Economía

El 'tiro en el pie' de Trump con los aranceles: un error sobre cómo funcionan que le puede salir muy caro a EEUU

  • Trump parece creer que los aranceles son una especie de 'tributo' que pagan otros
  • EEUU no puede reemplazar todo el comercio internacional con producción propia
  • El proteccionismo no reemplazará a otros impuestos y pondrá en peligro su deuda pública
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¿Qué es un arancel? Pese a su amor por ellos, Donald Trump y su equipo no parecen tener del todo clara la respuesta a esta pregunta. Tampoco parecen entender para qué sirve el comercio internacional, ni las tendencias macroeconómicas que hacen que EEUU tenga un déficit en la balanza comercial, ni que ese hecho sea positivo y una de las claves de la riqueza de este país. Un fallo catastrófico a la hora de entender cómo funcionan los aranceles parece estar detrás de una guerra comercial que amenaza con provocar recesiones en EEUU y medio mundo, pero que tendría sentido si estos impuestos funcionaran de la forma que Trump, equivocadamente, cree que funcionan.

Primero: ¿qué son los aranceles?

Para empezar, hay que entender que los aranceles son impuestos que un país cobra a los consumidores de ese mismo país en la aduana por importar productos extranjeros. Cuando Trump pone aranceles a Canadá, los que pagarán esos impuestos son los propios ciudadanos estadounidenses cada vez que importen productos canadienses. El resultado será un aumento de los precios de los productos importados, ya que, al precio del bien, se añade ese impuesto que cobra el Gobierno.

Los aranceles tienen dos objetivos. El primero, como todo impuesto, es recaudar fondos para el Gobierno. Pero el segundo, y más importante, es defender a la industria nativa de un país. Los aranceles son un recargo a los productos extranjeros, que hacen que esos productos sean más caros y menos atractivos para los consumidores, dando una oportunidad a los fabricantes locales de competir contra productos más baratos porque provengan de países con sueldos más bajos, menores estándares medioambientales, menos impuestos, etc. Por supuesto, esos aranceles tienen que ser muy concretos, dirigidos hacia ciertos sectores que necesiten ayuda, e idealmente tener el nivel mínimo necesario.

Un ejemplo claro lo hemos visto en Europa con los aranceles a los coches eléctricos chinos. La Comisión Europea cree que dichos coches son más baratos de lo que deberían ser por las ayudas que el Gobierno chino da a sus firmas automotrices, y confía en que las marcas europeas podrán competir contra ellas mucho mejor en unos años si la 'ola' de coches chinos baratos no se las lleva antes por delante. Así que Bruselas usa esos aranceles para aumentar el precio de esos vehículos y que los modelos de Renault o Volkswagen, por poner dos ejemplos, no sean tan caros en comparación.

Los aranceles, por supuesto, también tienen claras desventajas. Por un lado, suponen dar un portazo al libre comercio. Los Gobiernos que los imponen están alterando artificialmente los precios del mercado, reduciendo la capacidad de elección de los ciudadanos y aumentando sus costes. Y eso puede volverse en su contra a largo plazo: en un mundo ideal, los fabricantes locales seguirían compitiendo entre sí hasta que sus precios y calidades fueran tan buenas como las de los productos extranjeros. En ese momento, ya podrían levantarse esos aranceles y dejar que todos compitan, ahora sí, en igualdad de condiciones. Pero si no hay suficiente competencia nacional, los aranceles pueden tener el efecto contrario y hacer que las marcas locales se acomoden y empeoren, en vez de mejorar. Si el cierre al resto del mundo supone que los fabricantes del país se quedan sin una competencia real, estos pueden acabar convirtiéndose en un monopolio o un oligopolio y aumentando los precios, sabiendo que tienen el 'colchón' de los aranceles. Si un arancel hace que un producto chino pase de 10 a 20 dólares, el fabricante local puede subir sus precios hasta los 19 y seguir siendo más barato. ¿Quién pierde? Los consumidores, que tendrán que pagar más, tanto por el producto chino como por la alternativa nacional.

Y como explica Jorge Verge, asesor fiscal de Viola Pérez, el riesgo es que las empresas se acomoden y "dejen de invertir en I+D para competir en precio, que es el modelo chino, y no en calidad, que ha sido el de EEUU. Y eso supone ponerse la soga al cuello, porque el resto del mundo puede hacer lo mismo pero más barato".

