Economía

La temporalidad provoca el 53% de la destrucción de empleo y frena el descenso del paro

Foto: EP

La precariedad sigue siendo el motor de la destrucción del empleo en España, según reflejan los datos de la última EPA. Más de la mitad de los 2,53 millones de parados con experiencia laboral, un 53%, perdieron su último empleo por el fin de un contrato temporal y el 13,5% lo hicieron por despido. Son porcentajes inferiores a los de la pandemia y a 2018 y 2019, pero siguen muy por encima de los años anteriores, lo que ilustra hasta qué punto la inestabilidad de los puestos de trabajo lastra la capacidad de la economía para reducir nuestra tasa de paro.

Si hacemos el cálculo sobre el total de 2,79 millones de parados, los porcentajes se reducen al 48% y el 11,6% respectivamente. Eso sí, la estadística incluye en su análisis un grupo de parados que abandonaron su empleo hace más más de tres años en paro. Suponen un 20% de los que tiene experiencia laboral y un 18% del total, para los que no se clarifica el motivo, con lo que pueden encerrar víctimas de despidos de trabajadores seniors (con mayores dificultades para volver al mercado laboral) o incluso 'prejubilados', ya que el 71,9% de ellos supera los 45 años y el 41,5% los 55 años.

Si descontamos a estos desempleados cuya salida del empleo no se detalla, el porcentaje de prados que dejaron su empleo por el fin de un contrato sube al 66% y el de los despedidos al 17%, porcentajes muy similares a los que había en el primer trimestre de 2022, cuando la reforma laboral ya había sido aprobada pero no habían entrado en vigor los cambios relativos a la contratación temporal, especialmente en lo referente a la desaparición de los contratos por obra y servicio.

Aquí conviene recordar que la EPA, a diferencia de los datos del SEPE, sí cuenta a los fijos discontinuos inactivos como parados si buscan otro empleo mientras esperan a ser llamados. Las estadísticas no detallan esta posibilidad, aunque si nos ceñimos a la evolución de los datos del propio SEPE y la afiliación, su efecto debe ser perceptible. La duda es si se cuentan como afectados por el fin del contrato (aunque el contrato fijo discontinuo no se extingue en esos momentos) o se engloban en la categoría de "otras causas" o que no responden cuál es, que suma 170.000 parados, un 6,8% del total. Sin embargo, esta última es una cifra muy similar a la que había antes de la reforma.

Al margen de estas incógnitas, tenemos un mercado laboral en el que la primera causa de paro es el fin de un contrato temporal. Y aunque la reforma laboral ha propiciado una mayor estabilidad de los contratos que debería propiciar un descenso más intenso del paro, en los últimos tres años, el elevado volumen de empleos precarios lastra el alcance de la mejora. Algo que ha quedado claro en el arranque del año.

Los datos del último trimestre de la EPA revelan un incremento de 193.700 parados, de los que 182.400 habían trabajado. De estos, 96.600 eran personas que perdieron su empleo por el fin de un empleo temporal y 52.900 por un despido. Suponen el grueso del incremento del paro, seguidos a mucha distancia por los parados de muy larga duración, que aumentaron en 27.400, los 26.400 que dejaron de trabajar por tener que cuidar a familiares u otras obligaciones y 10.300 que cursaron cursos de formación. Otros colectivos, como los que dejan de trabajar por enfermedad se redujeron, aunque su impacto se compensa por los 11.300 activos 'nuevos' que buscan su primer trabajo.

Esto nos deja un 'stock' de 1,34 millones personas que acabaron en paro al finalizar su contrato, 343.300 despedidos y 515.200 parados de muy larga duración. El resto de las causas (incluyendo 170.000 casos que tampoco especifican una causa), suma otros en 325.000.

Lo que salta a la vista es que, pese a la clara reducción del número de parados y de despidos (tengamos en cuenta que serie coincide con el estallido de la pandemia) la pérdida de empleo no ha sufrido un retroceso considerable superados los peores años. La reforma laboral, por su parte, ha reducido el volumen de desempleados por la caducidad de su empleo. Pero en los dos años siguientes la tendencia de mejora se ha desacelerado claramente.

