buscando nuevas oportunidades sectoriales.

En sus previsiones de primavera, la Comisión Europea rebajó el crecimiento de la Eurozona del 1,3% estimado en otoño al 0,9% este año. También se recorta la previsión para 2026, año en que la Comisión Europea espera que la economía avance un 1,4% frente al 1,6% pronosticado en otoño. En el caso de la UE, la estimación se rebaja al 1,1% en 2025 y al 1,5% en 2026, frente a 1,5% y 1,8% pronosticados hace seis meses. "Esperamos un crecimiento moderado este año y un crecimiento más acelerado el próximo año", dijo el comisario de Economía, Valdis Dombrovskis, en rueda de prensa.

Este enfriamiento de la economía europea viene explicado, en parte, por la enorme incertidumbre geopolítica. La amenaza de Donald Trump de imponer aranceles al Viejo Continente y el desacople del comercio global están pesando sobre las exportaciones europeas, principal motor económico del Viejo Continente.

La mayor economía de la UE, Alemania, no consigue levantar cabeza desde la invasión Rusa de Ucrania. Las previsiones de crecimiento son un buen reflejo de lo que está pasando la locomotora de Europa: tras dos años de crecimiento negativo (2023 y 2024), los teutones ajustaron sus previsiones de crecimiento al 0% y posiblemente caigan de nuevo en recesión este año si la guerra arancelaria se recrudece.

El propio presidente del Bundesbank, Joachim Nagel, aseveró que Alemania podría enfrentarse a una "ligera recesión" en 2025 debido a los problemas estructurales que enfrenta la mayor economía de Europa. Entre ellos está la falta de competitividad de su sector industrial y una débil demanda externa. Además, las tensiones comerciales con Estados Unidos, especialmente los aranceles impuestos por la administración Trump, podrían reducir el PIB alemán en hasta un 1%.

Desde la invasión de Ucrania, la locomotora de Europa no levanta cabeza y lastra dos años de crecimiento negativo y va a revalidar un tercero. Ante esto, la Gran Coalición que acaba de asumir el Gobierno (UDC y SPD), con Friederich Merz a la cabeza, aprobó un fondo de 500.000 millones para invertir a 12 años en infraestructuras y Defensa. Además, los grandes partidos están dispuestos a hacer una reforma del sacrosanto freno a la deuda fijado en la Constitución en tiempos de la excanciller Angela Merkel.

Tal y como explicó el investigador principal del Real Instituto Elcano, Miguel Otero, a elEconomsita.es: "Alemania, durante mucho tiempo, ha estado más obsesionada por reducir deuda que por generarla, y ahora estamos en un posible consenso entre los dos grandes partidos del país para endeudarse más y, evidentemente, eso es un cambio de paradigma". De ahí que en el próximo lustro, Berlín se desvíe un poco de los parámetros fiscales europeos.

Francia la otra gran economía de Europa, también muestran un crecimiento prácticamente nulo. Los galos crecerán un 0,6% en 2025, según los cálculos actualizados del Ejecutivo comunitario, que recorta dos décimas sus estimaciones para este año respecto a las de otoño, y recorta una décima la del próximo ejercicio.

A diferencia de lo que sucede en Alemania, en el país vecino se enfrenta a una dicotomía basada en un crecimiento casi nulo y que a partir de 2017, cuando Emmanuel Macron entró a presidir la República, los sucesivos Gobiernos se dedicaron a bajar impuestos de manera descontrolada sin pensar en recortar el gasto. Tanto Édouard Philipe, pasando por Jean Castex, Élisabeth Borne o Gabriel Attal quisieron deshacer las políticas tributarias de François Hollande, pero sin modificar la política de gasto del socialista. Esto trajo varias recaudaciones decepcionantes, ya que el crecimiento económico no acompañó, lo que obligaba a París a endeudarse para poder pagar servicios básicos y llevar a cabo políticas sociales, todo esto sin un programa de inversión para reformar su tejido productivo.

Italia, por su parte, crecerá un 0,7% en 2025 y un 0,9% en 2026, por debajo del avance del 1% y del 1,2% que Bruselas pronosticaba en otoño. Un crecimiento también bastante debilitado.

Así, y según los datos de la Comisión Europea, España sería así la economía que más crece de las grandes del euro durante los dos próximos años. Se estima que el PIB español se expandirá un 2,6% este ejercicio, una cifra que se sitúa sustancialmente por encima de las grandes economías del euro así como de la media de la UE y la eurozona. Además, es el único crecimiento que el Ejecutivo comunitario revisó al alza en sus previsiones de primavera.

"Se espera que el crecimiento del PIB siga siendo sólido en 2025, alcanzando el 2,6%, y que se suavice en 2026 hasta el 2%. Se prevé que la actividad económica se vea respaldada por la demanda interna, gracias al buen comportamiento del mercado laboral, que mantendrá el crecimiento del consumo privado, y el de la inversión, gracias también a la aplicación del Plan de recuperación", indicaban desde la Comisión Europea en su análisis de previsiones.

Transición verde como motor

La Unión Europea está haciendo una firme apuesta por la transición energética a través del Pacto Verde en el que presenta un marco regulatorio en materia de sostenibilidad con el objetivo de establecer una hoja de ruta que cambie de manera radical la economía del Viejo Continente. En este sentido, las firmas inversoras están viendo oportunidades en fondos basados en la transición energética, empresas de tecnologías limpias o plataformas de eficiencia industrial.

Otro de los puntos clave que pretenden transformar la economía europea es la autonomía estratégica, es decir, reindustrializar Europa. Muy ligado a lo anterior y en consecuencia de la guerra de Ucrania y las tensiones entre China y EEUU, Europa está haciendo una revisión de la dependencia del exterior de sectores críticos. Es en este punto donde surge la "autonomía estratégica abierta", es decir, priorizar la soberanía industrial sin renunciar al comercio global. Por ejemplo, con la aprobación del EU Chips Act, Bruselas quiere duplicar su producción de chips para 2030. Se están canalizando miles de millones de euros a través de alianzas público-privadas en Alemania, Francia, Italia, España y otros países.

Por otro lado, también están apostando por la minería sostenible y el reciclaje estratégico de los microchips para reducir la dependencia de terceros países en tierras raras y otros insumos esenciales para la transición energética. Finalmente, Europa está fomentando centros de producción farmacéutica avanzados y consolidando su ecosistema de biotecnología, con especial dinamismo en Bélgica, Países Bajos y los países nórdicos. Todo esto mientras intentan negociar con Donald Trump los aranceles.