El 'patinazo' de Trump

Pero el equipo del presidente de EEUU no parece entender del todo este funcionamiento. Trump insiste en que esos aranceles los pagarán los países extranjeros, por lo que va a reemplazar el Servicio de Ingresos Internos (IRS, la Agencia Tributaria) por el "Servicio de Ingresos Externos", que cobrará los aranceles. Por si no quedara claro, su portavoz, Karoline Leavitt, afirmó este pasado martes que "los aranceles son una bajada de impuestos a los ciudadanos estadounidenses, porque le estamos poniendo impuestos a los extranjeros". Cuando un periodista de la agencia AP puntualizó que, en realidad, esos impuestos los pagarían los mismos estadounidenses, Leavitt dijo sentirse "insultada" por la corrección. Y esta misma mañana, el presidente ha celebrado que "el dinero de los aranceles nos está llegando en grandes cantidades desde fuera".

Y este es el error catastrófico de Trump. El presidente cree que los aranceles son impuestos que los países exportadores les cobran directamente a las Haciendas de los países importadores por el privilegio de comprar sus productos. Que cuando Canadá necesita dinero público para cubrir sus cuentas, simplemente aumenta sus aranceles a EEUU y obliga a Washington a enviarles más dinero público estadounidense.

Visto desde ese punto de vista, los demás argumentos de Trump tienen sentido. Si, según él, los aranceles son impuestos que un país le cobra a otro, imponerlos sería un negocio maravilloso. Si los aranceles fueran una especie de tributo que la metrópoli le cobra a las colonias a cambio de venderle los bienes que ellos no producen, entonces los aranceles serían poco menos que una fuente de dinero gratis para el país poderoso que pudiera imponerlos: les vendes productos a tus vecinos, ¡y encima te pagan un impuesto adicional por comprártelos! "Vamos a ingresar tanto dinero que no sabremos en qué usarlo", dijo el lunes a los medios.

Y no solo eso, sino que esta creencia justificaría su insistencia en que el mundo ha estado robando a EEUU. En el universo paralelo de Trump, la Hacienda de EEUU debe haberse pasado años haciendo transferencias a otros países cada vez que les compraba algo. Y como los aranceles de EEUU están entre los más bajos del mundo y EEUU tiene un déficit comercial alto, su errónea conclusión lógica es que Washington debe haberse pasado años 'pagando' miles de millones de dólares para 'financiar' las cuentas públicas de los países extranjeros más de los que 'recibía'. De ahí su insistencia de que el enorme déficit comercial de EEUU significa que el mundo "nos ha estado estafando" durante décadas, como repite constantemente.

Como consecuencia, cerrar el gigantesco déficit fiscal, superior al 6% del PIB, y la correspondiente deuda pública estadounidense, de algo más del 122%, no implicaría sentarse a debatir si hay que hacer enormes (e impopulares) recortes al gasto público, o si es hora de aumentar los impuestos tras dos décadas de recortes constantes. No, la solución es más simple: bastaría con aumentar los aranceles al infinito y que sean los países extranjeros los que cubran ese déficit enviando su dinero público a EEUU en forma de 'impuestos arancelarios'. Una solución tan fácil que Trump no entiende cómo no se le ha ocurrido a nadie antes.

Y por eso las reacciones de Trump a los contraaranceles son tan duras. El magnate cree que 'ya es hora' de que EEUU reciba dinero de los extranjeros tras décadas 'enviándoles' dinero desde Washington. Pero cuando los países víctimas de sus tasas responden subiendo los suyos, Trump entiende que están subiendo 'sus' impuestos a EEUU para seguir teniendo un balance positivo. Por supuesto, a Trump no le tiembla la mano a la hora de anunciar aranceles gigantescos y aumentarlos hasta el infinito. Según su interpretación, esos impuestos los pagarían los otros países, así que a los ciudadanos estadounidenses les supondría un coste cero. ¿Por qué duda a la hora de cobrarle más a los extranjeros?