Una historia de la pérdida de empleo

La actual serie trimestral se publica desde 2020. Con anterioridad, los datos eran anuales (calculados sobre la media de los cuatro trimestres del año), con lo cual no refleja las fluctuaciones estacionales, como la del arranque de 2005. Sin embargo, esta comparativa de la serie histórica arroja una radiografía clara de la evolución en la composición del desempleo.

Los datos arrancan en 2006, con lo cual abarcan 19 años en los que el paro pasó de 1,84 millones a un récor de 6 millones en 2013, para volver a bajar en los ejercicios siguientes, con el paso de la pandemia. En este lapso, las cifras de despedidos saltaron de 286.000 a 1,13 millones y las de prados pro finalizar un contrato temporal de 808.000 a más de dos millones.

Comparado con estos datos, las cifras de 2025 son una clara mejoría, aunque, como hemos visto, la mejoría se está desacelerando. Esto responde a un problema endémico del mercado laboral: la elevada inestabilidad de los empleos como motor del desempleo. Y es uno de los factores que explica la volatilidad en el desempleo.

Si en lugar de comparar las cifras absolutas analizamos la composición de los datos, es decir, cómo se distribuyen porcentualmente las causas por las que los parados pierden su empleo, se aprecia poca variación, con independencia del momento del ciclo económico y las reformas legales aprobadas en esos años.

Aunque los despidos elevaron su peso durante los primeros años de la crisis, los temporales que se iban al paro se mantuvieron relativamente estables. Sin embargo, a partir de 2009 se aprecia un fuerte protagonismo de los parados de muy larga duración, que llegaron incluso a superar a los ceses.

A pesar de la mejoría del empleo, esta composición se mantiene: los temporales aportan el 53,5% del paro, los desempleados de muy larga duración el 20,4 y los despidos el 13,6%, aunque superan al acumulado del resto de causas.

Esta tendencia parece decirnos que parece más difícil salir del desempleo desde un contrato temporal que desde un despido. Aunque estos tienen más peligro de caer en el paro e muy larga duración si no logan reengancharse rápidamente al mercado laboral, lo que explicaría el comportamiento durante la crisis financiera.

El gran lastre del mercado laboral

El elevado peso de los parados por un contrato temporal, y su escasa mejora, sorprende porque el porcentaje de asalariados con este tipo de empleos sí se ha reducido tras la reforma, del 21,5% de 2021 al 12,8% en el pasado trimestre.

Aunque aquí hay que tener en cuenta que la EPA no refleja la enorme volatilidad del mercado laboral que reflejan otras estadísticas, como los de afiliación. Es decir, las personas que llegan al paro tras un contrato temporal pueden encontrar empleo más o menos rápidamente al trimestre siguiente, pero son sustituidos por nuevos desempleados. Esta volatilidad se da también en el caso de los fijos discontinuos, que apenas llegan al 6% de los asalariados, pero son la segunda causa de baja de afiliación, tras el fin de un contrato temporal. Por encima incluso de los despidos.

Pero estos, cuyo número según la afiliación es mucho menor, aunque se han disparado desde la reforma laboral, llevan a los que los sufren a un proceso de búsqueda de un nuevo empleo es más complejo. No es lo mismo prepararse para encontrar otro trabajo si el que tenemos viene con fecha de caducidad que si el despido es algo más inesperado. Eso sí, por esa misma regla de tres, su salida del paro es más definitiva, siempre que no caigan en un contrato temporal, o en otro indefinido pero también inestable.

Todo ello explica que la capacidad de seguir reduciendo el paro se ve lastrada por la estructura de la contratación y mantenga una elevada volatilidad según factores estacionales, sin que la reforma haya supuesto un cambio sustancial en estas tenencias. Seguramente porque las causas de fono no responden tanto a un modelo de contratación como a los pilares del modelo productivo y económico español.

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