A eso se suma su aparente desconocimiento de la existencia de otros impuestos. Trump, que afirmó que "arancel es mi palabra favorita del diccionario" parece ver aranceles por todas partes. El ejemplo más clamoroso fue su insistencia en que el IVA es un arancel, lo que justificaría, según ha prometido, una ronda de aranceles 'compensatorios' a prácticamente todo el mundo el próximo 2 de abril. Pero el IVA es una tasa que pagan todos los productos que se venden en un país, sean importados o no, por lo que no es una desventaja competitiva para nadie: si todo el mundo lo paga por igual, nadie gana ni pierde.

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Un daño para ambos

Por supuesto, la realidad es completamente diferente a las ideas del magnate. Los aranceles son un impuesto al comercio internacional, que pagan los ciudadanos del país que los impone a ese mismo Gobierno. Y esos aranceles dañan a ambas partes. Según los cálculos del Kiel Institute, las tasas que Trump acaba de imponer al acero y al aluminio reducirán un 0,4% el PIB de Canadá, a cambio de aumentar los precios de EEUU un 0,4% y, en consecuencia, recortar sus exportaciones un 1,4% por la pérdida de competitividad que causa esa inflación y por el efecto de los contra aranceles impuestos en respuesta por otros países. "El daño que EEUU se hace a sí mismo es considerable", dice Julian Hinz, del Kiel Institute.

Y hay pruebas de este efecto. Cuando Trump puso aranceles a Canadá en 2017, el efecto fue una caída del consumo estadounidense de 3,8 puntos, especialmente en bienes duraderos, como coches y electrodomésticos, según los cálculos de Mirabaud Wealth Management. El empleo cayó un punto y la producción manufacturera cayó 1,5 puntos. En total, el coste para EEUU de los aranceles a China impuestos por Trump ascendió a unos 9.300 millones de dólares, entre desempleo y caída de ventas.

Por supuesto, comparado con el PIB de EEUU, de unos 30 billones de dólares, esa cifra es minúscula. Los cálculos de Federated Hermes apuntan a que todas las importaciones estadounidenses ascienden a 4,1 billones de dólares, apenas un 13% del PIB. Eso puede significar que, usando el 'telescopio' de la vista macro, "el impacto de los aranceles sea más pequeño de lo temido", porque el mercado nacional de EEUU es gigantesco. Pero si se mira con lupa a los sectores donde se concentren sus efectos (agricultura, automóvil) y las zonas del país más afectadas (las que más comercien con México, Canadá y China; y los lugares donde se concentren las empresas a las que se dirijan los contraataques de los otros países), ahí sí se verá un impacto directo notable.

Además, ese porcentaje relativamente pequeño de comercio internacional frente a su PIB también hace inviable usar los aranceles como una fuente alternativa de ingresos públicos, como ha asegurado. Según analizan Robert Goulder y Joseph Thorndike, expertos de Tax Notes, hay tres problemas. Primero, los aranceles son, al fin y al cabo, un impuesto, así que el resultado no sería bajar impuestos, sino cambiar quién y cómo los paga. El segundo problema es que los aranceles son bastante aleatorios: al contrario que un IVA, no lo pagan todos los productos de todo el país por igual, sino que lo notarán más algunas industrias y algunas zonas del país que otras; y además son regresivos, es decir, los notarán más las personas de menores ingresos. Y el tercero es que los ingresos totales de la Hacienda federal de EEUU en 2024 fueron de 4,9 billones de dólares. Ni poniendo un arancel del 100% a todas las importaciones se cubriría esa cifra; y eso sin contar que las importaciones se hundirían, reduciendo aún más esos ingresos. "No va a ocurrir", resume Thorndike.

'Make todo in America': ¿Es posible?

Trump insiste en que los aranceles no causan inflación, porque cree que los que pagarán esos impuestos son los extranjeros. Pero donde sus argumentos resultan interesantes es cuando pregunta por qué EEUU no puede producir todo lo que consume. Esa pregunta es razonable, pero la idea de volver a traer toda la producción externa a EEUU se encuentra con varios problemas.

El primero es que muchas de esas empresas han salido del país por simple lógica capitalista: producir parte de sus bienes en el extranjero es más barato, lo que les permite ofrecer precios más competitivos. Bangladesh se ha convertido en una de las principales fábricas de ropa; Vietnam está atrayendo la producción de muchos tipos de productos, desde té hasta juguetes, ropa y productos electrónicos; y México se ha especializado en producir piezas de coches y ordenadores. A las empresas estadounidenses les sale más barato externalizar la producción o importar esos bienes que producirlos en EEUU. Para competir, tendrían que ofrecer salarios muy bajos. Los aranceles permiten inflar artificialmente el coste de los productos extranjeros para que los locales puedan competir, sí, pero el resultado es que los consumidores tendrán que pagar más por algo que podrían haber importado más barato. Políticamente es debatible, pero la teoría económica (ideada ya por David Ricardo en 1817) es muy simple: lo ideal es importar lo que otros hacen más barato y centrarse en los sectores en los que EEUU tiene una ventaja, que tiene muchos. Así ganan ambos.

El comercio también tiene otro objetivo: equilibrar los excesos de oferta y demanda. Los precios de los huevos están alcanzando niveles históricos en EEUU porque la gripe aviar está diezmando sus granjas y la ley les prohíbe importar huevos de otros lugares. Si pudieran importarlos, compensarían su falta de huevos con los que le sobraran a otros países y la crisis actual sería mucho menor. Por eso mismo compra electricidad a Canadá: es más fácil cuadrar el consumo y la demanda eléctrica cuanto más grande sea un mercado. Si EEUU deja de comprar electricidad a Canadá, al país del norte le sobrará y el del sur tendrá que pagar más por producir la que deje de importar. Un gasto innecesario de dinero que empobrece a ambos lados sin beneficiar a nadie.

A eso se suma que hay algunos bienes que, directamente, EEUU no puede producir, por mucho que lo intente. EEUU no puede cultivar café, ni cacao, ni frutas y verduras fuera de temporada, por mucho que imponga un arancel a estos alimentos.

Y luego está la interconexión con sus vecinos, especialmente Canadá, cuyo petróleo consume más que el suyo propio. EEUU se ha pasado décadas uniendo su economía a la de sus vecinos, y desconectarla costaría miles de millones y años de esfuerzo. Es probable que ese sea el motivo por el que Trump está intentando 'tomar el atajo' de anexionarse Canadá directamente y ahorrarse ese paso.

El déficit comercial es inevitable

Y aquí aparece el principal problema al que se enfrenta Trump: EEUU no puede producir todo lo que consume. De entrada, EEUU simplemente no tiene suficiente mano de obra para producir todo lo que consume, especialmente si Trump cierra el grifo de la inmigración. Como explican los datos de la Secretaría de Trabajo, con el desempleo en el 4% y la tasa de población activa (los mayores de 16 años que no están jubilados y trabajan o buscan empleo) en sus niveles más altos desde la crisis financiera de 2008, no hay apenas mano de obra disponible para producir todos esos bienes que EEUU importa.

El segundo problema es que EEUU consume mucho más de lo que su propio país puede producir. Su nivel de consumo es tan alto que necesitan importar bienes de otros países. Y esto no es una maldición, sino otro efecto de la teoría económica: tanto las familias como el Gobierno de EEUU ahorran muy poco. Todo ese déficit público y todos esos préstamos al consumo tienen que cubrirse con dinero de otros países que sí ahorren más y a los que les 'sobre' el dinero, como China o Alemania. EEUU recibe inversiones extranjeras, vendiéndoles bonos del Tesoro, acciones o deuda empresarial, y usa ese dinero para comprar bienes del extranjero. De nuevo, un negocio redondo que beneficia a todos: los países ahorradores consiguen una rentabilidad por su dinero, y EEUU satisface su demanda de bienes y servicios.

Si Trump quiere equilibrar la balanza comercial del país, la única solución es desincentivar el consumo de los propios ciudadanos estadounidenses: que compren menos y ahorren más. Una situación que tendría dos efectos inmediatos: provocar una recesión y reducir permanentemente el crecimiento de EEUU, poniendo en duda la sostenibilidad del enorme déficit del país. Cuadrar las cuentas puede ser bueno a largo plazo, pero EEUU había encontrado un sistema que le permitía consumir más de lo que producía y que, hasta ahora, había funcionado a las mil maravillas, creando una economía que hasta el semanario The Economist describía como "La envidia del mundo". Trump está dispuesto a arrasar ese sistema y apostar por abrocharse el cinturón y abrazar la austeridad. El problema es que, al contrario de lo que dice, el resultado no será enriquecer más a EEUU, sino todo lo contrario.

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